No es ni el covid-19 ni los muertos: su virus es la izquierda.

Desde que estalló la pandemia del covid-19, a comienzos de marzo, las principales ediciones internacionales de The HuffPost —EEUU, Italia, Reino Unido, Francia, Grecia, Canadá, India y España— se reúnen a diario para informar de la evolución de la crisis sanitaria en cada país. 

El caso español les tiene fascinados: en ninguno, ni siquiera en los castigados Brasil de Bolsonaro, EEUU de Trump o Reino Unido de Johnson, existe una fractura social tan evidente como en España. Sencillamente, les cuesta creerlo: la responsable de la edición canadiense comentó cómo allí todos los partidos habían permanecido unidos desde el primer minuto en una lucha que saben no es política, sino sanitaria.

El viernes pasado, tras avanzar que la ultraderecha planeaba marchar contra el Gobierno tomando las principales calles del país, me preguntaron cuáles eran las reclamaciones de los manifestantes. “Libertad y la dimisión de Pedro Sánchez”, respondí. “Pero, ¿qué medidas proponen?”, siguieron. Tras dudar varios segundos, respondí: “Ninguna”.

Nadie que no sea adicto a la información política o un masoquista con mucho tiempo libre habrá visto completas las sesiones parlamentarias de estos días. Eso que ganan. Porque si aspiraban a escuchar de la oposición una simple propuesta para vencer de forma menos costosa y rápida a la crisis del covid-19 se hubieran llevado una decepción.

El PP y Vox se limitan a criticar todas y cada una de las medidas tomadas por el Gobierno, cumpliendo escrupulosamente sólo con una de las dos principales tareas que tienen encomendadas: la crítica la dominan bien, sin duda, pero desprecian la labor de presentar alternativas. Van de suyo que la oposición deba sacar las uñas, pero además de vencer en la dialéctica deben convencer con razonamientos. Estas semanas sobran uñas y faltan cerebros.

La derecha extrema se echa a la calle y uno no se reiría a carcajadas si el problema no fuera tan grave. Exigen libertad mientras protestan con plena libertad; llaman golpistas a un Gobierno con más de diez millones de votos; claman contra la dictadura enarbolando banderas preconstitucionales; se quejan de ser censurados mientras acallan a los periodistas que cubren las marchas; tienen la desvergüenza de defender a la ‘España que madruga’ desde sus descapotables; hablan y hablan y hablan de patria y nación mientras escupen contra los compatriotas que no piensan igual. Enarbolan la bandera de todos para dividir.

Y gritan, gritan contra Sánchez, contra el Gobierno, contra los socialistas, los comunistas, la izquierda… Gritan contra el enemigo. Llevan años hablando de cerrar heridas pero sus gestos, palabras y comportamiento son propios de la España de principios de 1936.

No es el covid-19, ni siquiera son los muertos: su virus es Pedro Sánchez, Pablo Iglesias, el PSOE y Unidas Podemos. Su enfermedad es la izquierda. Por eso atacan con saña, sin argumentos y con mentiras. No importan los medios cuando el fin es hacer caer un Gobierno que ni aceptan ni toleran. No entienden la democracia como la libre elección de los representantes políticos, sino como un sistema óptimo siempre y cuando se ajuste como un calcetín a sus deseos. Si la democracia no lo hace, entonces dejará de serles útil.

Creen que son más porque gritan más alto, tienen cacerolas más resistentes. Y son fácilmente susceptibles. Hoy lo que más les irrita son los aplausos: un motivo más, si es que se necesitaba, para seguir saliendo a los balcones hasta enrojecer las manos. Hay más dignidad en un solo aplauso que en mil caceroladas. Hay más dignidad en un sólo gesto de agradecimiento que en mil de desprecio.

La extrema derecha y los eternamente amargados han salido este sábado con sus coches a gritar, y uno se pregunta dónde han estado todos estos años en los que se ha desmantelado la sanidad pública, qué han gritado cada vez que se ha recortado en educación, en investigación y desarrollo, en cultura, qué lemas han coreado para denunciar la violencia machista o la homofobia, qué carteles han mostrado para clamar contra la desigualdad social. Qué han hecho, en fin, para que su país sea un poco mejor.

Gritan, gritan mucho, porque carecen de razones y sólo manejan ruido. Que nadie les pregunte qué medidas habría que tomar porque responderán “Sánchez dimisión”. Que nadie les pida que digan qué se podría hacer mejor porque replicarán “Libertad, libertad”. Que nadie les pregunte porque no van a tener respuesta. Esa siempre es su mayor derrota. 

GUILLERMO RODRÍGUEZ