Un rasgo de las grandes compañías a nivel mundial es la de publicitar sus actos solidarios. Sin reproches, solo deseo exponer cómo no sería necesario o se evitaría si los grandes emporios, personales y empresariales, antepusiesen las infraestructuras humanas por delante de las infraestructuras del capital

 

Hace unos días escribí un artículo sobre las subidas de los precios de algunos productos de Mercadona. Tal vez generalicé, pero no se trataba de un artículo económico, ni siquiera de control de consumo. Era exclusivamente una crónica de conciencia social humanitaria en tiempo de pandemia. Por ello, al menos para mi conciencia y la de muchos y muchas de mis lectores y lectoras que me lo reafirmaron, tal como se escribió y ellos y ellas lo leyeron, este es el valor autentico de lo publicado, el resto es indeterminado. No me considero tan pretencioso como la marca del supermercado o las expresiones de «ordeno y mando» de su asesor jurídico, más cercano a una sentencia de «fusilamiento en la Plaza Mayor» o similar. No obstante, en estos tiempos de algo hay que morir. ¿Verdad capital?

Me dirigí a mis lectores y lectoras desde mi conciencia social colectiva, sin intención de que este pequeño «David», con su humilde onda pudiese despertar tanto interés en una marca comercial. Ni lo consideré ni creo que este modesto humanista pudiera afectar a miles de millones de euros de beneficio. Si hubiera sido así primero me sorprendería y posteriormente me disculparía. Siempre pido perdón cuando soy consciente de haber errado. La soberbia es «el pecado capital» más rechazable en mi condición humana.

Desde el humanismo, no desde marketing ni de la imagen de marcas, ni de la economía en general de la cadena de supermercados Mercadona. En esa pieza de opinión e información humanista informé de ciertos aspectos de la política de precios de la cadena, al igual que del comportamiento, conocido de forma testimonial, de una empleada y empleado de seguridad, que, en la situación actual, con millones de trabajadores afectados por ERTE, autónomos que han tenido que cerrar sus negocios o de cientos de miles de trabajadores que han perdido sus empleos me pareció insolidaridad.

Más aún, uno de los productos que sufría subidas de precios era la naranja. La naranja no es un producto cualquiera. La Comunidad Valenciana es la mayor productora y accionistas de la cadena, al parecer, grandes productores de naranjas, uno de los productos más demandados en esta pandemia, según recomendaciones de la publicidad masiva de las redes, desde donde tanto bulo, por cierto, se ha difundido.  Bulos de todo tipo, sociales, políticos, humanos, económicos, sanitarios, estadísticos de la enfermedad, (contagios, muertes, curaciones, escasez de medios, manipulaciones de encuestas, residencias de ancianos no controladas, declaraciones de políticos y responsables de administraciones públicas).

Así lo conté, en este contexto. También otros medios muy relevantes lo hicieron dando muestra de verdad y valor. Si han recibido la amenaza de «presuntamente fusilarlo», lo desconozco, no obstante como el compañero o compañera será mucho más joven que yo le sugiero que no se atemorice, yo estoy dispuesto por mi edad a morir por los dos, si nadie le defiende de su verdad y de su conciencia.

En ocasiones este medio, por si le interesa al departamento jurídico, hemos publicado otras cuestiones sobre sus comportamientos humanos que, al parecer, por verdad, como esta, humanista no tuvo tanta repercusión para usted. Ya llegaré a saber los motivos.

Sin embargo, en esta línea de verdad y coherencia, he encontrado un aspecto de Mercadona en el que sí que se podría calificar de actitud solidaria: el reparto de miles de kilos de mercancía destinada a los bancos de alimentos y a comedores sociales. En este aspecto no tengo objeción de afirmar que Mercadona sí es una empresa solidaria, con criterios de la sociedad en su mayoría. Como demócrata lo acepto, como humanista yo lo llamaría caridad. Perdonen señores de imagen y marketing, para mí la caridad y solidaridad es muy diferente. Qué pena que no esté en estos momentos Jesus de Nazaret predicando con su propia voz el concepto de solidaridad.

Las grandes compañías y las grandes fortunas, directamente o a través de fundaciones, se encargan, a través de noticias publicitarias, de que todo el mundo sepa de las acciones caritativas que realizan y a quién va destinado. Ya escribí hace un mes que, en realidad, lo éticamente válido es que nadie se enterara de ello. Es muy lícito, válido y necesario que quien más tiene aporte a los que menos, pero sin que nadie se entere, porque la buena intención, de la que nadie duda, se puede convertir en autopromoción y, entonces, ya se está sacando un beneficio de solidaridad y eso ya no es tan saludable para lo ético. Tampoco ocultarlo, pero, tal vez, no hacerlo aplicando las técnicas del entetanimiento.

Hace unos años, al recibir el Premio Ones Mediterrànea, afirmé que las infraestructuras económicas no deben anteponerse a las infraestructuras de las humanidades, porque si las decisiones desde un principio se adoptaran desde el punto de vista prioritario del humanismo se podrían evitar, estoy seguro, las crisis de las economías, incluso las del capital deshumanizado. Si se priorizaran los valores humanos de la conciencia social colectiva no haría falta la solidaridad ni la caridad porque nadie necesitaría de ella.

Una gran compañía como Mercadona superó el año pasado los 25.000 millones de euros en ventas con un beneficio de 623 millones con una plantilla de más de 90.000 trabajadores y trabajadoras en España y Portugal. Desde un punto de vista humanista posiblemente la cadena de supermercados, obteniendo menos beneficios, necesitaría de unos cuantos miles de empleados más que se salieran de los cálculos fríos del escandallo del departamento de planificación o de recursos humanos. Sugiero que ponga humanistas, si es feminista de la igualdad real mejor, en sus empresas y de asesor en sus vidas.

Eso es el capitalismo deshumanizado y, por supuesto, es habitual entre las grandes compañías y las grandes fortunas del mundo, no es un concepto que hay que patrimonializar en uno solo de sus componentes. Necesariamente la ética  no tiene por qué estar reñida con el beneficio, la ética sin duda si lo está, y siempre, con algunas formas de obtener beneficios en general y por lo general.

No puedo dejar de exponer la cita por la cual, exclusivamente y solo mencionada, repito, como cita sin entrar en comparaciones de ningún tipo. Un  monitor, durante clases de formación de técnicas de gestión, adiestraba  a delegados y ejecutivos y les inculcaba la frase, según el monitor,  del presidente de la consultora Odebrecht, la responsable de uno de los  casos de corrupción de la historia: «la corrupción no es más que una nueva forma de hacer negocios ». ¿Fueron lícitas las ganancias de Odebrecht? Ni legal ni éticamente lo fueron porque siempre antepusieron las infraestructuras de la economía  a las humanidades, a las humanas.

Sin embargo, no hay que irse a la corrupción tal y como la conocemos. Hay comportamientos diarios que buscan un incremento de la productividad y de los beneficios para repartir dividendos entre sus accionistas. La banca es un ejemplo de ello con la venta de productos plagados de cláusulas tóxicas o abusivas. ¿Son más importantes los accionistas a los clientes?, ¿el capital al ser humano, a la mujer y al hombre? No lo debería ser y, sin embargo, se genera una desigualdad que va en contra de los mínimos principios de solidaridad, de responsabilidad social, de los principios de la IGUALDAD REAL.  De ahí la importancia de este concepto supremo  como elemento fundamental para alcanzar los valores de convivencia en el que los seres humanos no sean masacrados por sus congéneres más poderosos, lo que hace años se solía denominar la explotación del hombre por el hombre. Lao Tse decía que «el sabio no atesora. Cuanto más ayuda a los demás, más se beneficia. Cuanto más da a los demás, más obtiene para él», y yo digo, que mientras más conciencia social ostente el ser humano y más ejerza la igualdad real más justos seremos.

En consecuencia, esa solidaridad de Mercadona y de otras grandes compañías hacia los más necesitados no sería necesaria si se aplicaran conceptos humanistas a las relaciones personales. Siempre habrá ricos, lo acepto, pero no acepto desde la conciencia social y la igualdad real que  éstos pudieran llegar a ser, o sean, desde cualquier espacio de responsabilidad que ocupe en la sociedad,  los causantes de la existencia de pobres. El mundo tiene recursos para que siga habiendo grandes fortunas y grandes empresas sin que exista una desigualdad tan grande entre las unas y las otras y, por lo tanto, que no sea necesaria la solidaridad…, menos aún la que pudiera  ser confundida con la caridad.

 

 

MANUEL DOMINGUEZ MORENO