GONZALO BAREÑO

 

Aunque muchos parecen ignorar que Ciudadanos es un partido fundado en el año 2006 y que Albert Rivera lleva la friolera de trece años presidiéndolo sin dar la más mínima señal de propiciar una renovación, lo cierto es que fue a partir de las elecciones europeas del año 2014 cuando en España se empezó a hablar de la «nueva política». La irrupción fulgurante de Podemos y el buen resultado de Ciudadanos en aquellos comicios, ratificados ambos en las generales del 2015, crearon ese cliché. Podemos, subida a la ola del movimiento de los indignados del 15M, llegaba, decía, para regenerar una izquierda aburguesada y decadente, y hasta para dinamitar el modelo político surgido de la Transición, origen y causa de todos los males para aquellos profesores que lo fundaron. Y Ciudadanos, a lomos de la enloquecida deriva independentista emprendida por el nacionalismo catalán, prometía reemplazar a una derecha inoperante, corrupta y decrépita por un centrismo moderno, europeo y regenerador, capaz de plantar cara al secesionismo y de acabar con un bipartidismo que ya nada tenía que ofrecer. Han bastado cinco años para que todo ese discurso se derrumbe con estrépito y para que aquellas fuerzas que venían a reformar España hayan adquirido los peores vicios que achacaban a los partidos tradicionales, hasta el punto de que la nueva política no solo es ya más vieja que la anterior, sino que está a punto de morir. Podemos implosiona ahogada en una catarata de conspiraciones, purgas y traiciones sin límite, convertida ya en una herramienta al servicio personal de Pablo Iglesias, al que se le han permitido despropósitos que, de haberlos cometido algún líder de la vieja política, lo habrían hecho arder en la hoguera. Sin ir más lejos, situar a su pareja como número dos y postularla como su sucesora si algún día tuviera que abandonar el poder. De aquella fuerza que llegaba a cambiarlo todo solo queda un caudillo menguado que aspira a ser como mucho muleta del PSOE, mendigando a cambio una cartera ministerial.

Y Ciudadanos, fracasado su enésimo intento de sorpasso, camina sin rumbo y sin más horizonte que seguir siendo bisagra de doble giro. Rivera fichó a Manuel Valls creyendo que compraba un ex primer ministro francés de relumbrón al que manejar a su antojo. Pero Valls, que a su lado es Adenauer, lo ha desnudado a la primera y con apoyo de Garicano. Que un partido que hace de la lucha contra el independentismo su razón de ser permita que Barcelona caiga en manos secesionistas es el colmo de la contradicción. Pero es el propio Rivera el que forzó ese despropósito. Porque, si finalmente hubiera apoyado el mal menor del populismo de Colau en Barcelona, ¿qué sentido tendría entonces mantener su prematuro veto a Sánchez en lugar de permitir, también como mal menor, que fuera investido sin depender del independentismo? Para Podemos y Ciudadanos los principios pasan a segundo plano, porque la estrategia está siempre al servicio de Iglesias y Rivera. Es decir, que la nueva política se muere de vieja.