Ayer el Presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, la Presidenta del Congreso de los Diputados, Ana Pastor, y el Presidente del Senado, Pío García-Escudero, presentaron los “Actos Conmemorativos del 40 Aniversario de la Constitución” con una campaña en medios basada en la imagen de dos hombres ancianos.
“Germán y José lucharon en bandos opuestos hace 80 años. Uno en el bando Nacional y otro en el Republicano. Allí murieron más de 17.000 españoles. Por fortuna, hace 40 años aprendimos a hablar en nosotros. Ellos pudieron votar la Constitución y hoy pueden conversar, dialogar y celebrar los #40AñosdeConstitución. Hoy honramos a nuestra Carta Magna y reivindicamos el valor y el espíritu del diálogo para conquistar el porvenir”.
Todavía con la exhumación del dictador sin llevarse a cabo, el gesto más potente por parte del Estado para demoler la naturalización del franquismo rompiendo con 40 años de impunidad, nos encontramos con este mensaje que perpetúa la negación de la violación de derechos humanos producidos a raíz del Golpe político-militar de 1936. Golpe de Estado que no hubiera sido posible sin la ayuda de Mussolini y de Hitler, y que desencadenó en una Guerra que fue el ensayo de la II Guerra Mundial y que posteriormente sumió a este país en una dictadura de 40 años.
Quienes trabajamos por políticas públicas de Memoria que nos permitan avanzar como sociedad garantizando derechos fundamentales a quienes hoy los tienen desatendidos, nos obligan una vez más, a hablar del presente y de Derechos Humanos.
El Gobierno, a través de esa campaña, nos habla desde la voz de dos hombres muy ancianos, legitimando el mantra de anclar la Memoria al pasado, como si en el presente no estuviéramos atravesados por esos crímenes, como si en el presente no siguieran 114.226 víctimas en fosas comunes, como si miles de españoles que hoy son adultos y fueron bebés robados en la dictadura, no siguieran sin conocer su verdadera identidad.
El video de la campaña está más cerca del anuncio de Navidad de Campofrío de 2016 que a los informes del Consejo de DDHH de Naciones Unidas en materia de Verdad, Justicia, Reparación y Garantías de no repetición. El mensaje que el Estado manda a través de esos dos ancianos, perpetúa el discurso guerracivilista, de la equidistancia, y lo encierra en el marco español excluyendo la responsabilidad de Europa en lo ocurrido, usando el mismo lenguaje que los vencedores: bando Nacional. Definición que sirvió para ocultar el origen de la dictadura y sus responsables: un ejército sublevado desleal con la República que dio un Golpe de Estado.
“Allí murieron más de 17.000 españoles”, encierra un mensaje perverso a través de las víctimas, porque oculta la desigualdad en el derecho a la reparación de éstas: mientras que a partir de 1939 se exhumaban las fosas de las víctimas franquistas, las fosas con las víctimas que defendieron la democracia, siguieron creciendo con los fusilados durante la posguerra.
No sólo no ejerce la responsabilidad de una Memoria que visibilice las diferentes ideologías políticas que lucharon contra el fascismo, como los comunistas y los anarquistas, sino que invisibiliza a las mujeres en la Historia reciente. El mensaje que recibimos es que la Guerra fue cosa de hombres y que en el pasado no podían hablar, pero que “por fortuna, hace 40 años aprendieron a hablar entre ellos”. Ubica la responsabilidad del conflicto en hombres que no sabían entenderse, por tanto banaliza la dictadura y niega la violación de derechos humanos durante ésta, reduciéndolo todo a un problema de convivencia.
Si la causa del pasado traumático de este país está puesta en los individuos, justifica perfectamente que en España el derecho cívico a la Memoria haya sido reducido al ámbito de lo íntimo, de lo privado, eximiendo a la Administración de cualquier responsabilidad, negando herramientas públicas para poder pasar el trauma de forma colectiva.
Germán y José representan lo que sucede cuando el Estado impone como herramienta de duelo colectivo el silencio, cuando el miedo de la represión y las fosas en cada pueblo ha conformado nuestra identidad como pueblo despolitizado, la única palabra que puede circular está carente de ideología política. El diálogo al que alude la campaña como logro colectivo no es una conversación que permita celebrar 40 años de democracia, sino de resignación, porque hemos construido una convivencia sobre la desigualdad y la injusticia.
Pero no estamos en el mismo lugar que hace ocho años. La Querella Argentina es una marca en el camino irreversible, que permite que la palabra circule a pesar de todo, a pesar del negacionismo, de programas educativos que pervierten el relato histórico, de la Historia oficial que excluye a las mujeres que nos precedieron por las libertades y derechos de todos, a pesar de que el listón de la impunidad está a ras de suelo, de fosa.
A pesar de que como dice la abogada Ana Messuti “la culpa no se hereda, pero se hereda el trauma”, la ruptura generacional favorece el cuestionamiento, el diálogo entre abuelas y abuelos con sus nietos y nietas, y cómo éstas encuentran canales para hacer un ejercicio de memoria colectiva, como estamos viendo en Twitter estos días con los hilos sobre los testimonios de esas historias de vida y militancia.
El Gobierno tenía la opción de hablarnos del presente, de reflejar los avances logrados por el movimiento memorialista, de las víctimas y de los familiares y por los Ayuntamientos del cambio como Madrid. Del marco que trajo la Querella Argentina, trascendiendo fronteras, creando un nuevo lenguaje que representa la lucha en el presente e indica el futuro: derechos humanos.
Necesitamos un Gobierno que conciba los Derechos Humanos como una Política de Estado, y no como una serie de políticas disociadas y espasmódicas, lo que implica construir ejes que articulen todas las áreas estatales, mediante una participación activa en el diálogo con las víctimas y los familiares.
Por una conquista del porvenir construida sobre la justicia y la igualdad.