REFLEXIONES DE JUAN RAMÓN CALERO
Intentemos ponernos en el lugar de cualquier militante del PP. Ahora todo es confusión y desconcierto. Ha sido duro perder el Gobierno de la nación. En menos de un mes, un congreso extraordinario, para elegir nuevo líder. Unas primarias con una segunda vuelta atenuada, en la que ya no podrán votar todos los militantes inscritos, sino sólo los compromisarios. Y siete candidatos a la presidencia del partido. Todos hablan de la importancia de preservar la unidad. Pero nadie explica cómo va a conseguirlo. En estos momentos difíciles en la vida interna del partido, procedería recordar los versos de Rudyard Kipling: “si conservas el valor y la cabeza cuando a tu alrededor todo son cabezas perdidas”. Pensar y ser optimista. Todo se arreglará. Poco a poco se verá la luz del final del túnel. Y para ello sería conveniente ir dejando claras algunas cuestiones. Por ejemplo:
1.- No hay que perder de vista cuál es la finalidad primordial de este congreso. No se trata, como dice Soraya Sáez de Santamaría, de recuperar cuanto antes el Gobierno de la nación. No, no es eso. De lo que se trata es de recuperar cuanto antes la autoestima del partido, y, por consiguiente, su prestigio social. Lo demás vendrá por añadidura. Si los resultados del congreso le permiten al partido sentirse de nuevo sano, decente y fuerte, el prestigio social y los éxitos electorales vendrán después. No pongamos el carro delante de los bueyes.
2.- Si se acepta esta delimitación del objeto del congreso extraordinario, habría que deducir dos consecuencias: la primera es que el gran debate interno ha de versar sobre la regeneración del partido: dónde colocar el límite de las conductas tolerables; cuándo un comportamiento merecerá el reproche político del partido; y cuáles van a ser los automatismos para echar del partido a los presuntamente corruptos o simplemente aprovechados.
En coherencia con este debate, el nuevo presidente del partido que se elija, ha de estar libre absolutamente de toda sospecha. No ya de que haya incurrido alguna vez en algún supuesto de corrupción, o haya amparado o encubierto a un corrupto, o que se haya tratado con personas de dudosa reputación. No sólo eso. El nuevo presidente, o presidenta, del partido tampoco debe haber infringido nunca el principio de igualdad: es decir, que no sea un aprovechado o un “trepa”. Que a la sombra del poder no haya obtenido ventajas personales. Que nunca se haya arrimado a un buen árbol para cobijarse en su sombra; que, si se ha bautizado, no haya necesitado padrino.
3.- Y la segunda consecuencia es que el partido debe dejar de lanzar el mensaje de que exige elecciones anticipadas cuanto antes. Ni siquiera para desgastar a Pedro Sánchez debería volver a utilizar este argumento. Y ello porque en el fondo se estaría engañando a la sociedad. Y de un modo muy burdo. Porque no hace falta ser una lumbrera para saber que a quien menos interesa unas elecciones anticipadas es al PP. El partido necesita tiempo. La labor de regeneración no termina, sino que empieza en el congreso extraordinario de Julio. Después quedará mucha tarea para el nuevo equipo dirigente. Habrá que renovar muchas estructuras territoriales y sectoriales. Habrá que abrir el partido a la sociedad, intentando atraer a los mejores. Habrá que convencer de que, de ahora en adelante, las carreras políticas sólo progresarán en virtud de méritos objetivos, sin necesidad de adulaciones cortesanas ni corporativismos endogámicos.
4.- Si el partido, a partir del congreso de Julio, se dedica a esta regeneración, habría que cambiar también el discurso político. En nada favorece al PP el que su portavoz parlamentario trate de deslegitimar al Presidente del Gobierno, despreciando el que la moción de censura sea un mecanismo perfectamente lícito, que está en nuestra Constitución. Y que, al ser el nuestro un régimen parlamentario, la legitimación para ser presidente la tiene no quien haya obtenido más votos en las urnas, sino quien consiga más apoyos en el parlamento.
5.- Y otra reflexión importante debería versar sobre la necesidad de convencer a los siete candidatos para que acuerden que aquel que obtenga más votos directos de los militantes, aunque sólo sea un puñado más, ha de ser aceptado por todos como el futuro líder. Es decir, que se prescinda de esa segunda vuelta, que no se deje que sean los compromisarios los que tengan que elegir entre dos candidatos en el congreso. Esta sería la mejor forma de evitar enfrentamientos y fracturas internas. Habría que exigirles a los candidatos que se comprometan a aceptar los resultados de las primeras urnas. Y que el segundo más votado retire su candidatura. Comenzaría así el camino de la integración. El candidato vencedor podría formar su equipo con militantes que hayan apoyado a los otros candidatos. Si esto se hace así, se habría dado un gran paso. Porque el inicial debate entre siete candidatos habría servido para diluir los odios cainitas, que, al parecer, los hay; y no se habrían abierto heridas incurables. Sería posible la paz, y la unidad, y la integración, y, por ende, la regeneración y la recuperación del prestigio.
Personalmente, confío en la inteligencia y el sentido de la responsabilidad de los siete candidatos. Por ello me atrevo a ser optimista: todo se arreglará, aunque sea poco a poco.