Pablo Iglesias agotó la batería de su teléfono en el momento culminante del debate | Rufián regaló dos cuentos escritos desde la cárcel por Junqueras a él y al presidente en funciones

 
El deambular este jueves de diputados por el patio del Congreso con cara de segundas elecciones presagiaba otra jornada estéril en la historia de España. «Están rotas, están rotas», era la frase más repetida por sus señorías cuando pasaban junto a los periodistas. Solo un pequeño grupo de parlamentarios de Ciudadanos que desayunaba en la cafetería del edificio especulaba con las posibles medidas que iba a tomar el futuro Gobierno: «La primera va a ser la de la Eutanasia, nos van a poner entre la espada y la pared». Aunque todas las señales apuntaban al domingo 10 de noviembre –fecha regulada en la ley para la celebración de nuevos comicios– nadie se atrevía a dar por fracasada la investidura, a dar por muerto a un Pedro Sánchez que fue crucificado en Ferraz y resucitó al tercer día en una moción de censura.

Era una mañana de papeles cambiados en la que el diputado de ERC Gabriel Rufián se erigió en negociador, una especie de Adolfo Suárez inesperado y con barretina que trató por activa y por pasiva de acercar a las dos partes. «Que no sea por nosotros. Hay que atornillarse a la silla haya que salga un acuerdo, o esto significará la muerte política de Sánchez e Iglesias», dijo en rueda de prensa a mediodía.

El tiempo se estaba acabando y el árbitro ya miraba el reloj. En la calle el sol castigaba a los viandantes, pero dentro del Congreso hacía más calor. Con cara de circunstancias entraron en el hemiciclo la ministra de Hacienda en Funciones, María Jesús Montero, y su homólogo en la cartera de Interior, Fernando Grande-Marlaska. Dos rostros que contrastaban con las amplias sonrisas del líder del PP, Pablo Casado, o del diputado de Ciudadanos Juan Carlos Girauta. España se iba a la prórroga con un buen resultado para ellos dos. A diez minutos para el comienzo de la sesión, Sánchez ya tenía el ‘no’ del Congreso.

En la bancada morada Pablo Iglesias y Alberto Garzón no mediaban palabra, ni se miraban. Los seis parlamentarios de IU habían amenazado dos horas antes con romper la disciplina de voto de su grupo. Cuando subían por las escaleras, los diputados de Podemos daban una palmada a su líder, sentado en solitario en su escaño, como si fuera un pésame.

La alarma de aviso de entrada al hemiciclo sonó como el pitido final. También para Sánchez, que intentó cortejar desde la tribuna por última vez al Partido Popular y a Ciudadanos, buscando una abstención sobre la bocina, pero el bar ya estaba cerrado y se había acabado la música. Así que se volvió hacia Iglesias: «Lo lamento, ustedes no han querido. Exploré varias opciones pero no ha querido».

La izquierda acababa de romper y toda España era testigo. «Nunca se había llegado tan lejos entre dos fuerzas políticas en este país. Nunca se había ofrecido una vicepresidencia, ¿Es humillante ser ministro de Ciencia?», se lamentaba el presidente en funciones mientras Iglesias miraba hacia abajo.

«La que han liado»

«Y cuando despertó Pedro Sánchez, el dinosaurio morado seguía allí». Pablo Casado pisó la tribuna eufórico. El 29 de abril estaba desahuciado de Génova, pero ayer ya se visualizaba ganando las próximas elecciones: «Ya no queda nada del Gobierno Frankenstein, ni siquiera del Gobierno ‘Jovencito Frankensten’». Sigue siendo recomendable escuchar al líder del PP en su contexto.

Albert Rivera, líder de Ciudadanos, no estaba tan contento. En el tono parlamentario del que ha hecho gala en el último año empezó a regañar a sus rivales: «La que nos han líado ustedes y su banda, ¡Sí, su banda! Ni siquiera se han puesto de acuerdo en cómo repartirse el botín». La algarabía volvió al hemiciclo cuando Rivera explicó, en su opinión, que «en Andalucía gobiernan dos partidos distintos», a lo que los diputados de PSOE y Unidas Podemos se unieron -como no lo habían hecho en la última semana- para responder a voz alzada: «¡Treeees!», en referencia a Cs, PP y Vox.

Con su registro de voz más grave, Pablo Iglesias reconoció algo que nadie antes había hecho, «estas negociaciones no debieron ser tan cutres», afirmó. Y puestos a contradecir la frase que acababa de pronunciar, a falta de 20 minutos para la votación, hizo la última propuesta ‘in extremis’ a Sánchez. «He hablado con un dirigente socialista, un histórico, me ha recomendado renunciar al ministerio de Trabajo a cambio de competencias en políticas activas de empleo. Todavía estamos a tiempo de salvar a un gobierno de coalición. No lleve a los españoles a elecciones». La cosa estaba tan tensa que tuvo que pedir a sus compañeros un cargador de móvil, por si el Gobierno de coalición entraba en forma de mensaje de WhatsApp.

Después de este golpe de efecto. El líder de Vox, Santiago Abascal, lo tuvo complicado cuando salió a la tribuna. Con todas sus palabras escritas en papel tuvo que dar un largo trago de agua antes de continuar debido a que el aire se podía cortar con un cuchillo. Describió a socialistas y a morados como «cacos del Frente Popular», y confesó lo que ya estaba claro: «No apoyaremos nunca un Gobierno de ministros chavistas».

Continuó la ronda Rufián, ya menos metido en el papel que había desarrollado durante toda la mañana. «Aquí un miembro de la banda del señor Sánchez. Aunque mejor ir en una banda que en un comando como Abascal. Fíjese, el castellano está tan perseguido en Cataluña, como usted dice, que me está costando hablar, ¿Lo ve?». Del impacto inicial, su tono de voz se fue haciendo cada vez más triste, «soy de izquierdas y llevo en el ADN la derrota, debería darles vergüenza». El diputado de ERC acabó regalándole un libro de cuentos escrito en la cárcel por Oriol Junqueras -cuyo escaño volvía a estar vacío- a Sánchez e Iglesias y reconoció que «yo también tengo un hijo, como ustedes dos, y es hermoso».

De nube en nube

Aitor Esteban (PNV), más sosegado, dijo sin leer: «tendrían que haber buscado complicidades de otra manera, no entiendo que se tire la toalla antes del último minuto». «¿Asaltar el cielo? El cielo se conquista de nube en nube», reprochó a Iglesias. «Hace unos meses el problema era el relator, ahora es el relato. Este final está siendo lamentable», le achacó a los socialistas.

Joan Baldoví (Compromís), añadió en su turno «siempre nos quedará septiembre y agosto. Pongámonos a trabajar ya, a ver si somos capaces de helar la sonrisa a los de la foto de Colón».

Cerró las intervenciones la portavoz socialista, Adriana Lastra, que ya no hizo ni el esfuerzo de intentar conciliar ambas partes en liza: «Hoy no es un buen día para la política en España. Lamentablemente parece que no ha sido posible». Además mandó un mensaje a Iglesias: «Le ofrecimos Igualdad, Ciencia, Cultura, ¡Sanidad! Una vicepresidencia a la que tuvimos que darle contenido a la señora Montero. Pero usted dijo que ‘no’, que todo era un jarrón chino».

Los cinco minutos de pausa antes de la votación ya no se apuraron para intentar alcanzar un acuerdo. La bola del sorteo del turno de intervenciones comenzó esta vez por el diputado popular Luis Santamaría Ruíz, que abrió la votación con un «¡No!». La diputada Irene Montero, queel pasado lunes había roto involuntariamente la disciplina de voto de Unidas Podemos, pidió poder votar una hora antes desde su casa, en la que se encuentra guardando reposo por su avanzado estado de gestación, y no a las 9.00 h. de la mañana como fija el reglamento de la cámara. Esta vez su voto llevaba el mismo sentido que el de sus compañeros: «Abstención». La asignatura de investidura les ha quedado a todos para septiembre.

 

 

FUENTE: ELDIARIOMONTANES