El exsecretario general planea acelerar la convocatoria de los congresos regionales y provinciales si logra obtener de nuevo el apoyo mayoritario de los militantes
Lo que era un temor basado en presunciones y antecedentes ha adquirido visos de certeza. Desde que Pedro Sánchez anunció su propósito de recuperar el liderazgo del PSOE, los principales barones del partido –que erróneamente le dieron por muerto el 1 de octubre– temen que, si lo consigue, habrá una purga y ellos pagarán la factura de su caída.
Hace ya semanas que, por fuentes indirectas –la relación personal es inexistente–, saben que, si gana las primarias del 21 de mayo, Sánchez planea acelerar lo más posible la convocatoria de los congresos provinciales y regionales para “adecuar” los liderazgos territoriales a la que sería la nueva mayoría en la organización. Pero, desde esta semana, lo que era una presunción se ha convertido en una certeza –una “amenaza”, dice alguno–. Lo adelantó el miércoles el director de este diario, Nacho Cardero: donde hay siete se ponen otros siete; y el jueves lo confirmó el propio Sánchez en la Cadena Ser: si las bases le dan de nuevo su apoyo, los líderes territoriales “tendrán que revisar si están representando el sentir de los afiliados”.
La inexistente relación entre Sánchez y los presidentes autonómicos está marcada por una recíproca animadversión personal cocida a fuego lento
No es solo una cuestión de compatibilidad política o de quién ha apoyado a quién, sino de animadversión personal. Se supone que la militancia en un partido es una decisión política y, por tanto, racional. Pero para muchos militantes –y los dirigentes también lo son–, el PSOE no es solo su partido, es su “segunda casa” o su “segunda familia” y están viviendo la crisis de forma más emocional que política (racional). Hay quien llega a reconocer que todo lo que ha pasado, y está pasando, le empuja a sentir odio hacia algunos ‘cocarnetarios’ a pesar de que intelectualmente repudia esa emoción (la fraternidad se presume una seña de identidad primordial del socialismo).
Odios cainitas
Algo parecido ocurrió en los años noventa, cuando se produjo la ruptura entre Felipe González y Alfonso Guerra. Pero, entonces, los militantes percibieron la crisis como un divorcio entre “papá” y “mamá”; los afiliados querían a ambos y hubo mucha gente que trabajó -aunque sin éxito– para favorecer la integración y recuperar la cohesión interna. Ahora ya no son “papá” y “mamá” los que están peleados; son sus descendientes, tres ‘hermanos’ que libran una guerra descarnada por quedarse con la ‘capitidisminuida’ herencia.
Como durante el pulso entre guerristas y renovadores, se han roto relaciones personales de décadas pero, a diferencia de lo que ocurrió entonces, hay muy pocos, si es que hay alguno, trabajando por la integración; no porque no haya gente dispuesta a desempeñar esa función, sino porque los que lo intentaron se toparon con una pregunta que revela una actitud que lo imposibilita: “Tú, ¿con quién estás?”. Y el odio cainita se ha propagado desde las cúpulas hacia los militantes, que solo acuden a los actos del candidato por el que apuestan, sin mostrar ningún interés por escuchar las razones del otro, de modo que la fractura afecta al conjunto de la organización: de arriba abajo y de abajo arriba.
La animadversión entre Sánchez y aquellos que en 2014 lo auparon a la secretaría general para atajar el paso al ‘radical’ Eduardo Madina es recíproca y se ha ido cociendo a fuego lento durante los casi tres años que han pasado desde aquellas primarias. Se manifiesta de forma especial con el presidente de Aragón, Javier Lambán, que en diversas ocasiones se ha pronunciado sobre el exsecretario general con formas poco afortunadas y nada respetuosas, incluso cuando todavía estaba en uso de sus funciones. Pero no se libra ninguno de los siete presidentes autonómicos. Ni siquiera la balear Francina Armengol, que pasó de apoyar a Sánchez a decantarse por Patxi López, y tampoco el castellano-manchego Emiliano García Page, que se dejó jirones haciendo hasta el último momento de mediador entre él y Susana Díaz.
Para muestra, un botón. García Page, como la misma Armengol o el valenciano Ximo Puig, todavía están esperando una felicitación personal del que era su secretario general por haber arrebatado al PP los gobiernos de sus respectivas comunidades autónomas. Aseguran que no la hubo en la reunión de la Ejecutiva que se celebró tras los comicios de mayo de 2015, cuando ya se percibía que las alianzas les permitirían convertirse en presidentes, y tampoco después.
Historial de agravios
La cosa viene de muy atrás. Los partidarios de Sánchez acusan a los barones de haber torpedeado al secretario general desde los primeros meses de ejercicio de su cargo y los líderes territoriales recuerdan cómo impuso en las elecciones municipales cabezas de lista en contra del criterio de las direcciones regionales o las llamadas de César Luena –el que fuera su brazo armado, ahora alistado con Patxi López– amenazando con desestabilizar las federaciones discrepantes y/o promoviendo activamente la organización de sectores críticos; como hizo en Asturias para amedrentar y debilitar a Javier Fernández, el único que seguramente dirá adiós por voluntad propia. Pero Fernández, que va por su segunda legislatura, está de retirada y los otros seis viven su primer mandato presidencial –con los matices del extremeño Guillermo Fernández Vara, que ya gobernó antes de pasar a la oposición y recuperar el gobierno regional, y de la andaluza Susana Díaz, que fue elegida presidenta antes de ganar sus primeras elecciones–.
Los sanchistas acusan a los líderes territoriales de «querer mangonear el partido como una tabla redonda de señores feudales», pero obvian que ellos han sostenido electoralmente el PSOE y tienen poder real
Hoy por hoy, no hay una federación monolítica, ni siquiera Andalucía, aunque la mayoría que aquí se configuró en torno a Susana Díaz sea muy amplia. En todos los territorios existen sectores críticos con el actual liderazgo regional que, alentados por Sánchez, se manifiestan de forma especialmente notoria en Valencia y Asturias. Y para estos sectores críticos, más allá de las convicciones de cada quien, la postulación de Sánchez se ha convertido en la oportunidad de sacar la cabeza e intentar dar la vuelta a la mayoría en sus territorios.
‘Recluir’ a los barones en su territorio
Para el sector más radical del sanchismo, donde hay siete se ponen otros siete y asunto resuelto. Pero este planteamiento obvia que los barones no son solo la encarnación de los aparatos territoriales, sino también líderes sociales que en mayo estarán al borde de cruzar el ecuador de sus legislaturas y, en poco tiempo, planificando sus campañas para la reelección. Por esto, el sector más moderado del sanchismo apuesta por la ‘conciliación’ con los barones, que –circunstancia que Sánchez también parece obviar– son los que han sostenido el partido en sus peores momentos y –junto con los alcaldes– los depositarios de poder real que atesora el PSOE, superior al que le correspondería por los resultados electorales. Para este sector, bastaría con ‘recluir’ a los barones en sus territorios y limitar su influencia en la dirección del partido al estricto ámbito su de responsabilidad.
Los líderes territoriales se convirtieron en ‘barones’ cuando, tras la renuncia de Felipe González en 1997, se erigieron en albaceas de su herencia y tuteladores de Joaquín Almunia, aquel a quien el patriarca había señalado para sucederle. El PSOE había perdido las elecciones generales un año antes y ellos, sin embargo, conservaban la hegemonía en sus territorios, singularmente el andaluz Manuel Chaves, el extremeño Juan Carlos Ibarra y el castellano-manchego José Bono, que fueron bautizados como “los tres tenores”.
Los tres seguían en sus tronos cuando llegó José Luis Rodríguez Zapatero, pero el expresidente, en vez de enfrentarse con ellos, los mató a besos y abrazos, con un liderazgo que –como siempre ocurre– se impuso por la fuerza de los resultados electorales. Ahora, los sanchistas les acusan de querer “mangonear el partido como una tabla redonda de señores feudales” y, sobre todo, enfatizan que no quieren un PSOE “sometido a los modos y usos de una federación”, la andaluza, por supuesto. Pero, sin los barones, Pedro Sánchez no existiría más que, con suerte, como un diputado del montón.
FUENTE: EL CONFIDENCIAL