Qué mal argumento el de Girauta para darse de baja como militante de Ciudadanos, ofendido por el apoyo de Arrimadas a la prórroga del estado de alarma de Sánchez. ¿Contra quién puede ir dirigido su «no trabajamos tanto para construir una bisagra»? Solamente contra sí mismo, como miembro del núcleo duro de Rivera que, al pretender suplantar al PP, se quedó con diez escaños; y eso sería masoquismo. O contra el 93,2% de los electores que no votó por Ciudadanos; y eso sería aristocratismo.
El fin de todo partido es la utilidad política. Para sus representados en particular y para el conjunto de la nación, extensivamente. Y excepto en aquellas raras ocasiones en que alguien logra la mayoría absoluta, todos los partidos ejercen, en cierto modo, de bisagras o al menos contienen los suficientes elementos de engarce, con uno o varios vecinos, para aprobar leyes y gobernar con respaldo parlamentario.
La gran ventaja de los partidos de centro es que siempre tienen dos fronteras y eso les permite «abrir puertas» por ambos lados. Lo acaba de subrayar Francisco Igea que es vicepresidente de Castilla y León, gobernando con el PP, y a la vez respalda atinadamente este apoyo decisivo de Arrimadas al PSOE.
A menos que Girauta se equivocara desde el principio de partido o de país -los conservadores españoles nunca apoyarán el aborto, el feminismo y la gestación subrogada como hace Cs-, la cuestión estriba en el tamaño de la bisagra. O sea, en el diámetro del centro. Con UCD osciló entre los 166 y los 168 escaños, de modo que Suárez pactaba fácilmente, ora con Fraga, ora con Felipe o Carrillo, ejerciendo de doble bisagra con todos ellos a un tiempo, al enhebrar los pactos de la Moncloa y el consenso constitucional.
Al cabo de treinta y cinco años de irrelevancia parlamentaria, agostado en la propia UCD, el CDS, el Partido Reformista o UPyD, el centro resucitó como fuerza significativa en 2015, a través de los 40 escaños de Ciudadanos. Rivera selló con ellos el insuficiente «pacto del abrazo» con Sánchez, ejerciendo de bisagra hacia la izquierda. De hecho, estaba dispuesto a gobernar con la abstención de Podemos.
Tras la repetición de elecciones, sus 32 escaños -combinados con la abstención del PSOE- posibilitaron la investidura de Rajoy, ejerciendo de bisagra hacia la derecha. Girauta actuó como elocuente portavoz en ambas coyunturas.
Cuando Sánchez recuperó, con democrática audacia, el poder interno en el PSOE y repitió la jugada con su moción de censura de la primavera de 2018, Rivera optó por quedarse al margen. Podía haber condicionado una nueva mayoría, dejando fuera de juego a los separatistas, pero no lo hizo. Las primeras elecciones de 2019, a las que Ciudadanos concurrió demonizando a Sánchez por sus pactos con los golpistas catalanes, premiaron su estrategia, otorgándole 57 escaños deslumbrantes.
Y Rivera se deslumbró. Era la primera ocasión en 40 años que un partido de centro pesaba lo suficiente para llegar al poder, como decisivo y poderoso socio minoritario de un gobierno social-liberal, con toda una legislatura de estabilidad por delante. Imaginen qué distinta sería hoy la política. En lugar de aceptar ese regalo del destino, el líder de Cs dobló atolondradamente la apuesta, pensando que la caída del PP iba a erigirle en jefe de las derechas y presidente del Gobierno.
Él fue el principal culpable de la nueva repetición electoral y su avaricia rompió el saco. La exageración y exacerbación de la crítica a Sánchez provocaron la polarización que resucitó al PP, hizo volar a Vox, hundió a Ciudadanos y mantuvo al PSOE en el poder, mediante el equilibrismo de un pacto con Podemos, sin mayoría ni alternativa.
***
Con sólo diez escaños, Ciudadanos no ha vuelto a las catacumbas por las que transitó UPyD, pero casi. Inés Arrimadas ha heredado una casa en ruinas y se han invertido las tornas: ahora es el PP el que, sondeo tras sondeo, va recuperando el espacio sociológico de centro derecha que conquistó Aznar y dilapidó Rajoy. Es verdad que la nociva presencia de Vox impide a Casadodescuidar el flanco de la derecha más dura y concentrarse en la reconquista del centro. Su avance es por eso más lento pero no menos constante.
Él fue el principal culpable de la nueva repetición electoral y su avaricia rompió el saco
Si Arrimadas se mantuviera inmóvil, como tercer sumando de una férrea oposición de derechas, estaría abocando a Ciudadanos, en el mejor de los casos, a una fusión por absorción con el PP y, en el peor, a una dramática extinción, como la de sus restantes antecesores en el espacio centrista.
Ejercer con inteligencia ese papel menguado, pero en ocasiones todavía clave, esa utilidad transversal que le han otorgado los electores, es una alternativa no exenta de riesgos, pero también cargada de oportunidades para fortalecer la propia identidad. En último extremo, siempre será mejor intentarlo que no dejarse arrastrar, al rebufo de PP y Vox, a una nueva versión maniquea de las dos Españas.
Comprendo que la tragedia del coronavirus ha creado el peor entorno emocional para la negociación, la transigencia y el consenso. Según la distinción platónica, es la hora en que la ‘doxa’, o sea, la opinión banal e interesada, aplasta a la ‘episteme’ o expresión del conocimiento.
La prueba es el sucesivo naufragio de muy convenientes operaciones de Estado, como la gran coalición, la ‘vía 221’ o los nuevos pactos de la Moncloa, ejemplarmente abanderadas por Arrimadas. Pero esos fracasos obligan a un esfuerzo de serenidad adicional y a un empeño más perseverante, si cabe, a quienes creemos que hay que afrontar la catástrofe con más raciocinio y menos visceralidad. A quienes oponemos el centrismo lúcido al frentismo ciego.
Nunca me gustó la foto de Colón, pero era una estrategia defendible, siempre que se liderara desde la posición menos exaltada. Tocar ahora el tercer violín -o mejor dicho la tercera cacerola- de una sinfonía para instrumentos desafinados, trocada en ruido de esquilas y cencerros, para que Vox mueva el árbol y el PP recoja las nueces, sería traicionar a quienes, al no sentirnos ni tirios ni troyanos, tampoco vemos enemigos en los adversarios. O sea, al corazón del bosque del que se nutre Ciudadanos.
***
«Que entre nosotros no quede el equívoco, señor embajador», aclararé ahora, remedando el comentario de Ruano al diplomático de la nación hermana que había decidido dejar de pagarle por sus ditirambos. «Su país -este gobierno- es un puñetero desastre».
Sánchez está siendo un mal gobernante, un gestor incompetente cuyo oportunismo, errores y servidumbres, desde el inicio de la pandemia, han amplificado el daño a los españoles y llevan camino de ahondar y prolongar la crisis económica. Se me ocurren ya la mitad de los cien reproches que tocará hacerle, cuando llegue la hora de su rendición de cuentas.
Nunca me gustó la foto de Colón, pero era una estrategia defendible, siempre que se liderara desde la posición menos exaltada
Pero hay una diferencia entre la rendición de cuentas por medios constitucionales -elecciones o moción de censura- y el ajuste de cuentas que algunos preconizan, entre el Far West y la novela negra. Y ése es un trecho que ningún demócrata debería estar dispuesto a recorrer.
Porque de la misma manera que la descarriada y dañina negociación con el separatismo no ha hecho de Sánchez un nuevo conde don Julián, tampoco sus equivocaciones y torpezas -de índole muy similar a las atribuidas a sus homólogos de otros países- le convierten en un criminal, por mucho que tengan que ver con un virus que siega vidas de forma inclemente.
Y tampoco la vigencia del estado de alarma le transforma en un «dictador constitucional», como exageradamente alegó Casado, al darle la vuelta a la truculenta dialéctica gubernamental que responsabilizaba de la salud de los españoles a quien no apoyara la prórroga.
Que la restricción de movimientos sea la única forma eficaz de contener los contagios es una prueba de la impotencia tecnológica del Gobierno, pero no del ansia de encadenar a los españoles. Que la portavoz del PSOE llame «cacatúa» a un dirigente del PP es una muestra de su patológica mala educación, pero no una restricción del control parlamentario. Que la farsa de las ruedas de prensa de Moncloa se haya acrecentado, mediante la acumulación de interlocutores irrelevantes sin posibilidad ni capacidad de réplica, es una treta de primero de fontanería, pero no una amenaza a la libertad de expresión.
***
Pongamos las cosas en sus justos términos. El día que haya una posibilidad aritmética de sustituir legalmente a este Gobierno por otro con mayor expectativa de eficacia, aplaudiré que Ciudadanos contribuya a hacerlo. Mientras eso no ocurra, aplaudiré que contribuya a atenuar y amortiguar su impacto en las libertades públicas o el empleo, como acaba de hacer Arrimadas.
Igual que Falstaff alardeaba no sólo de su ingenio sino del que inducía en los demás, Arrimadas, gran protagonista del último pleno del Congreso, puede estar satisfecha, no sólo por la solvencia de su propia posición -no conviene cambiar el caballo del marco legal cuando estamos a punto de cruzar el río- sino por el efecto dominó que produjo.
Sánchez apareció más transigente y dialogante que otras veces, Casado dejó la puerta abierta de la abstención en vez de dar el portazo del «no», Podemos reemplazó la droga dura de Echenique por el izquierdismo de diseño de Asens y Abascal y Rufián se quedaron más solos que nunca en su fanatismo equivalente.
Arrimadas, gran protagonista del pleno del Congreso, puede estar satisfecha, no sólo por la solvencia de su propia posición, sino por el efecto dominó que produjo
Arrimadas ha entrado en la partida, cuando acaba de asumir el liderazgo naranja, justo en el mes en que va a alumbrar un nuevo ser. Cualquiera diría que ha leído la reflexión estratégica que Iván Redondo publicó hace un par de años en su blog: «Aunque todas las piezas en un tablero político siempre parezcan simétricas, la realidad es que sólo a alguien le toca jugar». Con ella llega la expectativa de una nueva vida para Ciudadanos, de un renacer del centro político, cuando más falta hace «volver a poner en marcha el reloj».
Por no apartarnos de ese texto del jefe del gabinete del presidente, «no importa jugar con blancas o negras, atacando o defendiendo… el equilibrio lo es todo, establecer qué se puede y qué no se puede hacer, aprovechar los factores cualitativos y cuantitativos… transformar tus activos para obtener ventajas de los condicionantes externos».
No es de extrañar que el movimiento de Arrimadas haya puesto tan nerviosos a Carmen Calvo, Pablo Iglesias, Oriol Junqueras o Aitor Esteban. Es decir a todos los que basan su poder en la permanente huida hacia delante de un Sánchez sometido a las espuelas de la izquierda radical y el nacionalismo identitario.
Tampoco me sorprende -y esto es un buen indicio- que la líder de Ciudadanos haya irritado tanto a los doxóforos del escaño, el micrófono y la pluma. Vivimos tiempos en los que la devastación, el dolor y la ira sirven de terreno abonado a aquellos predicadores lenguaraces «cuyas palabras van -según Platón– más rápidas que su pensamiento». Los hay de izquierdas, de derechas y separatistas.
Cualquiera que interrumpa sus diatribas con una dosis de serenidad, dos cucharadas de empirismo y unas gotas de episteme se convierte en sospechoso de traición y cobardía. Todos recurren entonces al camión de la basura, con su volquete cargado de doxa y otras mondas malolientes. Pero como a Arrimadas ya le han llamado todos de todo, los remoquetes y adjetivos resbalarán sobre su piel hecha armadura, neutralizándose entre sí. Como proclamaba la UCD de Suárez, ahora más que nunca, «en el centro está la esperanza».