Miércoles. 25 de abril. Son las 12 horas y 41 minutos. Es casi una obligación mirar la hora exacta porque es infrecuente observar desde la tribuna de prensa al presidente del Gobierno pendiente de su reloj de pulsera. Como deseando que aquella tortura dialéctica del ministro Montoro defendiendo los presupuestos terminara ya.
El mismo gesto lo repetiría lo largo de la tediosa sesión de mañana sin que pudiera esconder su impaciencia, clamorosa cuando a las 12:45 las pantallas del hemiciclo, situadas a ambos lados de la Mesa, mostraron un primer plano de Rajoy con gesto ausente. Como ido. Como recordando la célebre frase de Estanislao Figueras tras un demencial consejo de ministros: «Señores, voy a serles franco, estoy hasta los cojones de todos nosotros«.
No le faltaba razón al presidente. Se había enterado pocas horas antes de la publicación del video de Cifuentes, y cuando a las doce en punto atravesó el pasillo que conduce a los vomitorios del Congreso —por donde acceden sus señorías al hemiciclo— estaba ya todo el pescado vendido: Cifuentes había dimitido un cuarto de hora antes. Pero no todo estaba bajo control. Rajoy, una vez que accedió a su escaño, se cruzó de piernas, y uno de sus pies delató su ansiedad.
Pero es probable que aquella mañana Rajoy pensara que su ciclo político se había agotado. Jaque al rey que amenaza con ser mate. Desde luego, no solo por el asunto Cifuentes, feo donde los haya, sino porque en la tarde anterior había tenido que entregarse con armas y bagajes al PNV, con lo que ello representa para muchos votantes conservadores en pleno clima de tensiones territoriales a cuenta de Cataluña. Una nueva concesión a los nacionalistas que nadie como Albert Rivera será capaz de capitalizar.
Jaque al rey que amenaza con ser mate. No solo por el asunto Cifuentes, sino porque había tenido que entregarse con armas y bagajes al PNV
Rajoy, aquella mañana, recordaba a Rodríguez Zapatero, quien el 12 de mayo de 2010, también miércoles, y obligado por la comunidad internacional (el propio Obama presionó al Gobierno socialista), anunció el mayor recorte del gasto público de la reciente historia económica. Zapatero sabía que era la única manera de salvar a España del rescate, pero también era consciente de que era lo mismo que condenar al Partido Socialista al averno, donde aún sigue ocho años después.
La pieza de los jubilados
La economía española, afortunadamente, ya no está con el agua al cuello, pero Rajoy sabe mejor que nadie que su mayor caladero de votos está entre los pensionistas, y por eso no podía dejar escapar la pieza de los jubilados. No en vano, casi once millones de españoles (uno de cada cuatro) tiene más de 60 años, y algo más de ocho millones cobra una pensión pública.
La Seguridad Social, por eso, es algo más que un asunto estratégico para el Partido Popular. Es el todo o nada. Como el miércoles pasado, lo era la aprobación de los Presupuestos a cualquier precio, incluso generando desconcierto e incredulidad en muchos altos cargos —Alberto Nadal, TomásBurgos, el propio Montoro…— que se han desgañitado negando la subida de las pensiones como el IPC. Muchos ministros se enteraron de los recortes de Zapatero en sus escaños, y muchos altos cargos del PP no salían de su asombro cuando escucharon a Aitor Esteban, el portavoz del PNV, desgranar las medidas.
En dos de sus feudos tradicionales —Madrid y Valencia— la presión de Cs es tan intensa que el castillo que levantó Aznar comienza a derrumbarse
Era, sin embargo, el todo o nada para el PP, que ya no solo es un partido residual en Cataluña y el País Vasco, los dos territorios que generan mayores tensiones. En dos de sus feudos tradicionales —Madrid y la Comunidad Valenciana— la presión de Ciudadanos es tan intensa, también en Andalucía, que el castillo que levantó Aznar en el Congreso de Sevilla (año 1990) comienza a derrumbarse.
La debilidad de Rajoy es tan obvia que el propio Montoro, que pocas horas antes se había enterado del acuerdo entre Rajoy y Andoni Ortuzar, presidente del PNV, fue obligado a callar sobre lo pactado. El ministro de Hacienda no hizo ninguna mención a la subida de las pensiones en su primera intervención porque esa era la pieza electoral que se querían cobrar los nacionalistas vascos, presionados por muchos prejubilados de la reconversión industrial.
Era evidente que aquella mañana el PP tenía un problema. Lo que sucede en Cataluña lo capitaliza electoralmente Ciudadanos, mientras que la subida de las pensiones como el IPC, la rentabiliza el PNV. Ni siquiera la recuperación económica —el PIB encadenará un ciclo de seis años consecutivos creciendo alrededor de un 3% al final de la legislatura— da votos al PP.
Como sostiene, un sagaz analista, muy próximo al viejo Partido Popular de Aznar, la situación es «irreversible». Cuando un partido con enorme capilaridaden todo el país (es el partido con más afiliados) no es capaz de capitalizar sus decisiones más generosas es que se ha desconectado del electorado. Probablemente, asegura, porque la crisis ha sido muy dura y ha golpeado con especial crudeza a las clases medias urbanas, precisamente, donde arrasaba el PP. «Es una recuperación sin votos», concluye. Y ni siquiera la estabilidad política que confiere aprobar los presupuestos es hoy un activo electoral suficiente para dar la vuelta al desastre.
¿Por qué se ha llegado a esta situación? El economista César Molinas tiene una teoría: «El problema no es Rajoy o el Partido Popular, el problema es que el sistema político está agotado. Hay ambiente de fin de régimen».
Regeneración democrática
¿Qué quiere decir Molinas?, pues que el proceso político iniciado con la Constitución de 1978 se ha movido en los últimos años por inercia, y aunque hay nuevos jugadores en la política nacional —Podemos y Ciudadanos— lo cierto es que los problemas de fondo, en particular la regeneración democrática y la reforma de algunas instituciones obsoletas, siguen ahí. La corrupción del pasado se cobra hoy sus víctimas.
Su conclusión es que los dos grandes partidos se niegan a atacar los problemas subterráneos de la democracia española. Y si primero ‘cayó’ el Partido Socialista, con sus ruinosos resultados electorales en beneficio de Podemos, ahora le toca el turno al Partido Popular, que observa con pavor cómo Ciudadanos le come la tostada con un discurso oportunista en el que el adversario político siempre es el responsable de lo malo, mientras que las cosas positivas (como la bajada de impuestos o la reforma de los autónomos) es fruto del compromiso de Rivera con la gobernabilidad del país.
¿Cuándo se torció todo para el PP? Curiosamente, a partir de 2012. La llegada al poder significó una enorme descapitalización del partido
¿Cuándo se torció todo para el PP? Curiosamente, a partir de 2012. La llegada al poder significó una enorme descapitalización del partido, tanto ideológica como orgánica, lo que explica que haya entrado en el peor escenario: discutir clandestinamente sobre el futuro del líder. Es decir, si Rajoy se presenta o no se presenta a un nuevo mandato, lo cual ahoga cualquier debate interno y convierte al partido en un zombi político.
Hasta el punto de que ha «externalizado» en los jueces la cuestión catalana, y, en paralelo, ha convertido al PNV en el gran mediador de este país. Tanto para desbloquear los presupuestos del Estado como para buscar un Gobierno ‘limpio’ en Cataluña, que es el último agarradero del Gobierno para sobrevivir.
Rajoy necesita que haya un Govern limpio para frenar la sangría de votos en favor de Ciudadanos, pero mover el transatlántico es siempre una operación lenta, sobre todo, cuando está judicializada por ausencia de política, y de ahí que el objetivo número uno de Moncloa sea ahora pacificar el frente catalán, aunque haya que comulgar con ruedas de molino. Paradojas de la política, un partido soberanista, el PNV, es hoy quien zurce los problemas territoriales del país.
El futuro de Rajoy, sin embargo, no es lo más transcendente. Lo que está en juego es un recambio en la correlación de fuerzas del centro derecha. El economista César Molinas, de hecho, no descarta que Albert Rivera, que se mira de forma obsesiva en Macron, quiera ir convirtiendo a Ciudadanos en un movimiento parecido a ‘En Marche!’, el exprés que llevó al Elíseo al presidente francés. Entre otras cosas, porque el terreno está abonado. De ahí que su estrategia pase por buscar compañeros de viaje (como Valls) ante su escasa presencia territorial.
Musculatura intelectual
Como sostiene un antiguo dirigente del Partido Popular, el PP de Rajoy ha perdido no solo su coherencia ideológica con sus continuos golpes de timónen la política presupuestaria, sino que carece de musculatura intelectual. «Es un partido exhausto muy bajo de defensas», asegura, y las perspectivas son peores porque después de la reciente sentencia del Tribunal Constitucional sobre los vetos del Gobierno, Rajoy va a ver como el parlamento desmontauna a una las leyes que aprobó cuando tenía mayoría absoluta.
Lo paradójico es que los problemas del PP, en plena crisis de identidad, coinciden con un fenómeno más de fondo que tiene que ver con la progresiva derechización de la sociedad española, y, que, curiosamente, está capitalizando un partido que se presentó como de centro izquierda, como es Ciudadanos, y que hoy es el preferido del Ibex (Rajoy siempre ha despreciado los cenáculos y los mentideros de los poderosos, al contrario que Rivera).
Es decir, que, ni siquiera en su terreno natural, el PP es capaz de ganar votos y de rentabilizar la salida de la crisis. No hay pendulazo ideológico. Un partido de derechas es probable que sustituya a otro de derechas, lo cual deja a la izquierda en una situación inaudita.
La ruptura con Faes ha dejado al PP huérfano de ideas y se han dinamitado esos espacios de autonomía que debe haber entre partido y Gobierno
La ruptura con la Faes de Aznar, de hecho, ha dejado al Partido Popular huérfano de ideas, y hoy se han dinamitado esos espacios de autonomía que en cualquier sistema político debe haber entre el partido (que es quien gana las elecciones) y el Gobierno, que es quien gestiona el poder. Hoy manda Moncloa, o, mejor dicho, el rey Rajoy, y Génova es un mero apéndice administrativo que se come todos los marrones. Entre otras cosas, porque la secretaria general, Dolores Cospedal, es ministra de Defensa, y lo último que le preocupa en la vida es el partido, más allá de haber tenido que acudir el mismo miércoles a la puerta del sol para sofocar el incendio provocado por el video de Cifuentes.
La ausencia de debate, como destaca otro exdirigente popular, es tan evidente que ya ni siquiera en el Consejo de Ministros hay alguna discrepancia, como las que pudo haber en tiempos de García-Margallo, cuando cuajó una línea de pensamiento crítica con la bicefalia imperfecta (Rajoy-Sáenz de Santamaría). Hoy, Rajoy sigue con su vieja guardia de los tiempos de la oposición (Montoro o Báñez), y solo ha incorporado a algunos independientes sin peso político. Como intentando hacer bueno aquello que aconsejaba Franco a uno de sus ministros: ‘Hágame caso, no se meta en política’.
Quien sigue haciendo hoy la política, sin embargo, son las cloacas del Estado, que han creado monstruos informativos salidos del gabinete del doctor Caligari en el Ministerio del Interior, y que marcan el paso a Moncloa, donde la consigna es no hacer política. Solo gestión. Y ya se sabe lo que le sucedió a Margallo, invitado por Rajoy a dejar el Gobierno. Al exministro de Exteriores, desde entonces, le gusta repetir lo que dijo Bruto tras el asesinato de Julio César: «Qué me importa la suerte del César, cuando lo que está en juego es la suerte del imperio».
FUENTE: ELCONFIDENCIAL