FRANCESC-MARC ÁLVARO
La lógica política de los próximos meses en España será de una polarización extrema, con aires de los años treinta: a un lado, una derecha tricéfala y movilizada, decantada hacia el nuevo autoritarismo populista; al otro, las izquierdas y los partidos nacionalistas e independentistas, en torno a un PSOE que intentará construir un dique de contención con fundamentos fuertes en el centro socioelectoral. Los comicios municipales, europeos y autonómicos (en la mayoría de regiones) de mayo serán el primer combate, preparatorio de las generales. En este contexto, ERC y el PDECat (y/o Junts per Catalunya o la Crida) deberán tomar decisiones muy importantes, más allá de la posición sobre los presupuestos generales.
En el mundo independentista, hay una corriente muy activa que organiza todas las ideas a partir de un fatalismo según el cual no importa mucho ni la estrategia ni la habilidad propias porque el adversario aplica la fuerza y la trampa por sistema. Hay una base histórica y empírica para pensar así, ciertamente. Pero este enfoque tiene dos problemas al hacer política. El primero es relativizar la responsabilidad del campo independentista y ser autoindulgente. El segundo es la conclusión a la cual se llega desde el fatalismo: el único camino es el unilateralismo, el escenario insurreccional pacífico, lo que algunos –con frivolidad– relacionan con una versión catalana del Maidán; recomiendo que los ideólogos del “pit i collons” vean el documental Winter on Fire –disponible en Netflix– sobre la revuelta democrática y europeísta del invierno 2013-14 en la capital de Ucrania, y que se pregunten si la sociedad catalana tiene hoy el nivel de consenso y unidad estratégica para tomar esta vía, que fue vencedora pero incluyó muertos y heridos, a causa de la violencia ejercida por las autoridades prorrusas. El “cuando peor, mejor” seduce a estos entornos.
Los que no comparten esta visión, principalmente la dirección de ERC, algunos dirigentes del PDECat, y Òmnium, saben que lo peor ya se ve venir, y es un futuro gobierno del PP, Cs y Vox. “Nosotros no tenemos que salvar a Sánchez, tenemos que hacer la independencia”, replican airados los que todavía tienen prisa. En todos los análisis de los portavoces de la corriente Maidán, siempre se obvia que el independentismo no tiene una mayoría social lo bastante amplia para impulsar el choque abierto con el Estado, opción que tiene poco que ver con manifestarse cada Diada. Todo lo reducen a un problema de coraje y determinación, sin querer ver –por ejemplo– que la Seat de Martorell no ha seguido ninguna huelga organizada por el soberanismo.
Se dice que aparcar la vía unilateral reduce mucho el margen de negociación de un referéndum pactado con Madrid. En realidad, lo que lo reduce es el estancamiento del voto independentista, la desorientación estratégica, la gesticulación, y la falta de nuevos liderazgos. Mientras, lo peor –para españoles y catalanes– ha dejado de ser una idea abstracta.