Ricardo Cayuela acarrea en su linaje un apellido criticado por unos y encumbrado por otros. Cada revuelta tiene sus héroes y sus villanos y hoy, sin duda, muchos voltean la cabeza a su árbol genealógico para entender qué ha llevado a España y a Cataluña a estar en una situación parecida a la que hizo que su bisabuelo, Lluís Companys i Jover, entonces president, proclamara el 6 de octubre de 1934 el Estado Catalán dentro de la República Federal Española. Hoy, 83 años después, Carles Puigdemont, el séptimo sucesor de su bisabuelo al frente de la Generalitat, incluidos los presidentes en el exilio, quizá vuelva a repetir el gesto de su predecesor y proclame el nacimiento de una Cataluña independiente al margen de la legalidad española.

«No tiren en un día todo lo que ganaron en 40 años de convivencia y prosperidad», aconseja Cayuela, un intelectual, escritor y hombre dedicado al mundo editorial que se sitúa lejos (¿o no?) de la postura de su antepasado. Entender qué pensaría el bisabuelo Companys hoy, qué haría en estas circunstancias, y las diferencias de aquel 1934 con este 2017, son parte del debate al que responde este mexicano, descendiente de españoles y en cuya casa de niñez colgaba un retrato de Companys que hoy luce en el Museo de Historia de Cataluña.

«Mi bisabuelo se había divorciado de mi bisabuela, Mercedes Micó, y casado con una segunda mujer, Carme Ballester. Mi bisabuela, con su hija en brazos, huyó en 1939 [al final de la Guerra Civil] a México gracias a la invitación del Gobierno mexicano de Lázaro Cárdenas y los programas de ayuda a exiliados republicanos. Mi bisabuelo, pese a la separación, nunca dejó de preocuparse por ellas y de atenderlas, pero su único hijo varón, Lluís Companys i Micó, sufría una grave enfermedad mental, esquizofrenia, y estaba siendo tratado en Francia. Él decidió quedarse a cuidar allí de su hijo en vez de huir a América», explica Ricardo sobre la llegada de su familia a México, lugar de acogida de la mayor parte de los exiliados republicanos tras la contienda y punto de encuentro de numerosas facciones ideológicas de la izquierda española unidas ahora bajo un paraguas común: el exilio.

Mientras tanto, el entonces presidente de la Generalitat y líder de ERC [que tras proclamar el Estado Catalán en 1934 había sido condenado por rebelión y enviado a prisión, aunque luego amnistiado por el Gobierno de Manuel Azaña y repuesto al frente del Govern en 1936] se encontraba refugiado al otro lado de los Pirineos, como tantos republicanos que cruzaron esa cordillera para huir de las tropas nacionales durante la Guerra Civil. En Francia es capturado por la Gestapo en 1940 y entregado a la policía del régimen franquista, que lo acaba fusilando en el castillo de Montjuic el 15 de octubre de 1940, tras someterle a un consejo de guerra por adhesión a rebelión militar. Al otro lado del Atlántico, su familia, por su parte, comienza a acostumbrarse a la dura rutina del inmigrante que debe labrarse un porvenir junto a decenas de miles de compatriotas que llegan a México a iniciar una nueva vida.

«Es una familia vinculada al exilio republicano. Dentro de las familias del exilio había en un principio diferencias ideológicas entre anarquistas, comunistas, socialistas… Estaban además los catalanes, los vascos, los andaluces… Pero esas diferencias en el exilio se diluyeron y olvidaron. Aquí eso era un problema menor y no se reprodujeron las fracturas sociales y regionales españolas», recuerda el bisnieto.

En su casa no se olvidó, sin embargo, la catalanidad heredada de su bisabuelo y su bisabuela: «Mi madre (nieta de Companys), una maestra de escuela, hablaba en catalán y habla en catalán. En su casa hablamos en catalán, aunque mis hermanos y yo lo usamos con incorrecciones, pero sin que eso supusiera una idea de fractura con lo español. En México no había las prohibiciones de uso de lengua que había en España y aquí se mantuvo el legado catalán entre los círculos culturales llegados de aquella región. Se hacían revistas y libros en catalán que se distribuían por Ciudad de México».

En esos primeros años de estancia en el nuevo país de acogida, la familia de Companys iba construyendo una identidad mexicana y española/catalana en ese exilio que unió a tantas víctimas del franquismo bajo dos identidades partidas por un océano. «Mis abuelos murieron en México. Nadie quiso volver a España o Cataluña ni tras la llegada de la democracia. Mis abuelas están enterradas aquí. Lo que sí había es un legado de objetos de Companys que decidimos mandar a su tierra. Teníamos su testamento, el que escribe la víspera de su fusilamiento, donde habla de que muere en la gloria, perdonando a sus enemigos. Es un texto muy emocional y humano». ¿Dónde está todo eso? «En el Museo de Historia Contemporánea de Cataluña. También entregamos un cuadro que pintó el muralista mexicano Chávez Morado de mi bisabuelo y cuya subasta, junto a otras obras hechas por los grandes artistas mexicanos de entonces, iba a ayudar a los exiliados. Lo compró mi abuelo, pese a que tenía muy pocos recursos, y estuvo colgado en casa de mi abuela y en casa de mi madre».

La familia de Companys, compuesta hoy por la madre y tres hermanos de Ricardo -uno vive en Canadá-, más dos tíos y cuatro primos, tiene hoy un sentimiento mexicano que regresa aún algo hacia su origen ibérico. «Ninguno se ha relacionado con el independentismo catalán ni con las batallitas regionales españolas. Yo soy contrario al nacionalismo. En su fondo entraña un sentimiento de superioridad que no comparto. Es cierto que hay también un nacionalismo defensivo necesario», señala Cayuela, que aclara las a su juicio diferencias históricas entre 1934 y 2017: «El nacionalismo catalán con la dictadura de Primo de Rivera podía tener un sentido. Hoy en día me parece desfasado. Los catalanes gozan de un completa autonomía, gestión propia, desarrollo cultural, promoción de la lengua… El problema es que muchos españoles no sienten la cultura catalana y España es mucho más rica con todas esas culturas dentro. No creo de todas formas que eso sea suficiente para sentir la exclusión y la peculiaridad que ahora se exigen», afirma. «España y Cataluña están unidas desde hace cinco siglos».

El camino es de ida y vuelta en cualquier caso, algo que parece que las partes más radicales del conflicto, convencidas de sus férreos argumentos, niegan. Mirar errores y reflexionar para hallar ese lugar común de convivencia es una receta que quizá se entiende mejor con 10.000 kilómetros de distancia y un montón de agravios históricos de sangre enterrados y sin pretensión de hacerlos renacer: «España debe ser más inteligente en reconocer su pluralidad. Es un problema español. Los ingleses, por ejemplo, entienden mejor la India que España entiende América. Hasta hace nada no había grandes antropólogos españoles estudiando América. España desprecia cuanto ignora. Nadie en España sabe quién es Pla ni otros grandísimos artistas catalanes que han escrito en su lengua. Hay una ignorancia de lo distinto», señala Cayuela.

Un comentario que no quita, como lleva sosteniendo desde hace años incluso en artículos publicados en México, su posición crítica sobre los movimientos independentistas catalanes, tierra que conoce pese a la distancia física: «Hablo un catalán de familia cuya mezcla de dislates, arcaísmos y acento mexicano no deja de hacerles gracia a mis amigos en Barcelona. El quadern gris es parte de mi educación sentimental y en mi casa atesoro una buena biblioteca de clásicos catalanes, algunos editados en México por mi abuelo Héctor Gally i Grivé. Tardé años en la infancia en descubrir que truita no era la palabra castellana para decir tortilla de patatas, equívoco familiar, más que lógico práctico, en el país en que las tortillas de maíz son el pan nuestro de cada día. En mi adolescencia la cara al vent de Raimon era una suerte de grito de guerra; los versos de Ausiàs March, una secreta pasión y Joan Brossa, una tan pública que acabé maltraduciéndolo para efímeras revistas del bachillerato», escribía en marzo de 2010 Cayuela en un artículo titulado «Nacionalismo» y publicado en la revista Letras Libres en el que intentaba demostrar, como él dice, que es «un inuit que puede hablar del hielo».

En ese mismo texto, hablando sobre los nacionalismos explica: «Las identidades estanco son un absurdo, un hechizo heredado del romanticismo alemán que no resiste el más mínimo análisis intelectual. La única forma de hablar de una identidad catalana, vasca, gallega, o andaluza, como ha demostrado Fernando Savater, es por oposición a una absurda y caricaturizada identidad española, asunto igual de etéreo y discutible. Por eso, de lo que se debería tratar es de discutir derechos y libertades ciudadanas, y no de aventarnos a la cara inasibles sentimientos de pertenencia, naciones históricas y hechos diferenciales».

Su discurso mantiene en esta entrevista hoy concedida a Crónica la esencia de aquel pensamiento crítico con todo el proceso independentista, pero también tiene ahora la carga de responsabilidad de tender algún puente desde la divergencia para encontrar espacios comunes anhelados por algunos en estos momentos y rechazados por otros que entienden que ha llegado el momento de la sola ruptura: «Los dirigentes nacionalistas han generado un problema que oculta problemas de gestión y de corrupción en Cataluña. Rechazar la cultura española es mutilar y fracturar Cataluña. Lo ha dicho Serrat, que canta en catalán y español».

Sobre la postura de su bisabuelo y su ideología, convertida en estos momentos en estandarte de los que afirman que el conflicto no es algo reciente y se cimenta en décadas, incluso siglos, de represión, Cayuela apunta: «Soy bisnieto de Companys pero no creo que él fuera un golpista pese a que creo que se equivocó. La revuelta del 34 hay que enmarcarla en un momento de revuelta de todas las izquierdas españolas. La entrada del conservador Gil Robles junto a Lerroux en el Gobierno hace saltar las alarmas de los progresistas ante un previsible giro político al que se oponían. Antes de la proclamación de la independencia de Cataluña han ocurrido ya las revueltas mineras de Asturias. Decir que Companys declaró la independencia es una imprecisión histórica. Él declara la República Catalana dentro de la Federación Española y nombra a Barcelona como capital de esa nueva república. Era una forma equivocada y común de actuar en la época. Sanjurjo hizo lo mismo, que yo en todo caso no comparto y condeno. Pero no se puede igualar lo que hizo mi bisabuelo con lo que ahora pretende hacer Puigdemont».

Sobre ese futuro hecho presente que hoy 1 de octubre puede volver a convertirse en una fecha histórica para Cataluña y para España, el bisnieto de Companys pide reflexión y pronostica que «va a triunfar el seny catalán». «Hoy habrá manifestaciones y algunas revueltas y después habrá elecciones y entendimiento. Deben hablar, todos. Con la sola aplicación de la ley se lleva sólo al victimismo y a que el conflicto se perpetúe».

 

 

FUENTE: ELMUNDO