CARLOS GOROSTIZA
Las palabras de Stanislas Guerini, portavoz del partido de Macron (LREM), apelando a un diálogo útil con los socialistas españoles dado que “hay socialdemócratas con los que tenemos puntos de convergencia”, no ha podido sentar nada bien en Ciudadanos, inmersos como están en plena campaña pública para alejarse todo lo posible de Sánchez “el maligno”.
Llueve sobre mojado, ya que no es la primera vez que los liberales franceses con los que Ciudadanos quiere vincularse, alaban al PSOE y, por si fuera poco, los afines a Macron y sus socios europeos no han disimulado nunca su disgusto con el pacto que los naranjas niegan pero tienen de hecho con la extrema derecha en Andalucía: un escollo para los europeístas hermanados con Ciudadanos y que el mismo portavoz de los liberales franceses ha vuelto a calificar como línea roja, por lo que cabe imaginar que no se mantendrán callados si se rehace en Madrid la excepción andaluza, a la que Rivera ha apostado todo su capital político.
Con el brexita punto de estallar en toda su virulencia (para asombrosa alegría de buena parte de los británicos), con Italia convertida en la gran jaqueca europea y con todos los populistas autoritarios y nacionalistas que minan Europa desde el Este, el discurso político del continente se va a ir polarizando cada vez con más claridad entre populistas antieuropeos, sean de izquierdas o de derechas, y europeístas convencidos, de izquierdas y de derechas también. Europa va a ser la raya que va a dividir la política que en tantos aspectos afectará a España en el futuro, nada que ver con la del sí o no a Pedro Sánchez, ni tampoco la del independentismo catalán que son, ambas, particularidades locales nuestras sin recorrido europeo y sin mucho futuro.
Es comprensible que los naranjas piensen que lo suyo es ahora o nunca, pero el problema para Rivera es que tanta urgencia sobrevenida para convertirse en un enemigo creíble del PSOE puede suponerle que pierda el tren del europeísmo y que, preso de su necesidad imperiosa de alcanzar cotas de poder en España, acabe en el lado malo del campo en el que se va a jugar el partido, cerrándose muchas puertas en Bruselas y Estrasburgo. Las mismas por las que Sánchez está entrando como Pedro por su casa; como un socio firme y confiable de Macron, Tusk y Juncker en su posición contra las divagaciones británicas.
La apuesta anti Sánchez de Ciudadanos es, por tanto, muy arriesgada porque, haciéndole perder amigos en Europa, que eso es seguro, podría pasarle que, a pesar de todo, no le salgan las cuentas en España porque los electores que no quieren ver al PSOE ni en pintura recuerden los muchos Reales Decretos Leyes convalidados por los de Rivera en la legislatura acabada, desconfíen de tanta fiereza de última hora y se refugien en las derechas originales. Algo de eso hay cuando un mínimo desliz de Ábalos, desvelando que muchos en el PSOE prefieren de socios a Ciudadanos en lugar de a los independentistas, llegó a tener tanta repercusión la semana pasada.
Diseñar una campaña hiperlocal, esclava de los porcentajes demoscópicos de odio interno, tiene, entre otras, estas desventajas: que los amigos de fuera miran y no entienden y, lo que es peor, que hablan sin atenerse al argumentario anti PSOE de la semana en curso, dejando en evidencia lo artificioso de tanta vehemencia casera.