Si el comportamiento de Puigdemont, esa patética criatura que preside la Generalidad, no fuera estúpido podría ser considerado heroico. Su referéndum se le escurrido entre las manos a medida que la Justicia se hacía oír y la Guardia Civil le desbarataba la logística: millón y medio de carteles, diez millones de papeletas de voto, 45.000 notificaciones para la composición de las mesas y los Mossos puestos a las órdenes de un coronel de la Guardia Civil, Diego Pérez de los Cobos, fichado para el Ministerio por Alfredo Pérez Rubalcaba. En la práctica, los golpistas han reculado: han destituido al número 2 de Junqueras, un tal Jové, y han disuelto la Sindicatura Electoral, órgano que había de supervisar el referéndum. Lo han hecho por su bien, para que no tengan que pagar la multa del Tribunal Constitucional, habida cuenta de que el escote de la Diada no cubre ni de lejos las multas de Mas y compañía. ¿No acatan las resoluciones de los tribunales salvo cuando cuestan dinero?¿Cómo va a sobrevivir la épica si al final lo resuelven en un chiste de catalanes, sólo si nos sale gratis?

Mientras, el gobierno de España se confirma como implacable que no hace prisioneros. Tarde, para mi gusto, pero en otro nivel ese es un reproche que también cabría hacerle a mi admirado Serrat. Más vale tarde y más está tardando Pau Gasol. El empecinamiento de Puigdemont se inspira en el caballero negro, impagable criatura de Monty Python en ‘Los caballeros de la mesa cuadrada’. “No pasarán”, le dice al Rey Arturo, que de un tajo le amputa un brazo a la altura del hombro. “Bah, un arañazo”, dice con desdén. Después le cercena el otro brazo y las piernas por encima de las rodillas. Arturo le conmina a reconocer la supremacía del Estado, cuando desde su tetramuñón el tullido le replica: “Bien, ahora me toca a mí”.

En este momento procesal no se entiende la propuesta De Guindos, un pelillos a la mar, siempre que olvidéis el referéndum, salvo que mienta como un bellaco para distraer. Meritxell, mi Merixell, dice que no hay que buscar vencedores y vencidos, al igual que un directivo del Círculo de Economía. Pues claro que sí, de eso se trata. La alternativa es que el Estado se convierta en el comando suicida de ‘La vida de Brian’. Pedro Sánchez sostiene que él obligará a dialogar a Rajoy y Puigdemont. Diálogo exige Pablo Iglesias, un profesor universitario que no distingue la ética de la crítica, ni la gravedad de la relatividad. La izquierda, fiel a su tradición de repetir errores, siempre añora el pacto germano-soviético, 23 de agosto del 39, requisito para que el nazismo invadiera Polonia ocho días después.

Hay un tiempo para dialogar y otro para ejecutar, dice aproximadamente el Eclesiastés, y el de dialogar no es este. El asunto está en el ámbito penal y el único diálogo posible para ellos debería ser en la sala de justicia con el Tribunal, la Fiscalía y sus abogados para responder de los graves delitos cometidos. Diálogo político solo en el futuro, cuando se restañen los efectos de esta perversa iniciativa y paguen responsabilidades por tanto desafuero. Será con otros dirigentes cuando estos sean inhabilitados y encarcelados si el tribunal los declara culpables de malversación y sedición, (art. 432 y 544-549 del Código Penal).

No puede ser que los culpables de alentar la crisis más grave en la historia de la democracia española, (la de Tejero solo duró 17 horas), reciban una compensación por el estrés al que han sometido a la nación: más dinero y más autogobierno. Es una pedagogía inadecuada. Excitará los bajos instintos de sus homólogos los vascos, que en su Alberdi Eguna siempre están un poco revueltos y les animará a ellos mismos a repetir en unos años. Por otra parte, solo la aplicación de la ley es capaz de apaciguar al delincuente. Lo decía Montesquieu al señalar el error del Imperio Romano al tratar de comprar la paz a los pueblos que amenazaban con invadirlos: “La paz no se puede comprar porque quien te la vende está en mejor posición para vendértela de nuevo”.

 
 
Alejandro Ahumada