ÁNGEL MONTIEL

 

Tal vez trace el segundo medio círculo según sea el resultado de quienes no le han dado oportunidad

 

Sin que yo le pregunte sobre el asunto, Diego Conesa se adelanta: «Lamento que María se haya retirado». Y le tomo el pie: «A lo mejor es que no le apetece a sus treintaytantos ser la número dos al Senado». Y Conesa se revuelve: «Ah, ¿es que el Senado no es importante? Es la Cámara que aplica el 155 de la Constitución a Cataluña».

El Senado es importante, ya que existe. Pero a él suelen ir los políticos que han consumado su trayectoria en puestos ejecutivos o donde se aparca a aquellos que precisan de un tramo para su jubilación. En la práctica, es un cementerio de elefantes o un espacio de consolación. Cuando no hay donde colocar a alguien se le manda al Senado, en algunos casos (véase el de Paco Bernabé, del PP) para que mantengan un sueldo a la espera de tiempos mejores en que sea posible una recolocación activa. Hay quien, como el exalcalde de Lorca, Francisco Jódar, se tira a los pies, literalmente, del presidente del PP, López Miras, para recordarle en el entreacto de un mitin en una pedanía lorquina: «Me prometiste que me harías senador; ahora es el momento de que me vaya a Madrid». A Jódar lo quitaron de alcalde, lo quitaron de consejero, y algo hay que darle. ¿Dónde hará menos daño? ¡En el Senado!

El Senado, si alguien nos quiere dar una lección teórica, es fundamental en la estructura institucional de la democracia. Pero todos sabemos que el Senado es una cosa a revisar. Ciudadanos quiere (o quería) cargárselo, y con razón. Tiene una sola virtud: es el experimento más a mano de lo que serían las listas abiertas, y da la casualidad de que con ese método siempre gana el PP. Hasta el punto de que, aun en tiempos de multipardisismo, es una de las pocas instituciones donde puede darse una mayoría absoluta. De la derecha, qué casualidad. Pero si gobierna la izquierda, lo que diga el Senado es un mero entretenimiento. Puede dictar la aplicación del 155 que los socialistas no quieren volver a aplicar. ¿Y qué más?

Parece de lo más normal que María González Veracruz se haya resistido preventivamente a considerar como ‘oferta de integración’ concurrir como ‘número dos’ (en la práctica) al Senado. Ni está amortizada, ni tiene edad para jubilarse, ni quiere hacer el papel de conformarse con un cargo destinado habitualmente para quienes no deben molestar. Supongo yo.

Nadie es imprescindible. Tampoco María González, faltaría más. Pero desde fuera del PSOE existía una enorme curiosidad para cuando llegara este momento. Se esperaba el gesto de Diego Conesa. ¿Pondría en primera fila de la lucha electoral a la mujer que le disputó en las primarias el liderazgo del partido y que acotó la distancia en unos escasos votos en segunda vuelta, y esto mediante la intervención oportuna del aparato nacional del PSOE, que aleccionó en Ferraz a un tercer candidato acerca de donde debía depositar los votos prestados? Lo lógico es que, en tiempos convulsos para los socialistas, una vez saldadas las primarias, se diseñara un espacio de integración, ya que de efectivos no van sobrados. La clave María González parecía fundamental también para conocer la capacidad de discrecionalidad del líder regional, Conesa, ante las admoniciones del aparato nacional, decidido a no dar ni agua a quienes no entregaran su alma a Pedro Sánchez en los momentos críticos de su liderazgo, cuando si alguien no se tiraba con él por un barranco era tildado de traidor. O traidora.

Pero es fácil apelar al ‘manual de resistencia’ de Pedro Sánchez. No todo es achacable a ese nido de rencor. Es verdad que en la organización murciana del PSOE María González pasa por ser el cerebro de su padre, Rafael González Tovar, en el periodo en que éste se empeñó en dirigir el partido. En realidad ese fue el cortafuegos que aplazó la posibilidad del liderazgo natural de María González, que quedó quemada al paso. Los partidos no obedecen a la lógica que puede considerarse desde el exterior. Y ocurre que hay quienes exigen sus prendas (yo te apoyé, yo fui fundamental para que ahora estés aquí, no puedes salvar a quienes compitieron contigo y perdieron…) y, frente al propio análisis de oportunidad electoral, prefieren el castigo de los propios.

María González debiera haber sido la candidata a la alcaldía de Murcia, formando tiquet con Conesa para las autonómicas. Una operación doblemente inteligente, ya que, de un lado, ella es una política en plena madurez, y de otro, el triunfo o fracaso de la aventura habría sido compartido por los respresentantes de un partido que en las primarias se repartieron el apoyo de la organización al cincuenta por ciento.

Conesa ha resultado ser un líder inesperado, pero capaz de templar al PSOE y de presentar una imagen ecléctica que ofrece confianza a derecha e izquierda. Sobre el papel, es una apuesta de calado, pero en el momento clave de su definición ha venido a actuar de manera demasiado previsible según los comportamientos tradicionales de los aparatos de los partidos. La renovación que proclama para la Región no lo ha iniciado en su propio partido. He dicho que María González no es imprescindible (nadie lo es), pero los gestos de integración y de acopio de fuerzas y referencias son muy definitorios. Y aquí, en el punto de partida, localizamos la primera decepción.

Pero hay que atender al subtexto. María Gónzález se retira de la actividad política (a la vez que anticipa que participará en la campaña electoral, para que nadie diga), pero añade que «he abierto un paréntesis». Cuando se abre un paréntesis en algún momento se ha de cerrar. Y a esto es a lo que conviene poner atención. Tal vez trace el otro medio círculo según sea el resultado electoral de quienes no le han dado una conveniente chance. Y esto es también lo que Conesa podría haber evitado si hubiera conjugado de manera adecuada el verbo integrar.