En el “no saber qué hacer” ante el ancestral problema catalán, soportado durante dos siglos por monarquías absolutas o  constitucionales; por repúblicas federales o unitarias; por dictaduras y “dictablandas” militares  o por “frentepopulistas”  ha llevado, en esta alarmante hora, a revivir  la llamada “solución federal”, en la inaudita ignorancia del significado del término, y en la absurda equiparación con las repúblicas federales” de USA o Alemania, entre otras.

 

Como todo el mundo debería saber, en las repúblicas federales la soberanía -vamos , el “derecho, a decidir”- no reside en cada uno de los estados que las constituyen, ni en los pueblos que las forman, sino en el conjunto de la nación.

 

Ni California, ni Tejas, ni Prusia pueden independizarse, pese a formar parte de una afianzada república federal. Tan es así que cuando, en el siglo XIX diez estados  “federados” norteamericanos pretendieron constituir una Confederación, condujeron a esa nación a una terrible guerra fratricida… que terminó consolidando aquella república federal.

 

Y es que la única fórmula política que permite  el “derecho a decidir” es la Confederación”, como aquella intentada por los desdichados estados sureños “usacos”.

En contraposición,  la República – o el Estado- Federal es como el actual llamado Estado de las Autonomías de España…, con un poco más de “bombo”; con más o menos competencias económicas, sanitarias o  fiscales, decididas  y cuantificadas siempre por el poder legislativo de toda la nación, así como  aplicado y controlado  por el poder ejecutivo, por el gobierno de la nación.

 

La Constitución 1978 institucionaliza el término equívoco, ambiguo y nefasto de “nacionalidades”, junto al legítimo y  “familiar” de regiones… Y es que en el “pasteleo” de aquellas Cortes Constituyentes de 1978, ¡que no eran ni fueron convocadas como constituyentes!, junto al estúpido y erróneo ”café para todos” se consintió la entrada en el texto de ese  cáncer de crecimiento lento que ahora, cuarenta años después, amenaza  de muerte a todo el cuerpo nacional.

 

Tal vez por todo eso, muchos también propiciamos un cambio constitucional, aunque –me temo- en sentido muy contrapuesto al mayoritario, pues se trata de regresar a un estado unitario, muy desconcentrado periféricamente, pero no descentralizado; con  excepciones en el tratamiento de algunas regiones, provistas de legítimas  y diferenciadas  identidades culturales, pero con los ancestrales vínculos de la historia, de la sangre, del cariño y del amor.

 

No es posible avanzar (¡retroceder más bien!) en el ámbito autonómico-federal sin caer en el desastre confederal, magnifica  iniciativa -por otro lado- para comenzar a unir regiones o naciones independientes, pero arcaica, insolidaria y nefasta para enfrentar regiones unidas durante  cinco siglos.

 

Estos días, junto a la estúpida propuesta federal, en mi ciudad (Cartagena) se ha conmemorado (celebrado por algunos) la revolución cantonal del siglo XIX que en el seno de la I República (¡esa  federal!) condujo al esperpento – heroico, eso sí, para miles de cartageneros- con bombardeo naval de Alicante; desembarco en Almería; declaración formal de guerra a Prusia, y solicitud, asimismo formal, de adhesión a los EEUU, como un estado más… Siete largos meses de bloqueo, de asedio, de incesantes bombardeos destruyeron mi trimilenaria ciudad.

 

Y esa historia, hipotético y posiblemente escéptico lector, es absolutamente verídica. Refleja el desastre que condujo a la España  “Una e Indivisible” la malhadada república federal. La única que ha habido en nuestro país…

¡Cáspita si hubieran dos!

FUENTE: Carlos León Roch, LA TRIBUNA DEL PAÍS VASCO