FERNANDO SALGADO
Antes de que Pedro Sánchez acabe de festejar su rotunda victoria. Antes de que Rivera termine de rumiar su mala noticia -no gobernarán las tres derechas- y celebrar la buena -Ciudadanos casi pilla al PP-. Antes de que Casado, tendido en la lona, consuma los diez segundos que se conceden a todo púgil noqueado para reponerse. Antes de que Iglesias halle la fórmula para reconfortarse de su caída con un par de ministerios. Antes de todo eso, ya anda la derecha mediática, editoriales de periódicos y tertulianos de postín, promoviendo un pacto PSOE-Ciudadanos. Muy pronto se sumarán a la presión los poderes fácticos: la banca, el Ibex y el sursuncorda. Presión en ambas direcciones. A Rivera le piden que ponga a girar de nuevo la veleta naranja, que experiencia en el oficio no le falta, y a Sánchez, que rompa con Iglesias y le niegue el saludo a los del lazo amarillo.
La suma da, es evidente, pero también nos enseñaron en la escuela que no se pueden sumar el tocino y la velocidad. Por poner un ejemplo entre mil: ¿significa ese improbable pacto que el PSOE, con su control absoluto del Senado, impondrá el 155 sine die en Cataluña y que Ciudadanos bendecirá aquellos frustrados presupuestos que aborrecía?
La derecha, en este caso la derecha sociológica, es irreductible. Se la trae al pairo el dictamen de las urnas, porque la voz soberana se pronunció con meridiana nitidez. E impartió tres lecciones. La primera, que los ciudadanos no se dejaron arrastrar por la crispación, la radicalización y los insultos dirigidos al felón Sánchez. Los españoles sensatos se mantienen en la zona templada donde se dirimen las mayorías. Rivera, que se percató de ello a última hora, se puso a golpear como un poseso a Pablo Casado y a rasgar con aspavientos la foto de Colón, salvando in extremis sus muebles. El PP se convirtió en una pálida copia de Vox y así le fue. El caso de las dos Cataluñas me parece igualmente representativo. En la banda soberanista, el pragmatismo de Esquerra laminó al irredentismo de Torra-Puigdemont. En la banda de Lestrove, los socialistas golearon a Ciudadanos y barrieron al PP. La brecha en la convivencia se cerró algunos milímetros el domingo.
Segunda lección: la izquierda dual se impuso a la derecha trifásica. La interpretación de que el pueblo español quiere un Gobierno de izquierdas no parece osada ni descabellada.
Y la última. Siete millones y medio de españoles aprobaron el rumbo emprendido por Sánchez desde la moción de censura, incluyendo su vía catalana o los denostados viernes sociales; le concedieron más fuerza y le aligeraron la alforja para que continuase en la misma dirección. Otros cuatro millones de españoles, estos de Ciudadanos, rechazaron de plano esas políticas y lo que Sánchez representa. A la vista de lo cual, los poderes fácticos piden a Sánchez y a Rivera que pacten, que se inmolen por su país y que traicionen cada uno a los suyos. Y con un interés más prosaico que patriótico: los poderosos quieren recuperar con un pacto de salón lo que perdieron en las urnas.