Las reuniones nocturnas del abigarrado Estado mayor de la secesión en el Palau de la Generalitat le han dado la puntilla icónica. A tercios soviet, somatén y patrulla boy-scout, cristalizan exactamente lo opuesto a lo que se suponían las virtudes catalanas: ponderación, claridad, pactismo, coherencia, trabajo eficaz.
Hay una cierta manera de hacer las cosas. Este mandato de raigambre francesa es el que ha relegado, antes incluso de cualquier intervención restrictiva del Estado, la dirigencia segregacionista de Cataluña. Ha arrasado por sus propias manos –sin necesidad de los sempiternos y benéficos errores del enemigo– el conjunto institucional del país.
Con las previsibles consecuencias comprobadas en otros lugares de insurgencia política, deterioro económico, decrepitud cultural y desgarro social. Porque no hay crecimiento económico ni desarrollo social sin instituciones sólidas, como han concluido en los últimos años centenares de estudios de economistas, think tanks y organismos internacionales.
La destrucción de las instituciones y su reemplazo por el caos, la amalgama o la anomia destruye toda opción de futuro. La Generalitat secesionista ha vaciado a conciencia las instituciones autonómicas y sus instrumentos democráticos, aunque ahora llore su inminente pérdida, presuntamente a manos del Estado.
Lo esencial fue arrasar el ordenamiento legal, con las leyes rupturistas del 6 y 8 de septiembre mediante las cuales el Parlament abrogó parcialmente la Constitución y el Estatut: la suspensión/anulación por el Tribunal Constitucional de esos textos, no se olvide, vino a continuación. Consecuencia dramática del episodio fue instalar la inseguridad jurídica propia del Estado de derecho en uno de los territorios más seguros y previsibles del mundo: pocos sabían ya qué ley regía, a qué norma atenerse.
Junto a eso se aceleró el final de la separación de poderes. Es cierto que el sanedrín, pinyol o Estado Mayor venía reuniéndose semisecretamente desde hacía tiempo, y en formato variable: el president y el vice, el astuto Ex, algún otro consejero, la jefa del Parlament, los dos mandos activistas de las organizaciones patrocinadas, un consejero aúlico, un editor privado… Lo nuevo es que este poder clandestino y usurpante se ha congregado en las últimas jornadas públicamente, y en el edficio emblema. En formato ampliado. ¡Compareció hasta el síndic de greujes, el defensor de ya no se sabe qué pueblo!
Este poder es irresponsable, porque no responde a ningún organismo normativo de control: carece pues de accountability (sometimiento al supervisor democrático), de transparencia (no hay taquígrafos ni se redactan actas) y de procedimiento reglado alguno: soviet, somatén o patrulla scout, su última ratio es el turno de cierre, en el desorden de palabras, otorgado al Jefe.
Este no-organismo delega la ejecución de sus decisiones a las instituciones normales, cuyos protagonistas sí resultan responsables, por ejemplo ante la Justicia, de lo que justamente se quejaron los consellers purgados, que renunciaron o fueron destituidos, santa y elogiablemente temerosos por su libertad y patrimonios.
Y lo peor: ¿qué hacen ahí gentes no electas ni en primer ni en segundo grado, como los dos activistas o el editor privado? ¿Qué intereses representan? ¿Qué ganancias se les promete? ¿Qué es esta colusión de afanes públicos con intereses privados?
Así que la legitimación de origen del Govern y del Parlament ha sido arrasada por ellos mismos. Y la otra legitimidad, la política que se obtiene gracias a los resultados alcanzados, también. No solo porque la Cámara hegemonizada por los secesionistas haya sido la más vaga de la historia: hubo un ejercicio en que solo aprobó una ley; en esta legislatura solo ha cumplimentado la mitad de sus deberes. Y no solo porque el Govern se haya dedicado únicamente a la agitación y propaganda, escudándose en el buen hacer inercial de una Administración bastante engrasada. Sino porque su resultado final anticipa el desastre y el caos: como los procurados por todos los dirigentes irresponsables de 1640, 1714 o 1934. Los dirigentes de la anti-Cataluña, quina desgràcia!