Hace un año estuvo a punto de morir por el cemento de La Manga y los cultivos intensivos. Ahora, empieza a revivir… mientras le dejen

El Mar Menor lleva cuatro décadas machacado por dos mordazas que no dejan de apretar y apenas le dejan respirar: el cemento de La Manga y la agricultura intensiva del campo de Cartagena. La mayor laguna litoral española se ha convertido en uno de los ecosistemas protegidos más azotados por el ser humano. Y el impacto de los vertidos de los hoteles y el nitrógeno de los cultivos lo ha transformado los últimos veranos en una «sopa verde» -como lo bautizaron los ecologistas durante el verano de 2016- al borde de la asfixia. Pero, a pesar de todo, la naturaleza se abre paso y los pescadores hace tiempo que no recuerdan un año tan bueno para la dorada. «Hemos sacado 100 kilos en la primera paranza [red], si sigue así calculo que sacaremos unos 2.000 kilos hoy…», dice un pescador mientras levanta con su compañero la red hasta la pequeña barca. «Este año, esto es una mina», se regocija.

Está a punto de amanecer en Puerto Menor, en La Manga. El verano ha robado la mitad del otoño, pero ya ha empezado a llegar el frío. Con las primeras luces el agua cristalina debería dejarnos ver el fondo. Apenas hay un metro de profundidad. Pero si metes la mano dentro del agua, no se ve a un palmo de profundidad. «Resulta parodójico, ¿no?, que uno de los ecosistemas más machacados por el hombre sea capaz de albergar poblaciones de especies pesqueras tan buenas», dice Pedro García Moreno, director del grupo ecologista ANSE (Asociación de Naturalistas del Sureste), que acaba de recibir en Madrid el Premio Fundación BBVA a la Conservación de la Biodiversidad en España.

Desde la lancha en la que los miembros de ANSE colaboran con los pescadores locales para hacer seguimiento de las especies y de los tamaños de los peces que se extraen del Mar Menor se ve entre la bruma de la mañana el campo de Cartagena, reverdecido en la Murcia semiárida en un año de sequía salvaje por kilómetros de tuberías de regadío. En los últimos años, la acumulación de nitratos procedentes de esos campos de cultivo que limitan con la laguna litoral en el campo de Cartagena y las altas temperaturas han creado la tormenta perfecta para la proliferación de algas microscópicas que han dejado el Mar Menor en la UVI durante los veranos, un proceso llamado eutrofización que evita el paso de la luz en la lámina de agua y termina por asfixiar la laguna y disminuir las especies que viven en ella. El 85% de la pradera submarina desapareció de este mar, según un estudio del Instituto Español de Oceanografía. Por ese motivo, ANSE lanzó en 2016 una campaña junto con WWF España en la que grabaron a unos buceadores en el mar interior para llamar la atención sobre la situación penosa que atravesaba, transformado en una «gran sopa verde».

«El Mar Menor es uno de los sitios donde más hemos trabajado», cuenta Pedro García mientras dirige la zódiac entre las redes de pesca hacia Puerto Menor. Y el trabajo ha sido descorazonador en muchas ocasiones, reconocen, porque han visto alicatar auténticos paraísos naturales. «Hasta los años 60, en La Manga prácticamente sólo había dunas y vegetación de matorrales», asegura García Moreno.

«Era una época en que la población desconocía el enorme valor de la biodiversidad. Cuando empezamos, nos preguntaban qué queríamos proteger, porque decían que en esta zona no había nada interesante», cuenta. El litoral empezaba a ser reconocido, pero sólo como recurso económico ligado al turismo de masas. La urbanización del brazo de arena que separa el Mediterráneo de la laguna litoral crecía a un ritmo endiablado: de cerca de una quincena de viviendas construidas en 1970 se pasó a casi 5.000 a principios de los 80. El ladrillo fue el germen de las primeras campañas importantes de ANSE.

Al pasar por delante de los huesos del cadáver del proyecto de Puerto Mayor que aún quedan clavados en la lámina de agua de la Caleta del Estacio, García cuenta aquella batalla que ganaron en enero de 2005 con pelos y señales. «Vinimos antes de que amaneciera. Lo recuerdo perfectamente porque en Murcia y al nivel del mar nunca nieva, y aquella mañana nevó. Algunos compañeros se encadenaron a las máquinas y otros a la puerta de entrada de la obra», recuerda. «Nosotros vinimos con nuestro barco, el Else, y Greenpeace también trajo el suyo. Desplegamos unas pancartas y estuvimos así, resistiendo, durante horas. Hasta que a media mañana me dijeron: ‘¡Ya está! La ministra Narbona ha recurrido la autorización del puerto por la vía judicial’. Fue una alegría tremenda», rememora. De haberse llevado a cabo hubiera supuesto la destrucción de un kilómetro y medio de playas y unas 25 hectáreas de arenales y se hubiera sumado al mayor puerto de la costa de la Región de Murcia -Puerto Menor- que ya cuenta con casi 1.000 puntos de amarre de los que sólo está ocupado alrededor del 80%.

Pero además de la labor de denuncia, estos héroes locales del ecologismo también han hecho un trabajo de conservación muy importante no sólo en La Manga del Mar Menor, sino también en los ecosistemas semiáridos del Sureste de la Península Ibérica.

Es apenas un paso de arena entre los edificios, pero con la presión urbanística de este rincón de la costa mediterránea, a García y a sus compañeros les sabe a victoria en Champions. Se trata de uno de los últimos arenales del Mar Menor, cuya restauración con flora autóctona ha corrido a cargo de ANSE. «En un año, con estas barreras de cañas hemos logrado que se vuelvan a formar las dunas», explica García Moreno mientras pasea mostrando estos apenas 40 metros lineales de costa arrebatados al cemento. «Es una actuación modesta, teniendo en cuenta la magnitud del problema en todo el Mar Menor, pero demuestra que es posible recuperar espacios», apuntala Carmen Martínez, también de ANSE.

A pesar de este atisbo de mejora, el urbanismo ha alterado de tal manera la ingeniería natural del Mar Menor que sus condiciones ecológicas se han mediterraneizado, lo que ha abierto la puerta a especies invasoras, de ahí la proliferación de medusas que ha incomodado a los bañistas en los últimos veranos.

A lo largo de los años, ANSE ha promovido la creación de espacios protegidos como Cabo Tiñoso en 2016, ha frenado proyectos urbanísticos e infraestructuras, ha controlado la contaminación agroquímica… pero no ha acabado con la prensa hidráulica que asfixia este rincón de la región murciana.

«Hay soluciones, pero los gobiernos, aunque están preocupados, no están haciendo lo que tienen que hacer», denuncia García. «Es muy importante colaborar con los sectores que extraen recursos. Si pescadores, agricultores y organizaciones ecologistas nos ponemos de acuerdo, es más que probable que las administraciones y otros sectores nos acompañen«, vaticina Pedro García.

FUENTE: EL MUNDO