ÁNGEL MONTIEL

 

No hay mayor lealtad que la crítica. La supresión de la crítica esconde bajo el pretexto de la lealtad un concepto muy distinto, el de fidelidad, que es una actitud perruna, tan habitual en la vida política. ¿Cómo es eso de que hay que esperar a que concluya la crisis sanitaria para plantear las exigencias políticas a quienes constatamos que no están a la altura de sus responsabilidades? Vivimos una situación excepcional, pero los derechos democráticos básicos no deben entender de excepcionalidades. Una cosa es que acatemos a pies juntillas, por el bien común, los decretos gubernamentales, y otra que no podamos expresar libremente lo que pensamos en cada momento de cada una de las decisiones de los poderes públicos, sean éstos nacionales, autonómicos o locales. La situación nos exige, como ciudadanos, una disciplina estricta a las indicaciones administrativas, pero esto no significa que haya que suspender el derecho a analizarlas y a deducir conclusiones sobre su oportunidad y eficacia. Cumplir las leyes, en democracia, es tan esencial como el derecho a discutirlas. En cada momento.

Se quiere imponer el dogma, con lógica pervertida, de que no hay que rechistar en esta fase, pues ya habrá tiempo para sacudir estopa a quienes corresponda cuando finalice la alarma sanitaria. Falso. A la sanitaria le seguirá la alarma económica, que requerirá de mayores consensos, y no será cosa de entretenernos en la revisión de la gestión anterior cuando será tan perentoria la de una crisis brutal del sistema que requerirá de medidas nunca vistas para salvar la supervivencia y hasta la convivencia. También, llegado ese momento, se apelará a la supresión de la crítica en aras a la urgencia de las decisiones en pro del salvamento general.

Dicho lo cual, es importante que distingamos entre la crítica inducida por motivos partidistas, que viene de rondón y es infructífera, y la que podemos elaborar, sin tutelas ni directrices, de la propia observación y del cotejo de lo que expresan los profesionales que están en la primera línea de esta batalla infernal. La fatal circunstancia en la que estamos es la mejor ocasión para que los ciudadanos maduremos desprendiéndonos de prejuicios y atendamos a lo que realmente constatamos por nosotros mismos, sin necesidad de traducciones interesadas.

Deslealtad es no obedecer las normas. Más en este caso, tal actitud no es contra los Gobiernos, nacional o regional, sino contra el conjunto de la ciudadanía. Pero deslealtad pública es también seguir el juego político de quienes nos entregan un maniqueo tablero de juego en el que tenemos que situar las fichas de acuerdo a las estrategias de los partidos políticos. De un lado, los que avanzan entre tropiezos, y de otro, los que se limitan a señalar esos tropiezos para sacar futuro provecho electoral de ellos. Más perverso es este panorama cuando ocurre que la gestión de esta crisis es compartida por Administraciones de distinto signo político según el lugar del mapa en que nos situemos. Desde la perspectiva de la Región, el Gobierno central coordina la Sanidad, mientras el autonómico, con la totalidad de las competencias sobre la misma, se responsabiliza de la gestión. No podemos permitirnos hacer de clá en un juego perverso entre Administraciones a costa de una sensibilidad encendida. Suspender la crítica significaría sustituir la lealtad ciudadana por una cualquiera fidelidad partidista.