En todos los países del mundo hay, que yo sepa, médicos, arquitectos, abogados o incluso periodistas, pero no en todos existen los empresarios, porque siguen subsistiendo ideologías y regímenes políticos que nos proscriben al considerarnos parásitos sociales, explotadores económicos o ambas cosas a la vez.

Un empresario es, en resumidas cuentas, una persona que ejerce su derecho a dedicarse a la actividad económica que previamente ha elegido, que como persona libre se asocia o no con otras personas libres para producir bienes y servicios, que contrata la fuerza del trabajo de otras personas y que lleva el producto de la suma de estos esfuerzos al mercado, para competir con otras empresas por el favor de los consumidores.

Ahora bien, en la actualidad, no es frecuente que se realice una valoración positiva de la actividad empresarial, ni en tiempos de bonanza, y aún menos, en momentos de crisis, alegando motivos diferentes en una y otra ocasión. Acaso nosotros mismos no hayamos sabido transmitir a la opinión pública la trascendencia de la función social que la empresa lleva a efecto en cualquier circunstancia y desde el tamaño que adopte. Pero también se ha echado de menos una sensibilidad más ajustada a la realidad por parte de la sociedad.

Es verdad que la imagen de la actividad empresarial en España no ha sido buena. Ha sido frecuente en la España tradicional contraponer la dedicación a actividades “espirituales”, altruistas y nobles por definición, con el ejercicio de actividades “materiales”, también por definición egoístas, y por tanto impropias de gente noble.

Hasta no hace mucho tiempo, las familias españolas de abolengo procuraban que sus hijos se dedicasen a algunas de estas actividades: El mayor heredaba los títulos nobiliarios y propiedades, y los siguientes entraban al servicio del Estado, del Ejército, o de la Iglesia, pero a nadie se le hubiera ocurrido algo tan prosaico y heterodoxo como permitir que uno de sus vástagos se orientara hacia el comercio o la industria, algo realmente impropio de “hidalgos” o de “Cristianos viejos”.

Esta mentalidad conservadora, impregna el sentimiento de la clase dirigente española hasta bien entrado el siglo XIX, y está en el origen del retraso con el que España acometió su Revolución Industrial.

Pero, también es cierto que en los últimos 35 años, la imagen de la función empresarial ha mejorado extraordinariamente en España y se han superado gran parte de los prejuicios levantados contra empresarios. Pero esa mejora consiste en que, de una situación pésima, se ha pasado a otra regular, la cual no significa que sea aún buena.

Por ejemplo: La empresa aparecía hace 30 años en todas las encuestas, como una de las instituciones peor valoradas. Solían encabezar el ranking de las mejor valoradas, instituciones como la Corona, los Medios de Comunicación y los Sindicatos, mientras que en la parte baja de la tabla aparecían invariablemente las Empresas, la Banca y los Partidos Políticos.

En los últimos años, la Empresa ha ido ganando puestos en el ranking y ahora ocupa una situación medio/alta. Curiosamente, ha adelantado a los Sindicatos en los estudios que miden la consideración social.

¿Y por qué ha mejorado en estos decenios la imagen del empresario?; Sin duda porque se ha elevado la cultura económica de amplias capas de la Sociedad. Existe mucha más información en general, y también creo que, modestamente ha contribuido a esta mejora de la labor de las organizaciones empresariales libres, haciendo de manera permanente un ejercicio de explicar y defender las tesis empresariales ante la opinión pública.

En definitiva, las cualidades del empresario de hoy, del empresario moderno, del empresario que consigue sus objetivos con absoluta transparencia…, son su capacidad de asumir riesgo, amén de otras virtudes relacionadas con la tenacidad, la capacidad de sobreponerse a los fracasos, la persistencia en el esfuerzo, en construir poco a poco, el ahorro, etc.

Todo esto está basado en que un proyecto empresarial debe ser algo a muy largo plazo, y en eso, entre otras cosas, se diferencia de un simple negocio.

Antes hablaba de la capacidad de asumir riesgo, pues bien, para mí el empresario es aquella persona que se mueve en la inseguridad permanente para dar seguridad a los demás.

  • A los trabajadores: a través del salario.
  • A los pensionistas: a través de las cotizaciones a la Seguridad Social.
  • A los funcionarios: a través de los impuestos.

Y esto hay que pregonarlo, porque otros ya se ocupan de decir lo que no son los empresarios por regla general.

Hoy, se citan con preocupación las cifras de paro, y hay motivos para ello, pero en muy pocas ocasiones se citan el número de empresas o sus autónomos desaparecidos; ni se pregonan las consecuencias para sus titulares y familias que lo pasan mal porque no les llegan las llamadas prestaciones sociales. Es decir, cuando un trabajador se queda sin trabajo, tiene sus prestaciones por desempleo. pero, cuando una empresa desaparece, no solamente supone la pérdida del capital invertido, a menudo implica también la ruina del patrimonio personal y familiar, y quedar abocado a una situación de desprotección social.

Mantener una empresa hoy significa vivir en permanente desasosiego por los obstáculos que encuentra tanto en el interno de su organización, como en el exterior (financiación, fiscalidad, etc.). Sin embargo, continúa en la brecha con ilusión, exponiendo su patrimonio e innovando para ser competitivo. Nos asombraríamos si conociéramos la biografía de las más de 60.000 empresas empleadoras que hay en nuestra Región de Murcia, de lo que hacen y cómo lo hacen. De los valores y virtudes que en ellos concurre. De la atención que prestan a sus trabajadores y a los que tanto cuesta tener que prescindir de ellos. De su afán por superar las exigencias legales de todo tipo; de acoger Códigos de Buenas Prácticas; de llevar a buen fin el significado de la Responsabilidad Social Empresarial; de innovar y acoger las nuevas tecnologías; y tantas otras acciones. Seguro que podríamos poner ejemplos negativos, pero son la excepción.

Sinceramente, creo que en la Región de Murcia tenemos un tejido empresarial extraordinario, capaz de superar la adversidad de hoy preparándose para incorporarse al carro de la recuperación económica. Hay motivos para sentirnos orgullosos de nuestras empresas, y, desde luego, el deber de pregonar sus excelencias para conseguir la estimación que objetivamente merecen.

 
 
MIGUEL DEL TORO

EXPRESIDENTE DE CROEM