Después de Junts pel Sí, llega Junts per Mí. Naturalmente el marketing electoral aconsejaba otro nombre oficial: Junts per Catalunya. Pero viene a ser lo mismo. En definitiva, Puigdemont ha llegado a creer, como un trasunto molt honorabledel Rey Sol, que Catalunya es él. Cada vez que habla de sus peripecias políticas y de sus problemas judiciales, asume que él es Cataluña. Y desde la lógica de ‘Cataluña soy yo’, ha forzado a su partido —este miércoles se aprueba— a ir al matadero del 21-D rodeado de fieles en formato Junts per Mí.
La extravagante trayectoria de Puigdemont, el president per accident bendecido por la CUP, tras apartar a Artur ‘Moisés’ Mas, para la tarea de guía suplente del pueblo elegido hasta la Tierra Prometida de la república independiente, quizá merecía este desenlace. Anunció que su misión terminaba tras declarar la independencia, descartando la posibilidad de repetir… pero repite. Y además, para qué disimular, convertido en figura providencial mediante una variante de su anhelada ‘Lista del President’. Así hay que entender Junts per Mí. Se le ve persuadido de que su destino es regresar el 22-D del exilio belga a Cataluña para proclamar desde el balcón ‘Ja soc aquí’.
La pérdida del sentido de la realidad ha llevado a Puigdemont a la pérdida del sentido del ridículo. De ahí su estrategia esperpéntica del exilio en Bélgica para vender la épica de Asterix: somos un pequeño pueblo de irreductibles catalanes que resiste desde 1714 al invasor autoritario. Naturalmente en Europa, donde se conocen todas las claves de una comunidad de ocho millones de habitantes, con una de las administraciones más descentralizadas del continente, donde la cultura catalana es dominante sobre la castellana en la escuela, semejante pamema no ha colado más que entre partidos radicales antieuropeístas o antisistema. Le Canard enchaîné satirizaba al “tremendo combatiente Puigdemont, un temible guerrillero, astuto y valiente, que iba a ser un quebradero de cabeza para los ‘franquistas’ de Madrid” alojado en Bruselas, como si hubiera protagonizado una huida heroica tras “escapar de las milicias necesariamente fascistas”. La farsa no da mucho más de sí.
Es tal el destrozo de la vieja Convergencia, tras haber tenido que renunciar a la marca histórica porque la aluminosis de la corrupción ya amenazaba derrumbe, que a estas alturas ni siquiera pueden concurrir con sus nuevas siglas de PdeCAT. En Cataluña se habla con cierta delicadeza sobre ese desmoronamiento por la tendencia allí a la sacralización de la historia, pero los escándalos y la espiral delirante del procés han agotado buena parte de su crédito. Y a su larga lista de problemas, añaden la necesidad de unir su suerte a Puigdemont, a falta de otra opción. Con las encuestas en caída libre, solo queda tantear hasta dónde se puede exprimir la baza de la épica retórica. Pero el temor razonable es que Puigdemont protagonice una maniobra a lo Capitán Schettino con esa candidatura de Junts per Mí.