Los independentistas viven en la bipolaridad. Se debaten entre dar un paso atrás para coger impulso o apretar el acelerador. Entre plegar velas, buscar un puerto de refugio, reponer víveres y esperar a que el temporal amaine, o lanzarse a mar abierto aun siendo conscientes de que el barco presenta cada vez más vías de agua.

La semana que ahora acaba no ha podido ser mejor ejemplo de ello. La empezaron eufóricos. La intervención policial del 1-O puso a Cataluña en el mapa internacional. Después de años y años de intentar internacionalizar el conflicto, de los miles de euros destinados a tener visibilidad en el exterior, una mañana de policías y guardias civiles campando a sus anchas por Cataluña había sido suficiente para abrir los informativos de televisión y copar las portadas de los medios más influyentes.

La euforia aumentó el martes, con la mayor huelga general registrada en Cataluña desde el paro contra el Gobierno de Felipe González en 1988. Sin el respaldo de CCOO y UGT, los independentistas consiguieron paralizar Cataluña; con la ayuda inestimable, eso sí, de la Administración catalana. El discurso nocturno del Rey les reafirmó en sus posiciones: «España no tiene remedio».

Sin embargo, el baño de realidad que ha supuesto el anuncio de entidades bancarias y grandes empresas de que trasladarán sus sedes sociales fuera de Cataluña si la situación no se reconduce ha encendido las luces de alarma.

El golpe recibido desde la Unión Europea el miércoles, cuando en el Pleno monográfico sobre Cataluña se respaldó la actuación del Gobierno de Mariano Rajoy, estaba casi descontado, pero el movimiento financiero y empresarial parece haber pillado con el paso cambiado a los independentistas. Sorprende el estado de shock en el que ayer amaneció la Generalitat, especialmente porque siempre se ha jactado de tener todos los escenarios previstos.

Con estos elementos sobre la mesa, se alzan voces que reclaman dar un paso atrás para coger impulso, buscar un puerto de refugio y no aventurarse en el océano de la declaración unilateral de independencia (DUI) sin tener las velas preparadas para la tormenta. Se comienza a entonar el «Ja no tenim pressa» [«Ya no tenemos prisa»], modificando el eslogan electoral de la CUP el 27-S.

Ayer por la tarde, el ex president Artur Mas sorprendía reconociendo al Financial Times que Cataluña no está preparada para la independencia real. Por la mañana, ya habíamos desayunado con un artículo en el Ara del conseller de Empresa, Santi Vila -el más moderado del Govern pero que apoyó incondicionalmente al president Puigdemont en los últimos meses-, en el que reconocía que el 1-O «no va a ser reconocido como legítimo por una parte de la sociedad catalana», dudaba de la «utilidad y consecuencias» de la DUI y solicitaba «dar una última oportunidad al diálogo comprometiéndose las dos partes a no tomar nuevas medidas unilaterales».

Ya el lunes, una de las mentes más lúcidas del independentismo, el ex conseller de Economía Andreu Mas-Colell, reconocía que «un referéndum con todas las garantías» no se ha conseguido hacer y advertía de una DUI a corto plazo. Mas-Colell reclamaba que «se anuncie con solemnidad que no se renuncia a nada, pero que durante un tiempo, uno o dos años, no se recurrirá a la unilateralidad».

Es la línea que se está imponiendo en el PDeCAT y, en menor medida, en ERC, y habrá que ver hasta qué punto impregna en el president Carles Puigdemont, hasta ahora impermeable a las presiones y dispuesto a llegar hasta el final.

Los que abogan por echar el freno creen que el president podría esgrimir dos argumentos para no proclamar la DUI o hacer una declaración descafeinada y aplazada en el tiempo. Técnicos ambos.

Por un lado, el referéndum se hizo sin la supervisión de la Sindicatura Electoral, cuyos miembros dimitieron el 22 de septiembre para eludir la multa de 12.000 euros diarios que les impuso el Tribunal Constitucional. Además, la misión de observadores internacionales concluyó el pasado martes que el 1-O no había cumplido los «estándares internacionales» porque todo lo sucedido, desde la actuación policial al cambio del censo 45 minutos antes de abrir los colegios y las dificultades para validar el recuento, hacía «improbable» que se dieran las garantías de un «referéndum bien hecho».

Que la Generalitat publicara ayer los resultados definitivos de la consulta no invalidaría estos argumentos. De hecho, sirve para calmar los ánimos independentistas tras las malas noticias de las últimas horas y ganar tiempo.

Es esta sensación de que se puede echar el freno precisamente en el momento culminante del procés la que llevó a la CUP a aumentar su apuesta y anunciar que ya se negocia el redactado de la declaración que el martes hará Puigdemont en el Parlament. En realidad, serían dos los redactados que se están elaborando, uno más duro y que proclamaría directamente la DUI y otro que hablaría de abrir un proceso de negociación para el reconocimiento del nuevo Estado.

Se negocia, sí, pero nada está escrito. Las próximas horas serán decisivas. Y según una parte de los actores, el día decisivo no será el martes, sino que podría ser el lunes.

 

 

FUENTE: ELMUNDO