El inicio de la nueva aventura de Pedro Sánchez promete porque viene de lejos. Gobernar es un Indiana Jones Dos, tras salir vivo del Uno, una historia increíble donde perdía dos elecciones y sobrevivía a su propio partido. Podría titularse Sánchez o la proeza accidental. Pero se entiende mejor su potencial narrativo si se piensa en alguien que entrara en coma hace año y medio y despertara ahora: pensaría que tenía secuelas irreversibles de alucinaciones. Ya casi ni se recuerda, y no hace tanto, el 29 de septiembre de 2016, cuando apareció una señora en la puerta de Ferraz, dijo llamarse Verónica Pérez y anunció: «En este momento la única autoridad del PSOE soy yo». Muchos pensaron que era el fin, no de Sánchez, que dimitió tres días después, sino del mismo PSOE.

Si con una elipsis se llega a este sábado, a la escena en que Pedro Sánchez jura como presidente del Gobierno, es un salto lógico incomprensible. A este señor salido del coma habría que explicárselo despacito. Le tranquilizaría saber que no es el único sorprendido, que una semana antes ni el propio Sánchez se lo imaginaba. Quien estuvo con él horas antes de que saliera la sentencia de Gürtel asegura que no tenía ni idea de que el fallo era inminente. Nadie había previsto esa variable.

Pero el señor del coma volvería a quedar perplejo al saber que, en realidad, al mismo tiempo Sánchez vivía totalmente convencido de que iba a ser el próximo presidente del Gobierno. Quizá era la única persona en España, pero desde luego la mínima imprescindible para que ocurriera. Y en eso Pedro Sánchez nunca ha fallado. Siempre ha sido su máximo fan. En septiembre de 2015 Ana Rosa Quintana le preguntó, ante una canasta de baloncesto, como desafío antes de que tirara: «¿Vas a ser presidente del Gobierno?». «Sí», contestó él, y la metió limpia.

También últimamente lo repetía, que iba a ser presidente, a quien quería escucharle. Sus interlocutores ahora lo recuerdan con asombro. Lo miraban como a un marciano. Pero él hacía otros cálculos: contaba con serlo en las elecciones de 2020. Pensaba que Ciudadanos se comería al PP, Podemos bajaría, y un empate le colocaría en la Moncloa. El mismo jueves de la sentencia de Gürtel lo decía en la cadena SER: «El primer partido en la encuesta del CIS es el de los indecisos, y muchos miran al PSOE. Quien lidera las encuestas son los indecisos y es normal, quedan dos años para las elecciones. Es como preguntar qué te vas a poner en invierno cuando está a punto de empezar el verano». Así se lo tomaba, y los brutales efectos de este cambio climático de la democracia le han pillado con lo puesto.

Sánchez ya no tenía prisa, es una de las cosas que ha aprendido en este año y medio tan loco. No quería correr. Hacerse 45.000 kilómetros por España con el Peugeot 407 para las primarias en 2014, y otra vez para las de 2017, le debió de dar otro sentido de la distancia y la velocidad. Es más, todos le veían demasiado tranquilo. Incluso desubicado. No solo no estaba en el Parlamento, tampoco en ningún otro sitio. En la tele salían hablando distintos portavoces del PSOE y cuando aparecía él era como si viniera de pasar un mes en un balneario. Eso sí, más en paz consigo mismo.

Lo cierto es que todas sus grandes ocasiones le han surgido por casualidad: entró por renuncias de compañeros en el Ayuntamiento de Madrid en 2004, y en el Congreso en 2009 y 2011. También Susana Díaz echó mano de él para que Eduardo Madina no ganara las primarias de 2014, con aquella famosa frase que se le atribuye: «Este chico no vale, pero nos vale». Él siempre estaba allí esperando el rebote. Y ser subestimado siempre le ha ayudado. Su trayectoria es una combinación única de desmedida obstinación y fe en sí mismo en aleación con las carambolas del azar.

El carácter de Sánchez es un enigma. «Cuando te da la mano, te hiela hasta el hombro», cuenta un alcalde socialista. Es muy madelman en el cuerpo a cuerpo, poco empático en la distancia corta. Le falta la habilidad social, basta ver sus viejos tuits, que le perseguirán toda la vida. Otros dicen que no hay más secreto que el de ser alguien bastante normal, tensado por la exposición pública y sus inseguridades. Tiene una vida muy familiar, está muy unido a su hermano, director de orquesta. «El listo es su hermano», se dice con mala leche. Pero él también lo dice. Y puede que eso sea su gran virtud, conjugada con la resistencia: alguien listo hace tiempo que lo habría dejado, porque ha sido todo muy fuerte.

Se le suele acusar de veleidoso y oportunista, de carecer de emociones, pero es útil revisar el vídeo del día que anunció que dejaba su escaño, el 30 de octubre de 2017. No hay muchos ejemplos en la vida política española de coherencia como la de aquel día, dejar todo y volver a la casilla de salida, y le dolía de verdad: «No quiero dejar de expresar cuan dolorosa ha sido la decisión que tomo». Pasaron siete segundos y no era capaz de continuar. Se le quebraba la voz. Siguió: «Para alguien como yo que ama la política…». Cualquier otro se habría ido a su casa, pero él no: «El lunes cojo mi coche y recorro todos los rincones de España (…) Vamos todos juntos a recuperar el PSOE». Y mira ahora. Lo hizo contra todo el aparato, sin estructura, sin apoyo mediático. Sánchez es valiente, o temerario, según se vea: se tira a la piscina. Viniendo de Rajoy no ganaremos para sustos.

Se discuten mucho sus cualidades, pero en sus peripecias hay un hecho clave: como el sistema le ha rechazado, muchos han pensado que entonces por fuerza tiene que ser bueno. Con eso les vale. Si no es un genio, si es un egocéntrico, da bandazos, todo eso que dicen, da igual. El «no es no» y ser expulsado de Ferraz, la resistencia a ultranza, le hermanó con las bases. La corrupción y echar a Rajoy le han reconciliado con la oposición. Ahora el poder incluso podría reunificar su partido. Las nulas expectativas depositadas en él juegan a su favor: a poco que haga la impresión será positiva, una sorpresa agradable.

La subtrama dentro del argumento principal es el lío de su propio partido. Es increíble la cantidad de gente que le odia. Una de las frases más malévolas es de un veterano dirigente: «Sánchez no quiere ser presidente, quiere ser expresidente». Por eso su círculo de confianza son cinco personas, y no es por decir un número, son cinco. Esto ha sido de repente, no ha habido campaña, ni plan, le pilla sin equipo, y una de las preguntas más interesantes es cómo va a revisar su agenda de contactos, porque tras tantas traiciones no ocupará más de página y media. ¿Un tipo tan escaldado va a ser capaz de recuperar la confianza en los demás?

«Con todo lo que ha pasado le he visto distinto, ha sido muy amable», dice un parlamentario purgado en el pasado. «Creo que ha aprendido bastante. Está más sereno, más maduro, domina más la situación. Es consciente de que tiene que contar con los mejores, porque el Parlamento va a ser un infierno, y si hace discriminaciones no los tendrá. Y ya no tiene nada que temer, ya es presidente. El viernes en el Parlamento había un elemento emocional que nos unía a todos, sabemos que tenemos que unirnos para salir de esta».

 

 

FUENTE: ELPAIS