FERNANDO ÓNEGA

 
 
Pasó la reunión que para los catalanes fue cumbre o pasó la cumbre que para el Gobierno español es reunión y se ha cubierto un trámite. La buena noticia es que los reunidos, que se sepa, no llegaron a las manos. La mala es que hubo más expectación mediática que tiempo dedicado a la conversación. Hubo más periodistas esperando las explicaciones de la ministra Batet que minutos de charla, sin descontar los dedicados al saludo, al quieres tomar algo y a la despedida. Realmente, lo importante de la reunión-cumbre es la foto y el poder decir que se habla y eso tan fantástico y que tanto gusta a los políticos: que se mantiene el diálogo. ¿Sobre qué ese diálogo? Sobre algo que nunca podrá desembocar en acuerdo, porque para los independentistas solo se podrá hablar, no nos engañemos, de la necesidad de convocar el referendo. Al señor Torra le interesa mucho más eso que la economía, la educación o la salud de los ciudadanos. Para el señor Sánchez la palabra diálogo es como la palabra mágica que le permite mostrar una cara amable en Cataluña, aunque hoy no le servirá para nada, y ganar tiempo al tiempo porque, mientras el tiempo pasa, él sigue en la Moncloa. El caso es dar carrete al asunto.

A todo esto, manda la desinformación. Tengo la impresión de que las partes reunidas ayer tienen pánico a decir que han cedido en algo. Por ejemplo, el voto afirmativo de los secesionistas al techo de gasto lo presentan como un «último gesto», y no como el precio por la foto de ayer y mucho menos como un adelanto de un sí a los Presupuestos por el que Pedro Sánchez daría un dedo de una mano. Torra no puede aceptar que cede, primero porque no le deja Puigdemont, segundo porque eso no está en la hoja de ruta de Eslovenia, y tercero porque tiene pavor a que se le echen encima los CDR al grito de «república o dimisión». Y Sánchez no puede decir que asume algo de las reivindicaciones catalanistas no por miedo al PP ni a Ciudadanos, sino a los votantes. Es lo bueno que tiene la democracia.

Y en esas estamos. Si hoy se salda el día simplemente con la celebración del Consejo de Ministros, se nos venderá como un éxito de la desinflamación, aunque haya miles de manifestantes vociferando en la calle -«libertad de expresión y manifestación», dirá el Gobierno catalán- y cortando el tráfico en toda la ciudad. Y así vamos tirando. Pasado esto viene la lotería, las cámaras se desplazan de Barcelona a donde haya caído el gordo, después nos metemos en Nochebuena, escucharemos al rey Felipe VI, los independentistas le dirán que no tiene sensibilidad con las ansias de libertad del pueblo catalán y, a la vuelta de Reyes, nos seguiremos preguntando cuándo hay elecciones. Nada nuevo bajo el sol.