El más ágrafo de todos ellos puso el colofón de viva voz, como no podía ser de otro modo. ETA no pudo elegir mejor al terrorista cuya presencia sirvió para echar el cierre a más de 50 años de terror. Josu Urrutikoetxea Bengoetxea, Josu Ternera, estuvo allí prácticamente desde el principio y fue el viernes el protagonista de una declaración en la que la organización terrorista se aferra al porvenir de una nueva fase para no tener que asumir su derrota. Un terrorista que lo fue todo en la banda, cuyas tesis, las que mantuvo toda la vida como irreductible, han sido vencidas, pero que permanece huido de un modo injustificable. Terrorista pero intocable. Tiene su parte de metáfora.

La Fundación Henry Dunant y los componedores de todo este artefacto propagandístico en el que se ha convertido la disolución formal de ETA lograron encontrarlo para encomendarle la misión suprema de leer la capitulación. Conociendo lo escrupuloso y hasta pejiguero del personaje, seguro que no se conformó con la primera redacción que le enviaron. Sin embargo, envuelto en el más absoluto misterio y oculto tras una nube de rumores, nadie ha podido o ha querido atraparle.

Son incontables las ocasiones en las que Ternera logró huir antes de ser detenido a principios de 1989. Y muy curiosas las circunstancias en las que ha logrado escapar -tres veces entre 2011 y 2013- después de que el Tribunal Supremo anunciara que había bases para procesarle por haber ordenado el atentado contra el cuartel de la Guardia Civil de Zaragoza en el que murieron 11 personas.

Precisamente, en la más escandalosa de ellas, estuvo involucrada una fundación de resolución de conflictos muy similar a la Henry Dunant, desde cuya sede en Nairobi se marcó el teléfono de la casa en la que Ternera estaba visitando a su hijo, en una zona apartada de la localidad de Saint Gervais. Al día siguiente no había ni rastro del personaje y todo el trabajo de seguimiento extrajudicial realizado por los servicios secretos franceses y españoles no sirvió de nada. El registro de llamadas telefónicas solicitado jamás fue remitido a los investigadores españoles, que todavía hoy están convencidos de que la alerta inicial partió de uno de los despachos del Gobierno en Madrid.

Josu Ternerase inició en los asuntos de ETA con una acción de propagandaconsistente en pintarrajear las tumbas de los cementerios desde Basauri hasta Llodio. No cuajó su intención de estudiar en la Escuela de Ingenieros de Bilbao -sólo estuvo un año- pero eso no significa que careciese de dotes para la estrategia. Al contrario. Su trayectoria muestra que toda pintada encontraba su hilo conductor antes o después. Trabajó en el Banco de Vizcaya, en una escuela que la institución tenía en Deusto y participó en los robos perpetró ETA a principios de los años 70. Estuvo en el atraco a la empresa de Faustino Orbegozo para conseguir los cuatro millones de pesetas que la banda necesitaba para comprar armas y mantener a sus miembros. Y en el asalto a un furgón de la misma entidad en la que había sido admitido para trabajar.

Después fue ascendiendo en el escalafón organizativo y disfrutó de la hospitalidad francesa en el más amplio sentido de la palabra. En aquellos años, los etarras alquilaban las salas de los hoteles para organizar sus siglas y celebrar sus congresos. Tenían una vida familiar plácida compatible con la compra de armas y la preparación de los atentados y Josu Ternera supo combinar estupendamente ambos aspectos sin que nadie le molestase. En 1977 las autoridades francesas le consideraban oficialmente un terrorista muy peligroso pero, aunque los policías de base hacían su trabajo y le seguían, el Gobierno galo no tenía ningún interés en atraparlo. Por eso se sabe -así lo ha publicado Florencio Domínguez en Una vida en ETA– que en Biarritz dos bares, Le Madrigal y Le Croix des Champs eran como su oficina donde recibía a sus compañeros y daba el visto bueno a las captaciones.

Tanto es así que cuando un grupo de mercenarios, entre los que había un francés, un austriaco y un corso, estallaron mientras preparaban una bomba destinada a los bajos de su coche, el ministro del Interior del país vecino pidió explicaciones al Gobierno español. El etarra, ya con responsabilidades en la banda, no tenía ningún problema en solicitar un permiso de armas a la administración gala y sabía que si se producía algún atentado en España demasiado llamativo su castigo iba a ser un simple confinamiento de semanas en uno de los departamentos franceses y poco más.

En 2008, cuando Ternera fue designado por ETA como el interlocutor con el Gobierno español, representado por Jesús Eguiguren, a éste le llamó la atención la facilidad que tenía el etarra para adaptarse a las circunstancias. Estaban los dos concentrados en un hotelito perdido en una zona boscosa de los alrededores de Oslo donde la oscuridad dominante era capaz de acabar con el ánimo más templado. Se había rumoreado que Urrutikoetxea sufría cáncer y que había estado ingresado en un hospital universitario alemán, el mismo en el que fue tratada Raisa, la mujer del ex presidente ruso, Mijail Gorbachov. Pero Eguiguren no vio nada de eso.

Ternera era riguroso en la administración de sus tiempos, hacía deporte durante horas y cuidaba en extremo la alimentación. Son rasgos que habían destacado durante su estancia previa en prisión, que dicen mucho de su personalidad y que es posible que fueran si no adquiridos, si desarrollados en los cursos que él, junto a otros etarras, recibieron en la Academia de Policía de Souna, en Argelia. Hacían gimnasia, artes marciales, recibían nociones de topografía y planimetría, realizaban recorridos de combate a campo abierto y aprendían a manejar todo tipo de armas.

Estuvo como responsable de los comandos que actuaban en la costa guipuzcoana, compartió con Antxon la dirección del aparato político durante algunos años y estuvo al frente del aparato internacional. Mientras Antxon era pura verborrea hueca escrita, Ternera reconoció desde siempre que a él no le iba todo eso de escribir. Mientras estuvo al frente del aparato político tuvo siempre amanuenses. Desde Txelis a Elena Beloki, y durante la última negociación en la que participó, los enviados del Gobierno reconocen que le escribieron los textos que se hicieron públicos firmados por ETA.

Ternera hacía el seguimiento de las actividades de Herri Batasuna para que el partido no se descarriase, tenía 20 personas trabajando para él en este ámbito, destinó dinero para comprar revistas que difundiesen las tesis y la versión de los hechos de ETA y llegó a tener en nómina a dos topos en el PNV cuya identidad todavía se desconoce.

Al frente del aparato internacional se garantizó todo tipo de simpatías. En los papeles incautados en la fábrica de Sokoa constan de forma manuscrita pagos correspondientes a Cuba, Cabo Verde, Dinamarca o Panamá y buenas relaciones con los movimientos terroristas europeos e hispanoamericanos. Urrutikoetxea supo crear una red paralela de amistades que le han procurado seguridad al margen de las estructuras de ETA.

Dos momentos resultaron especialmente delicados en una trayectoria tan disciplinada y pulcra. Su huida de una operación policial en la que fue capturado Santi Potros y él se dejó las fichas escritas sobre decenas de refugiados y militantes que serían detenidos en las semanas posteriores. Y el momento en el que fue detenido por la Policía francesa. ETA preparaba una tregua de dos semanas con un comunicado redactado por Beloki al que él dio el visto bueno y parecía que el Gobierno socialista estaba predispuesto a mantener contactos. El entonces secretarios de Estado Rafael Vera se reunió con los abogados de Batasuna Esnaola y Fando y una grabación demostraría años más tarde que cuando Vera preguntó si, con el plan que había sobre la mesa, la operación contra Ternera podría continuar, ellos aseguraron que sí.

Su detención resultó espectacular. En Villa Thadee, una casa de dos estructuras en las que vivía la familia de un profesor de la universidad de Bayona y otra pareja y a la que Ternera acudía con frecuencia conduciendo una moto roja espectacular. La detención fue de película y cuando se produjo en el vehículo viajaban dos personas, la que conducía, Agnes Cerlo, que a la postre ha acabado siendo su tercera esposa, y el propio Ternera.

El hecho es que a pesar de la vida en la clandestinidad, el que fuera número 1 de ETA tuvo tiempo para tener una vida familiar relativamente organizada. Su primera esposa fue Karmen Laskibar, madre de sus dos primeros hijos, Egoitz e Irati. Su segunda pareja fue Elena Beloki y la tercera, la joven Agnes Cerlo, una titiritera que recorrió los pueblos del País Vasco contando la vida de Zoe, «un muñeco lleno de vida y de fantasía». Ella le procuró un tercer hijo, un bebé gracias a cuyo nacimiento Ternera fue localizado por última vez.

En prisión, Urrutikoetxea se dedicó, de forma marcial, a distribuir su tiempo entre el deporte -se levantaba a las cinco de la mañana para entrenar dos horas- y la restauración. Se sacó un diploma de cocina por la UNED tras descartar los estudios de Historia y sentenció a Carmen Tagle, fiscal de la Audiencia Nacional que le tomó declaración en París junto a Baltasar Garzón, cuando la oyó llamarle «hijo de puta». Lo único que ha escrito, que se sepa, y con ayuda de una compañero, es un libro de recetas entre las que incluía el menú para después de las huelgas de hambre (pudín de pescado y nido de patata con calabacín, por ejemplo, con dos copas de vino). Eso, y una ristra de posturas intransigentes.

Apenas se puso al frente del aparato político, en los 80, desdeñó la oferta realizada por Francia para dialogar y eso le costó a la banda la pérdida del santuario francés. Tras el atentado de Hipercor, en el que un coche bomba mató a 21 personas,se produjo una crisis interna; HASI, la correa de transmisión entre ETA y Batasuna, pidió a la banda que se tomase «unos meses de vacaciones». Ternera zanjó la discusión expulsando a los disidentes. Finalmente en la tregua del 98, desde prisión, ya advirtió de que ésta sería irreversible sólo si se conseguía la autodeterminación y la territorialidad y, fracasado el intento, no dudó en reprochar a sus compañeros que se hubiesen «dejado llevar por un globo ilusorio impulsado por nuestros enemigos».

Tras varios años en los centros penitenciarios de Fresnes y Muret, Josu Ternera fue entregado a la Policía española en la frontera. Estando en prisión provisional fue diputado por Euskal Herritarrok y miembro de la comisión de Derechos Humanos del Parlamento vasco. El Supremo le puso en libertad porque las acusaciones coincidían con los delitos por los que había cumplido cárcel en Francia pero después abrió una causa contra él por el atentado de Zaragoza tras recibir un informe inculpatorio de 1.300 folios elaborado por la Guardia Civil sobre su participación.

Logró huir pero dio una rueda de prensa en la sede de la ONU de Ginebra que provocó la queja ante Kofi Annan del Gobierno español. Annan participaría luego en el paripé del palacio de Ayete previo al cese definitivo de 2011, aunque se arrepentiría más tarde.

Estando huido se reunió con Eguiguren para emprender la negociación de 2008. Sobre su carácter cuenta el socialista vasco que tras estar discutiendo durante horas sobre los términos de un comunicado compartieron cena en aquel pueblo de Oslo. Hablaron de la dificultad de los hijos para vivir en un clima de violencia y pasaron un rato agradable.

Al reportar al entonces ministro Rubalcaba, éste pidió a Eguiguren que realizase una modificación terminológica y el socialista se acercó a la zona donde se alojaba el terrorista para planteárselo. Montó en cólera, le acusó de querer cogerle con la guardia baja y de haberse hecho el simpático para colar la modificación. «Atribuí la reacción a un problema psicológico», decía Eguiguren. «Nos enemistamos para siempre, por decirlo de algún modo. aunque los miembros de la Henry Dunant solicitaron que nos pidiéramos disculpas mutuas, fue una mera formalidad».

Cuando la cúpula de ETA decidió romper la tregua y volver a atentar, quitó de en medio a Ternera y, a pesar de que la condición para negociar era que estuviera él de interlocutor, Thierry le sustituyó en los encuentros con Eguiguren mientras Txeroki ordenaba los atentados. Según las Fuerzas de Seguridad, cuando Urrutikoetxea dejó el Parlamento Vasco para vivir en la clandestinidad, no se incorporó a ETA. Probablemente al principio intentó reconstruir el aparato político con algunos etarras de la generación de su hijo pero no continuó intentando dirigir nada. Eran otros tiempos. ETA ya estaba derrotada.

No ha aparecido en los papeles en ninguna de las operaciones contra las sucesivas cúpulas. Sin embargo, siempre ha estado ahí. Dicen los expertos que la suya ha sido una función de «política representativa sin ningún papel», una especie de «asesoría». Una vez huido, estuvo en la reunión que le costó la vicepresidencia a Carod Rovira y en la que éste pacto con ETA una tregua para Cataluña. Estuvo negociando con Eguiguren en nombre de ETA y después volvió a Oslo, tras el cese definitivo», para aconsejar a David Pla y a Iratxe Sorzabal, que se quedaron esperando a que el Gobierno español se reuniera con ellos para resolver las «consecuencias del conflicto». Tras el fracaso también de allí logró desaparecer. Hasta el viernes cuando se constituyó en el único etarra en libertad.

 

 

FUENTE: ELMUNDO