«Si quiere jugar por acá, déjalo», dijo con toda naturalidadel Papa a la sonrojadísima madre de Wenzel, el chiquillo autista argentino que «robó» la audiencia general de este miércolessubiéndose al escenario para curiosear la mano enguantada y la alabarda de un guardia suizo, que se mantenía firme como una estatua a tres pasos del Santo Padre.

Los correteos de ese niño de siete años y el intento inútil de su hermanita pequeña para llevarle de nuevo al asiento donde estaban con sus padres, ambos argentinos, enternecieron a los siete mil participantes en la audiencia general, que aplaudían los gestos de Wenzel y la disculpa de Francisco al jefe de la Casa Pontificia, George Gaenswein: «Es un argentino: indisciplinado…».

Minutos después, el Papa volvió a conmover a los fieles explicando que «este chiquillo no puede hablar, es mudo. Pero sabe expresarse, sabe comunicar. Y me hizo pensar si yo soy también libre delante de Dios». Con toda sencillez, añadió: «Yo creo que nos predicó a todos este chico. Y pidamos la gracia de que pueda hablar».

Las anécdotas de niños enfermos y de ternura son muy frecuentes en torno al Papa. Algunas han sido vistas por mundovisión en todo el planeta, como la de un chiquillo autista colombiano de seis años, adoptado por un matrimonio italiano.

Mientras Francisco hablaba de alegría ante una plaza de San Pedro repleta de familias venidas de todo el mundo, el niño morenito de jersey amarillo se fue a dar un abrazo al Papa en mitad del discurso.

Francisco le acarició la cabeza e indicó por gestos a la seguridad que le dejasen tranquilo. El chiquillo se sentó en el asiento del Papa hasta que terminó el discurso y cuando Francisco volvió a ocuparlo se quedó a su lado jugando con él otros diez minutos.

Todo sucedía con la misma naturalidad con que los niños pequeños jugaban debajo del altar donde el Papa celebraba la misa en la cárcel romana de Rebibbia, a donde había ido a lavar los pies a seis reclusas y seis reclusos de pasado tormentoso un día de Jueves Santo.

Las internas pueden tener a sus hijos con ellas hasta los dos años, y los pequeñines correteaban a su gusto durante la ceremonia sin que molestasen a nadie. Al contrario, daban alegría a un encuentro cargado de emoción.

El Papa se conmueve siempre con los niños, los ancianos y los enfermos. Abraza con especial cariño a personas que sufren síndrome de Down o cuyas enfermedades les desfiguran, como un hombre de aspecto horrible por las enormes verrugas que le cubría toda la cara e incluso la parte posterior de las orejas.

Vinicio Riva era uno entre las docenas de enfermos que Francisco saluda antes o después de la audiencia general de cada miércoles y, al verlo, le abrazó y le besó. Vinicio, que sufre una neurofibromatosis de tipo 1 especialmente grave, estaba asombrado sobre todo «porque yo no soy contagioso, pero el Papa no lo sabía».

Otro encuentro emocionante fue el de Francisco con un hombre sin cara, pues le faltaba casi toda la parte delantera de la cabeza. No tenía nariz, ni pómulos ni mandíbula superior. Solo un gran hueco, de aspecto tremendo que invitaba a alejarse, y ausencia total de expresividad. El Papa fue inmediatamente a abrazarle y besarle, en un momento de gran emoción para ambos.

Un domingo de Pentecostés, al término de la misa en la plaza de San Pedro, el protagonista fue un muchacho en una silla de ruedas. Un sacerdote que le acompañaba explicó a Francisco que el chico sufría algún tipo de agresión diabólica. El Papa se volvió repentinamente serio y puso enseguida sus dos manos sobre la frente del muchacho mientras rezaba con gran intensidad. No fue un exorcismo, sino una plegaria fortísima, que impresionaba incluso al verla en directo por televisión.

En los encuentros de los miércoles hay también momentos inesperados muy divertidos, como el día en que Francisco atrapó, en un perfecto «catch», una bola lanzada por miembros de un equipo de béisbol. O el día que sostuvo en un dedo de su mano el balón de baloncesto que un miembro del equipo de los Globetrotters había puesto a girar a velocidad asombrosa.

Como los visitantes conocen el buen humor del Papa, hay también muchas anécdotas con animales. Francisco suele acariciar a los perros de los invidentes, e incluso a un cachorro de tigre que se trajo una vez un circo ambulante.

Otro día, un grupo de payasos que incluía en su espectáculo un gran loro de pirata, se lo acercó parea enseñárselo. Y el loro paso enseguida a apoyarse en Francisco.

 

 

FUENTE: ABC