En el Partido Popular cruzan los dedos (unos) y se mesan los cabellos (otros) pendientes de la decisión del pueblo andaluz este mismo domingo. Todo el mundo descarta una victoria —como ya ocurrió en comicios regionales pasados— y, dadas las difíciles circunstancias, a lo más que se aspira es a consolidar la segunda fuerza.
«Rajoy y Cospedal han dejado el partido hecho unos zorros…», susurra un veteranísimo dirigente al que no le gustaría irse al otro barrio con la pena de que la formación en la que vivió toda su existencia desaparezca como un mal soufflé. Es una prueba de que el “efecto Casado” no ha dado la vuelta a una situación heredada, claro que todo el mundo recibe herencias unas más letales que otras. Aznar necesitó tres oportunidades; Rajoy otras tres.
Pregunté hace unos días a mi stajanovista colega Paco Marhuenda —me asombra la capacidad del periodista catalán para extender la amistad con «Razón» entre rojos, azules, maoístas, bolivarianos, de aquí y allá— si sabía cómo estaba el registrador Rajoy ya de regreso a Madrid. Su respuesta viene a coincidir en lo esencial con otras percepciones que yo había tabulado por esos días. Es natural que, un expresidente durante casi siete años, muña internamente esa sensación de vacío y abandono de alguien que ha sido desalojado por el poder y ni siquiera sus ‘hereus’ hayan podido salvar los muebles dentro del PP.
La vida no es necesariamente justa (mucho menos la política), pero al final cosechas el vino que has ajetreado en el lagar. Rajoy despreció cosas elementales de la vida política democrática en una sociedad catódica y repleta de cortinas de humo. Ha pagado por ello. Su final, reflejó el «Rajoy style» en estado puro. Hizo un gran discurso parlamentario, estuvo contundente en las contradicciones de los que ya le habían desalojado del poder para irse finalmente a refugiar en un restaurante cuando su ‘corpore in sepulto’ se paseaba por el hemiciclo.
Es fácil con el tiempo pasado decir lo que entonces era más conveniente hacer. Salvó al Reino de España de la intervención, ni quiso ni supo explicarlo, no mandó a galeras a todos los Bárcenas que pululaban a su alrededor y que Aznar le había dejado camuflados y, además, no supo retirarse a tiempo.
Ahora es lo que hay.