GREGORIO MORÁN

 

Maldita memoria. En enero de 1960, recién tomado el poder en La Habana por los llamados Barbudos, Fidel Castro discurseaba en la televisión cubana inaugurando aquellos sermones que duraban horas. El Primer Ministro de la Revolución, seguro de lo que decía, acusó a la Embajada de España de ser un nido de contra revolucionarios. Sin pensárselo mucho, siguiendo su manera de ser, el embajador español Juan Pablo de Lojendiose dirigió a los estudios de televisión donde peroraba Fidel y le interrumpió tratando de desmentir lo que era una evidencia. Le concedieron 24 horas para que abandonara el país y el arrogante Lojendio volvió a España entre aclamaciones de la prensa de aquí, que le consideró poco menos que libertador del pueblo cubano.

Llamativo, tratándose de un reaccionario medular, activo dirigente de la CEDA de Gil Robles en San Sebastián, donde había nacido y donde se postuló sin éxito a diputado en las últimas elecciones de la II República. Una ojeada a las hemerotecas de entonces, sin arañar más a fondo, basta para provocar el mismo rubor ajeno que la reciente beatificación de Guaidó.

Ahora sabemos que a Franco no le gustó aquella improvisación de su embajador, al que desde entonces nombró para misiones en Suiza y el Vaticano, lugares donde no cabían las iniciativas chuscas. Por lo demás, mantuvo relaciones diplomáticas con la Cuba castrista que tan costosa fue para los patrimonios de los hacendados españoles, incluso logró ser una excepción en el bloqueo norteamericano de la isla, apelando a lazos históricos y familiares. La izquierda de América Latina tenía que pernoctar en el Madrid de la dictadura para usar el único puente aéreo de habla hispana que existía con La Habana, soy testigo. El de México era más inseguro.

¿Y por qué lo hacía Franco? No porque se identificaran de dictadura a dictadura, para eso ya tenía el feliz recuerdo del sátrapa Batista al que derribaron los Barbudos y al que ayudó a gastarse los millones robados. Lo hizo por interés. La política exterior de los Estados se rige por los intereses, todo lo demás son engañifas para cándidos. No hay excepción y cuando lo parece, oculta lo mismo tras varios disfraces. Lo hizo Aznar con Irak, donde el trance de convertirse en palanganero de Bush y Blair no ocultaba la mirada puesta en conseguir para el mayordomo los beneficios de ser admitido en el desaprensivo club de los grandes. Para los cínicos quedó el señuelo de las armas de destrucción masiva ¡Los tres de las Azores sí que fueron armas de destrucción masiva!

Ahora tenemos por España al inefable mozo del Faubourg St. Germain, Bernard-Henri Lévy, haciendo de actor. De sus diversas actividades es la que mejor va a su carácter y a su trayectoria. Como buen blanqueador de pasados y sepulcros consigue hacerse olvidar su  campaña buscando mercenarios que derribaran a Gadafi. Fue el vocero de la intervención militar en Libia. La iniciativa provocó una guerra civil que aún sigue y la proliferación de Gadafis como palmeras. Aspiraba a hacer de lord Byronpor correspondencia y acabó de criminal de guerra en grado de colaboración. En política exterior la frivolidad puede llegar a delito.

Venezuela es el país con mayores y más cualificadas reservas petrolíferas del mundo. No es más despótico que Arabia Saudí, pero tiene mayor potencial económico. Hasta ahora se caracterizaba, salvo contadas excepciones, por tener líderes tan charlatanes y desfachatados como Maduro, e incluso más corruptos. Escuchar la palabrería chumacera de Maduro desborda el equilibrio mental, quizá sea un opiáceo político que se cría en las cercanías del Trópico y que lo impregna todo, desde la literatura hasta la insolencia verbal. Pero no podemos olvidar los intereses.

La confiscación de las cuentas petroleras venezolanas en depósitos norteamericanos es una declaración de guerra. Que Donald Trump decida a quién otorga el dinero robado alcanza la provocación; una más de quien ha hecho de la provocación una atribución del liderazgo. Se está creando el ambiente imprescindible para la intervención militar en Venezuela, prólogo de la inminente guerra civil sobre un paisaje desolado de pobreza que se disputarán un presidente arrogante que está en el poder gracias a unas elecciones irregulares y un autoproclamado presidente interino que debe su nombramiento a los Estados Unidos y a un baño de multitudes en las calles de Caracas, la ciudad más violenta del mundo.

La tendenciosidad informativa y la manipulación alcanza cotas bélicas. Es sabido que la primera víctima de la guerra es la verdad y ahora anda malherida entre un poder represivo y una oposición que cuenta con fondos ilimitados para mentir. Para los Estados Unidos de Trump Venezuela es un gran negocio que no puede perder y que cada día se le complica más con la entrada de competidores tan inquietantes como Rusia, China o Turquía, economías emergentes. Y ahí aparece nuestro Sánchez haciéndose eco de los halcones de la Unión Europea, que no son todos, como nos quieren hacer creer, sino los cuatro con intereses en Venezuela, y amenaza a Maduro con castigarle ¡si no convoca elecciones en ocho días!

Ya podían haberse buscado un portavoz con mayor autoridad respecto a la convocatoria electoral. Cuando escucho a los prebostes de la Internacional Socialista, toda sensatez y probidad democrática, no puedo evitar el recuerdo del presidente venezolano más corrupto y represor en muchas décadas, lo cual tiene su mérito crematístico. Carlos Andrés Pérez, el famoso CAP, socio del club de la socialdemocracia internacional y compadre de Felipe González. Hizo de muñidor del PSOE, que supo pagarle en especies tanto a él como a sus cómplices.

La colonia española en Venezuela se acerca a los 200 mil residentes, no creo que cuenten mucho en los intereses del Gobierno español. Los que sí cuentan son los centenares de ricos venezolanos asentados en España que ejercen de grupos de presión, dominando bufetes mercantiles e intelectuales de la saliva, siempre en defensa de sus intereses mientras alimentan la ola venezolana.

Una cosa es que Maduro nos parezca un fantasma salido de una mala novela del llamado realismo mágico y otra que haya que comulgar con la libertad diseñada por Trump y los saqueadores de la economía venezolana. Merece la pena pensar en las razones de los gobiernos de México, Bolivia y Uruguay, que están más que inquietos por las amenazas de los intervencionistas frustrados. Una guerra civil en Venezuela seria otra brillante idea sangrienta de la Inmobiliaria Donald Trump, diseñada para clientes que no residen en Caracas.