Hace unos meses, Emmanuel Macron, el presidente francés, lanzó una señal de alarma equiparando la coyuntura actual de Europa con la del período de entreguerras, la misma del auge de los fascismos y la Gran Depresión. «En una Europa dividida por los miedos, el repliegue nacionalista o las consecuencias de la crisis económica, vemos cómo metódicamente se rearticula todo lo que pautó la vida de Europa entre el final la I Guerra Mundial y la crisis de 1929″, dijo en una entrevista. «Hay que tenerlo presente, ser lúcidos y saber cómo resistir a ello».

En los actos conmemorativos por el centenario del armisticio de la Gran Guerra, celebrados el pasado 11 de noviembre en París, Macron volvió a incidir en los peligros del nacionalismo y quiso colocar al resto de dirigentes mundiales frente al abismo: o las instituciones nacidas en la segunda mitad del siglo XX como la Unión Europea y la ONU resisten las embestidas populistas y se modernizan, o el mundo se encaminará a repetir sus grandes tragedias. ¿Es la visión del presidente francés demasiado pesimista o existen realmente motivos para sostener esta analogía?

«Yo tengo mucho miedo del futuro», reconoció preocupado Enrique Moradiellos, Premio Nacional de Historia en 2017, en una entrevista con este periódico a raíz de la publicación de su último libro, Franco. Anatomía de un caudillo (Turner). «No estoy convencido de que los sistemas democráticos en absoluto estén seguros allí donde gobiernan, por fuerzas internas y por presión externa».

Habla el historiador de esa corriente ultraderechista que se propaga por todo el continente —Le Pen en Francia, Salvini en Italia, Orbán en Hungría, el partido AfD en Alemania, etcétera— y aviva el desencanto de la gente, golpeada por los efectos de la crisis económica, con consignas nacionalistas. Es lo que el el historiador y politólogo italiano Enzo Traverso define como «posfascismo» en Las nuevas caras de la derecha (Siglo XXI editores). Una ideología transitoria y homogénea, que se basa en la xenofobia y el odio al diferente, pero con diferencias importantes respecto al fascismo desarrollado en los años 30.

«Motivos para preocuparse siempre hay», añade Xosé Manoel Núñez Seixas, que acaba de coordinar un ambicioso trabajo sobre el pasado de nuestro país, Historia mundial de España (Destino), aunque su pensamiento no es tan agorero: «La UE es muy distinta a los estados proteccionistas de la época de entreguerras. Los gobernantes ya no piensan la política como una guerra. Cualquier comparación con ese periodo es odiosa pero sí debemos tener en cuenta aquellas lecciones para no minusvalorar a los Salvini de turno».

A Núñez Seixas, autor también de algunos estudios sobre el fascismo, lo que le preocupa son las conquistas de libertad e igualdad que se puedan revertir —reconoce que esta coyuntura era inimaginable hace 20 años—, pero no una absurda escalada de tensiones: «En la sociedad actual la gente se insulta por Twitter, no es como en el periodo de entreguerras cuando las milicias salían a pegarse en la calle».

La crisis, el embrión ultra

¿Pero cómo se ha llegado a esta encrucijada? Responde Núñez Seixas: «Este movimiento triunfa en toda Europa por las incertidumbres que ha generado la Gran Recesión, por la sensación de que somos un parque temático de los chinos. La quiebra de esa certidumbre genera inquietud y miedos, y los miedos se traducen en un desencanto con las instituciones europeas. Muchos entonces creen ver un refugio en las identidades nacionales fuertes, las que hablan de reforzar las fronteras».

Álvaro Lozano, autor de XX. Un siglo tempestuoso (La esfera de los libros), concuerda con esta línea y, citando a David van Reybrouck, habla de “un cierto cansancio de la democracia, un desencanto con un sistema que en muchos casos es percibido como corrupto o ajeno a las necesidades reales de la gente”.

A pesar de encontrar ciertas similitudes entre las causas del malestar de la sociedad europea actual con la del primer tercio del siglo XX, los mecanismos con los que cuentan las democracias para combatir dicho hastío son mucho más férreos. Además de la existencia del Estado de Bienestar, Joan Maria Thomas Andreu, académico de la Real Academia de la Historia, menciona otra peculiaridad importante con respecto a épocas pretéritas: «Hoy las extremas derechas no pretenden destruir las democracias».

“La economía se ha remozado en profundidad, tanto la real —el nivel de vida ha crecido exponencialmente— como la teórica. Actualmente se pueden dedicar muchos más recursos a paliar los efectos de una crisis”, añade Álvaro Lozano. ¿Y en el terreno político? “Ni el comunismo ni el fascismo son ya más que residuos. El peligro de que esos fantasmas recorran Europa son bastante remotos, aunque su lugar ha sido sustituído por el populismo. Sin embargo, si las democracias europeas no son capaces de regenerarse se reproducirán extremismos”.

No obstante, Moradiellos también se agarra a esas advertencias que continuamente pronuncia Macron: «La cosa está fatal. Como quiebre y puede quebrar el experimento europeo…», dice el historiador haciendo referencia a la improbabilidad de que estallase una guerra en Ucrania hace apenas unos años. Thomas, autor de Los fascismos españoles, no ve a la UE colapsando: «La situación requiere soluciones políticas, de profundización de la democracia y políticas sociales más agresivas y solidarias. Si no se abordan, el tejido se tensa, pero no se va a romper».

El caso de España y Vox

La irrupción de Vox en el panorama político nacional tras las elecciones andaluzas ha empujado a un primer plano el debate sobre las ideologías ultras en España. Ya no es algo residual o solo presente en otras zonas de Europa, sino que la formación antiinmigración y nacionalista de Santiago Abascalcuenta cada vez con más apoyo social. Quizás la explicación a este repentino crecimiento haya que buscarla, según explica Núñez Seixas, en una «especificidad española»: la cuestión catalana. «Vox explota la utilización de los símbolos y la bandera para combatir ese sentimiento nacional amenazado». También en una anomalía: la gente solo votaba a un partido conservador (PP) en el que se fundían diferentes espectros ideológicos.

Entonces, ¿cómo hay que entender a Vox? «Es una nueva extrema derecha», responde Joan Maria Thomas, autor de una monumental biografía sobre José Antonio Primo de Rivera, fundador de la Falange. «No quiere el retorno del franquismo aunque sus votantes puedan, en parte, provenir de los descendientes de los españoles que fueron franquistas. Tiene un programa nacionalista español, centralista, radicalizado frente a la inmigración, antifeminista… todo esto frente a problemas reales (…) Su fortaleza es la debilidad de los políticos tradicionales».

Pero ninguno de los historiadores ve a Vox como una formación que represente los preceptos del fascismo, sino como un partido, según Núñez Seixas, capaz de modernizar los discursos de la ultraderecha español y que juega con la ambigüedad respecto al pasado dictatorial. «El ultranacionalismo español y la defensa del legado de Franco de Vox entroncan con elementos de la cultura política franquista», añade Joan Maria Thomas. «Pero no luchan por la implantación de una dictadura en España. Si no entendemos lo que son y solo los estigmatizamos no resolvemos nada».

 
 

FUENTE: ELESPAÑOL