El éxito del separatismo es clamoroso. No tan solo del separatismo catalán, sino del separatismo español en general, del que el catalán es solo una versión más. El alimento del separatismo en general es el odio, la negación del otro, la incapacidad para ponerse en los zapatos del vecino. Y eso es lo que está triunfando de forma terrorífica. La destrucción a estas horas ya tiene proporciones gigantescas y no sabemos cuánto nos costará, cuantas generaciones tendrán que pasar, para reparar todo este daño que no tiene perdón de Dios.
La estrategia del separatista es bien clara. Primero trazar una línea que distinga entre los dos campos que habrá que enfrentar, una frontera entre las personas, antes de trazarla entre los territorios. Hay mucha experiencia sobre esto: constitucionalistas y anticonstitucionalistas, abertzales y españolazos y más recientemente soberanistas y unionistas. Segundo paso, organizar toda la vida social alrededor de este eje de identidad ideológica, hasta el punto de que se diluyan todas las otras identidades. Tercer paso, humillar y ofender al adversario. El cóctel incivil está servido. Así se organizan las guerras entre hermanos, el peor crimen según palabras del poeta Salvador Espriu.
Ahora estamos en la escalada de la última fase. Recordemos la manifestación contra los atentados, en la que la ANC se esmeró en humillar al Rey y al presidente del Gobierno. Recordemos la reciente represión del falso referéndum del 1-O, en la que el Ministerio del Interior quiso organizar un escarmiento a la población civil en vez de perseguir a los responsables de la ilegalidad cometida. Recordemos el acoso a los alcaldes socialistas, ordenado por el propio Puigdemont. Recordemos la despedida de los policías en sus cuarteles como si fueran a conquistar un país extranjero y luego los asedios a los hoteles donde se alojaron en Cataluña.
Todos humillados y ofendidos. Los más ponderados de cada lado consiguen admitir alguna razón del otro, pero jamás la simetría. Siempre hay un plus de razón moral, que expresan incluso los que se creen más moderados. Son buenos tiempos para los sembradores de odio, dispuestos a humillar y ofender el otro y a reivindicarse como humillados y ofendidos en exclusiva, porque están a punto de recoger la cosecha. Será devastadora. Puede ser incluso sangrienta. Cada uno tendrá la obligación de leer y recordar lo que ha dicho y escrito y hacer entonces examen de conciencia. La única salvación para todos es un giro de 180 grados que nos convierta a todos en sembradores de la reconciliación, de aquella consigna de paz, piedad, perdón de Azaña desoída en la Guerra Civil.