Pedro Sánchez ha dejado de ser un novillero. Ya es matador de miuras. Ello se desprende de una lectura transversal de las 309 páginas de sus “memorias parciales”. Más allá de las anécdotas, algunas poco afortunadas, y de los hechos que describe (el camino que le llevó de simple militante socialista a la Secretaría General del partido en dos fases, y luego a la Presidencia de Gobierno, contra todo pronóstico) en el libro se pespuntean las ideas que, según su autor, le han acompañado en esta aventura.

El PSOE ha sido un partido que ha pasado, desde la Transición hasta ahora, de un ideologismo extremo (Willy Brandt, uno de sus referentes, decía que “quien a los veinte años no es marxista es que no tiene corazón”) en el que sus militantes estudiaban Los conceptos elementales del materialismo histórico, de Marta Harnecker, al pragmatismo más puro (gato blanco, gato negro, lo importante es que cace ratones), a la falta de pasión por las ideas, con notables excepciones. Es el pragmatismo del poder. Del izquierdismo largocaballerista que pretendía ahogar al capitalismo, a una socialdemocracia instalada en un plano inclinado que le ha llevado en algunas ocasiones, indefectiblemente, al social-liberalismo. Felipe González, Joaquín Almunia, José Luís Rodríguez Zapatero y Alfredo Pérez Rubalcaba, sus últimos secretarios generales, han dejado suficientes testimonios a través de libros propios o ajenos, artículos, entrevistas y declaraciones de las prioridades ideológicas que estaban detrás de su práctica política. Ahora, seguramente demasiado pronto, le toca el turno a Pedro Sánchez (Manual de resistencia, editorial Península). Hay una coincidencia central entre ellos: la necesidad de ser socialistas y demócratas a la vez; el socialismo y la democracia son absolutamente indisociables en el mundo del siglo XXI. Aunque esa democracia haya brillado por su ausencia, más de una vez, en el seno del propio partido socialista.

 

 

FUENTE: ELPAIS