En estos tiempos de opiniones compulsivas, narcisistas y maleducadas, sorprende la capacidad para acertar de las reflexiones de Antonio Machado (1875-1939), lo más parecido que tiene España a un poeta nacional en el siglo XX (con permiso de los malogrados Federico García Lorca y Miguel Hernández). Más que por sus libros, la obra de Machado es conocida por las canciones de Joan Manuel Serrat, así que tiene lógica que el cantautor Ismael Serrano sea responsable de una nuva antología, centrada en sus escritos culturales y políticos, menos conocidos de lo que puede pensarse.
El volumen -exquisitamente cuidado- se titula Del mañana efímero. Escritos políticos para el siglo XXI, publicado por la nueva editorial Hoy es siempre y con prólogo del escritor Benjamín Prado. ¿Qué nos dice Machado cuando un periodista le pregunta por la desorientación de España? “La interferencia de lo que se ha considerado como puramente político con lo social ha dado ese tono bronco a las luchas, ese tono terrible”, responde. Como si hubiera seguido la campaña electoral de la comunidad de Madrid del pasado 4-M.
El contenido del libro se nutre de fragmentos sobre cultura, política y sociedad. Destaca su feroz antielitismo, explicado con las paradojas de los convulsos años treinta. “El amor que yo he visto en los milicianos comunistas guardando el palacio del ex Duque de Alba solo tiene comparación con el furor de los fascistas destruyendo”, explica durante la defensa de Madrid. Otra posición llamativa es su patriotismo innegociable. “Yo siempre os aconsejaré que procuréis ser mejores de lo que sois; de ningún modo dejéis de ser españoles. Porque nadie más amante que yo ni más convencido de las virtudes de nuestra raza. Entre ellas debemos contar la de ser muy severos para juzgarnos a nosotros mismos, y bastante indulgente para juzgar a nuestros vecinos”, celebra.
Sed modestos, es lo cristiano y lo español
Más madera: “Hay que ser español para decir las cosas que se dicen contra España. Pero nada advertiréis en esto que no sea natural y explicable. Porque nadie sabe de los vicios que no tiene, ni de los dolores que no le aquejan. La posición es honrada, sincera y profundamente humana. Y os invito a perseverar en ella hasta la muerte”, proclama. En los textos aparece también un Machado cristiano, por boca de su alter ego Juan de Mairena. “El Cristo -decía mi maestro- predicó la humildad a los poderosos. Cuando vuelva, precisará el orgullo a los humildes”. Nos invita a recordar que somos hijos de Dios, con su habitual retranca castellana. “Por parte de padre, sois alguien, niños”.
Recordaba el proverbio de Castilla: ’Nadie es más que nadie’. Por mucho que un hombre valga, nunca tendrá valor más alto que el de ser un hombre.
Su condición de maestro radica en tener muy claro a quien merece la pena escuchar y a quiénes no. “Deseoso de escribir para el pueblo, aprendí de él cuanto pude, mucho menos, claro está, de lo que él sabe. Escribir para el pueblo es escribir para el hombre de nuestra raza, de nuestra tierra, de nuestra habla, tres cosas inagotables que no acabamos nunca de conocer”, explica. “Escribir para el pueblo es llamarse Cervantes en España; Shakespeare, en Inglaterra; Tolstoi, en Rusia. Por eso yo no he pasado de folclorista, aprendiz, a mi modo, del saber popular. Siempre que advirtáis un tono seguro en mis palabras, pensad que os estoy enseñando algo que creo haber aprendido del pueblo”, explica.
Las lecciones de este libro no caducan, como tampoco lo hacen sus chistes. “Sed modestos: yo os aconsejo la modestia, o, por mejor decir: yo os aconsejo un orgullo modesto, que es lo español y lo cristiano. Recordaba el proverbio de Castilla: ’Nadie es más que nadie’. Esto quiere decir cuanto es difícil aventajarse a todos, porque, por mucho que un hombre valga, nunca tendrá valor más alto que el de ser un hombre. Así hablaba Mairena a sus discípulos. Y añadía. ¿Comprendéis ahora por qué los grandes hombres somos siempre tan modestos?” Las lecciones de Machado siguen vivas, sencillas y populares como refranes de la meseta. Siempre es un placer esta relectura.
Victor Lenore