Es imposible encontrar a alguien que hable bien, o al menos con simpatía, de Josep Lluís Trapero (51 años), ‘major’ de los Mossos, en el barrio donde creció. En Singuerlín, ladera de Santa Coloma (117.000 habitantes), una ciudad dormitorio acostada entre carreteras muy cerca de Barcelona, nadie se conmovió ayer con la noticia de la posible pena de prisión al agente, que se enfrenta a una condena de 15 años por un delito de sedición.

“Pues si va a la cárcel, mejor”, dice David. Lleva una camiseta blanca y un pantalón de chándal. Está sentado en un banco en un pasaje a menos de 500 metros de la casa natal del policía. “Ellos siempre te enganchan con la ley, pues por una vez que la ley los engancha a ellos, ¡que se jodan!”. A él, confiesa, le gusta tocar la guitarra flamenca en la calle «y tener un poco de alegría con los amiguetes cuando vengo de trabajar, pero los polis como el Trapero no entienden que cuando hace calor te apetece estar en la calle con tu gente y siempre dan por saco».

 

La boca de metro del barrio de Trapero, con una bandera española al fondo. (Daniel Borasteros)
La boca de metro del barrio de Trapero, con una bandera española al fondo. (Daniel Borasteros)

 

Esta observación, que podría parecer minoritaria, la comparten muchos vecinos del barrio. “Yo odio a todos los polis”, comenta Ángel, de 81 años, mientras ayuda a cruzar la calle a su mujer. Los dos ancianos conocen a los Trapero y no les gustan. “Son gente de la que manda ahora y a mí nunca me agradaron los que mandan”, exclama con una media sonrisa el anciano, que lleva 60 años afincado en la barriada. “Esos, que hagan su vida y yo haré la mía”, insiste mientras deposita el bastón en la espaldera de una silla y dice muy serio que ya ha dicho todo lo que tenía que decir y que por favor no se le hagan fotos.

Trapero creció en Singuerlín, una ladera en la que hay casitas bajas antiguas, y una montaña verde, a la que aún le restan unos metros de hierba no comidos por el ladrillo, coronada por un grupo de nueve bloques amarillos que parece que hubieran brotado como setas de gnomo gigantescas de la tierra. En una de las partes más altas del otero estaba su casa, muy cerca de la actual comisaría de los Mossos y el que fue su primer destino después de ingresar en 1990 en la policía autonómica. “Sabemos que era de aquí, muy cerca, pero nunca le hemos dado mucha importancia”, dicen los agentes, que aseguran que dentro de Santa Coloma “el barrio no es ni mucho menos de lo peor”.

​Que pague como todos

 
En la esquina que conduce a su casa de infancia hay un taxi aparcado. Su padre, vallisoletano, se dedicaba a ese mismo negocio. Pero este taxista no da señales de vida. En el mercado cercano, sin embargo, hay un hombre que asegura haber sido compañero suyo en el colegio. “Era ya desde niño bastante serio y no muy simpático, muy cabezota y muy suyo”, asegura este individuo de barba blanca, que tampoco se siente nada conmovido por el futuro del ‘major’: “Si ha hecho algo mal, pues que lo pague como todo el mundo, ¿no?”. El pequeño círculo del policía sostiene que es un hombre muy inflexible y de difícil acceso.

Dos mujeres de algo más de 40 años salen con las bolsas de la compra de uno de los dos supermercados DIA de la zona. Ellas son más prudentes. Aunque tampoco tienen ninguna palabra de ánimo para Trapero: “Sabemos que es del barrio, pero no entendemos de política», dicen. Más crítico es Rafa, albañil emigrado hace 40 años de Granada, que se explaya algo más: “¡Son todos unos tontos, Trapero no tiene ninguna clase, le mangonean como quieren, que sea más listo!”, comenta mientras aguarda el autobús.

La gente ahora no tiene miedo, antes nos daba más cosa por lo de integrarse y tal, pero en estas zonas no somos de acojonarnos.

Por todo el barrio se observan banderas de España en los balcones. No es que sean abundantísimas, pero las hay. Sin embargo, no hay ni una sola estelada. Es normal, si tenemos en cuenta que casi el cien por cien de la barriada es inmigrante, como la propia familia de Trapero. “Hay un montón de banderas nacionales”, dice un chico joven con melena que se llama José. En realidad, desde donde se produce la conversación solo se ve una, pero el muchacho asegura que “la gente ahora no tiene miedo, antes nos daba más cosa por lo de integrarse y tal, pero en estas zonas no somos de acojonarnos y ahora que nos han tocado mucho los huevos salen los símbolos”. También concede que en la misma plaza en la que tiene lugar la charla, muy cerca del bar Frankye, “a la noche hay más yonquis que gente normal”, y se ríe antes de pegar un trago a su cerveza.

Finalmente, alguien parece que habla bien de Trapero. “Sí, el trapero nos hacía muchos favores, muy buen tipo”, concede Miguel, de 83 años, mientras se toma “un vino y solo uno”. Pero es una confusión. En realidad, Miguel, emigrado hace 50 años de Huelma (8.000 habitantes), provincia de Jaén y uno de los pueblos de los que más gente marchó a esta ladera, se refiere al trapero de verdad, un tipo que recogía desechos con su carro y que era “muy buen chico”. “El de la policía ese sé que es de aquí, pero yo no he hablado con él. Quizás es buena gente, ni idea, pero el que iba con su carro recogiendo cosas era un tío estupendo”, concluye antes de marcharse porque si no se lía “y es peor porque me ha dicho el médico que un vino y solo un vino”.

No le importa a nadie

 
“El Trapero fue al colegio con el Fran, claro que lo conocemos”, dice otro de los hombres que pasean por la plaza. Cuando se le pregunta que qué tal concepto tiene el Fran de Trapero, se encoge de hombros: “A ver, hay cosas que mejor no hablar”. Si se insiste, peor: “A nadie le importa ese tipo aquí y no voy a decir más”.

Miguel está muy cerca de la cima del pequeño otero, a menos de 100 metros de la casa de Trapero. Tampoco tiene dudas ni mucha empatía: “Que los metan a todos en la cárcel por jugar con el dinero de la gente y meterse en cosas que hacen que las personas no podamos vivir en paz”, dice este joven al lado del colegio donde aguarda la salida de los chicos. “Si encuentras a alguien que le de pena en el barrio, vienes y me lo cuentas”, insiste desafiante. Este diario no lo encontró. Y, por supuesto, los transistores y televisiones mostraban los consuetudinarios concursos vespertinos. Nadie movió una ceja por Trapero.

 

 

FUENTE: ELCONFIDENCIAL