¿Por qué nos interesa la política más que nunca cuando nunca ha sido tan irrelevante? En una democracia avanzada, la política ya no es una cuestión de vida o muerte, como lo es en Venezuela o lo fue en la Europa de entreguerras. Con la globalización y la delegación de poderes a Bruselas, muchas decisiones colectivas están fuera del alcance de nuestros políticos.
La diferencia entre estar gobernado por un partido de izquierdas o de derechas es de unos pocos impuestos arriba o abajo, o de unas regulaciones más o menos. Una discrepancia importante, pero no tan crítica como antaño. Y, sin embargo, de cualquier cafetería en San Francisco a cualquier bar de pueblo en Aragón, todos debatimos sobre Trump o el populismo.
La razón es que la discusión política ayuda a sentirnos parte de la comunidad. La identidad colectiva se nutre de compartir relatos. Historias que todos reconocemos, como cuentos orales o leyendas de dragones años ha, obras de teatro y novelas después, o eventos deportivos y audiovisuales hoy día. Historias en las que rivalizamos sobre quiénes son los héroes y villanos, y que nos sirven para interactuar con amigos, vecinos y colegas.
El mundo digital ha multiplicado el número y la disponibilidad de relatos. Tenemos infinidad de series y documentales online, libros, películas y programas en todos los idiomas y de todos los rincones del planeta. A un clic.
Pero, al mismo tiempo, el abanico de narrativas que compartimos de forma simultánea se ha estrechado. En la era analógica, la mayoría de ciudadanos veíamos los mismos espacios televisivos, fueran Informesemanal,Médico de familia,Verano azul o Un, dostres. Pero la exuberancia digital ha fragmentado el consumo audiovisual y lo ha desincronizado. Vemos ficciones variopintas a horas y en días distintos. Con lo que, ahora, solo pueden interconectarnos socialmente los espectáculos de no ficción que transcurren en directo, como los deportes, los chismes de famosos o, la última tendencia, las ocurrencias de los políticos. Seguimos más la política no porque nos interese más en sí misma, sino porque nos interesa más hablar de ella.