ROSA TORAN
El estreno de la película El fotógrafo de Mauthausen ha causado expectación en los medios y también en un público que accede, quizás, por primera vez a la vida de Francesc Boix Campo, el joven barcelonés que desde el barrio del Poble Sec acabó en el campo de concentración de Mauthausen, donde sufrieron esclavitud y muerte más de 7.000 republicanos españoles. No insistiremos en el olvido sobre su trayectoria y cuyas razones políticas son obvias. Ciertamente Boix merece conocimiento y reconocimiento y no han faltado actuaciones en este sentido, desde instituciones y asociaciones cuyo trabajo se orienta al recuerdo y la dignificación y de la deportación republicana, en el marco de hacer del pasado una lección reflexiva del presente y para el futuro.
Francesc Boix murió en Paris en 1951, a los 31 años, a causa de las secuelas de su internamiento en Mauthausen, y su entierro en el cementerio Thiais solamente reunió a un grupo reducido de amigos, sin honores, sin familia, lejos de su tierra. Sin embargo, su recuerdo nunca se borró de la “familia de la deportación” ni del partido, el PSUC, al que pertenecía, y en su tumba nunca faltaron flores; realidad al margen del imaginario y de las actuaciones de la ignominiosa dictadura, que no sólo ignoró a los que siempre fueron los vencidos, sino que les persiguió y humilló. Cabe recordar que en España, supervivientes y familiares hubieron de moverse en la clandestinidad y el acoso y que hasta 1978 no obtuvieron la legalización de la asociación que les amparaba desde 1962, la Amical de Mauthausen y otros campos. Contexto de difícil comprensión para los jóvenes, que no impidió batallas en favor de la memoria y recuerdo de la deportación republicana, y que cobraron una nueva dimensión a partir de la muerte del dictador Franco.
Sería injusto no reconocer alguna de estas acciones que culminaron con la larga lucha para el traslado con honores de los restos de Boix al cementerio Père Lachaise de Paris, el año pasado. Antes, en septiembre de 2001, el homenaje del ayuntamiento de Barcelona, con la colocación de una placa en la fachada de su casa natal y la adjudicación de su nombre a la biblioteca del mismo barrio, y sobre todo, la implicación en la conservación de gran parte de su legado, los más de 1.000 negativos, del cual es depositaria la Amical de Mauthausen desde 1977, con la colaboración del Museo de Historia de Catalunya. Tampoco han faltado documentales, como el de Llorenç Soler Francisco Boix, un fotografo en el infierno (2000) y publicaciones entorno a este legado: en 2002 salió a la luz Crónica gráfica de un campo de concentración (Margarida Sala y Rosa Toran, Viena ediciones), el mismo año en que se editó la biografía Francesc Boix, el fotògraf de Mauthausen (Benito Bermejo, RBA libros, 2002), reeditada en 2015 bajo el título El fotógrafo del horror. La historia de Francisco Boix y las fotos robadas a los SS de Mauthausen) y han sido numerosas las exposiciones itinerantes que lo han difundido, a nivel nacional e internacional; valga como ejemplo Imágenes y memoria de Mauthausen (Ministerio del Interior austríaco, Amicale de Mauthausen de Francia y Amical de Mauthausen y otros campos de España, 2005), y la más reciente, en 2015, Francesc Boix fotògraf. Més enllà de Mauthausen, producida por el Museo de Historia de Catalunya y comisariada por la historiadora e integrante de la Junta de la Amical, Rosa Toran que firma este artículo.
Sin duda, la iniciativa de trasladar al cine comercial el periplo de Francesc Boix en el campo de Mauthausen obedece al objetivo de dar a conocer su trayectoria a un público que con su visionado descubra aspectos de nuestra historia, una historia de largo recorrido que comienza en 1936 y a la que todavía no se ha puesto fin.
Mucho se ha reflexionado y escrito sobre el uso de la memoria y sobre los lenguajes de difusión, el cómo y los contenidos, sobre las diversas formas de reconstruir el pasado y los límites éticos de la representación de un tema tan sensible como la deportación, los campos de concentración y los de exterminio. Dentro de los medios de comunicación de masas que han tratado el tema, el cine ocupa un lugar destacado desde que en 1955 se dio a conocer la película “Noche y Niebla” de Alain Resnais. Significó un hito Shoah (1985) el proyecto monumental de Claude Lanzmann de nueve horas y media de duración, bajo la premisa de que hay episodios y situaciones que no pueden ni han de ser representados y se acoge exclusivamente al testimonio personal y paisajístico. La producción, sin duda obra maestra de arte, se orienta a provocar en el espectador conocimiento, emoción y meditación, para que su visionado se transforme en bagaje moral.
Por otro lado, la serie televisiva norteamericana Holocausto (1978), que llegó a 500 millones de espectadores, supuso la irrupción de los medios masivos en la representación del Holocausto y el inicio del debate sobre la legitimidad de aquellos. El testimonio del superviviente y Premio Nobel de la Paz (1986) Elie Wiesel calificó la serie como “un insulto a los que murieron y a los que sobrevivieron”. Hollywood no fue ajeno a la polémica sobre los límites de la representación a partir de La lista de Schindler (1994) de Steven Spielberg, debate que también se produjo entre los supervivientes, por las escenografías de estudio para buscar efectos de realidad, la narrativa de la excepción (los salvados frente a la destrucción) y su final feliz, colofón que también culmina La vida es bella (1998). Roberto Benigni construye una fábula y usa recursos para salvar al hijo que provocan la risa en el espectador, pero sin pretensión de mostrar la realidad, sino tan sólo adivinarla; sin duda una comedia, oscarizada y con gran éxito de audiencia.
La ingente cantidad de películas, tanto documentales como de ficción, han generado múltiples estudios que recopilan y valoran las diversas aproximaciones a la cuestión que nos ocupa; entre ellos podemos destacar “Indelibe Shadows. Film and the Holocasust”, la reflexión de Annette Insdorf, hija de supervientes, profesora y estudiosa del cine de la Universidad de Columbia que analiza, entre otros muchos ejemplos, los films citados. En el prólogo de este libro, el citado Elie Wiesel escribe: “¿Con qué derecho podemos ignorar a los mass media? ¿Con qué derecho podríamos negarles la posibilidad de informar, educar y sensibilizar a los millones de hombres y mujeres que podrían decir normalmente “¿Quién es Hítler?”.Pero por otro lado, si permitimos a los mass media una libertad total, ¿no nos arriesgamos a ver cómo profanan y trivializan un tema sagrado?”
Sin profundizar más en el debate, se puede afirmar que no hay una sola forma de representar la memoria, pero la búsqueda de la eficacia en la ficción puede acarrear el peligro de otorgarle el mismo valor que a la verdad, desdibujando los límites entre ambas y distorsionando los hechos reales en aras a su dramatización. Y a menudo han sido los negacionistas, mal llamados “revisionistas históricos”, los que han sacado provecho de ello, a la par que ignorar causas y especificidades es una senda abierta al voyeurismo.
Regresemos al núcleo motivador de nuestra reflexión. Una película es una reconstrucción de hechos mediante simulaciones históricas, disgresiones cronológicas, invención o reinvención de personajes, pero que no necesariamente tienen que transgredir la historia o ignorarla. La vida y muerte en el campo de Mauthausen y en especial el internamiento de Francesc Boix están muy documentados, en cuanto es un personaje reconocido a través de estudios históricos y de testimonios, desgraciadamente ya desaparecidos; por ello la plasmación fílmica no precisaba recurrir a elementos confusionarios, ni en su cronología ni en enmascarar la realidad del campo con episodios inverosímiles; especialmente si entre sus intenciones figura una función didáctico-educativa.
Parece oportuno detallar algunos acontecimientos claves en la historia dramática de Francesc Boix, inmerso en el universo de Mauthausen (con casi 200.000 deportados) para intentar comprender la realidad del campo y el sufrimiento de los internos. Boix, después de las duras pruebas de los campos de concentración franceses, la Compañía de Trabajadores Extranjeros, la detención por los alemanes y el internamiento en el stalag, llega a Mauthausen el 27 de enero de 1941. Le habían precedido miles de republicanos desde el mes de agosto del año anterior en transportes masivos o en pequeños convoyes, y como para la mayoría de deportados, su percepción del campo se limitaba a su barracón y a su comando de trabajo, aparte de los obligatorios recuentos en la appellplatz. Tuvo que esperar 8 meses hasta lograr su destino en el laboratorio fotográfico, gracias a la mediación de Antonio García Alonso, pero fue un caso singular. Cuando la mayoría ya había sido exterminada en el duro invierno de 1941-42, algunos republicanos aprovecharon los resquicios que la veteranía y el azar les ofrecía a partir de 1943-1944, con el campo saturado por las progresivas llegadas de deportados, para ocupar algunos puestos, que las SS necesitaban para cubrir determinados servicios indispensables para su funcionamiento. Ello les permitió contactos y tejer una tenue red de resistencia internacional, que sumaba a la ayuda personal el planeamiento de acciones colectivas, cuando las detenciones de resistentes en Francia arrastraron hasta el infierno austríaco a muchos otros republicanos, catalogados muchos de ellos como NN (Noche y Niebla), que aportaron dosis de optimismo al traer consigo noticias sobre los avances militares de los soviéticos y los aliados.
Acciones planteadas mucho después de las conocidas fotografías de la tortura de los deportados desnudos, quemados por el sol, en el patio de los garajes, el día 21 de junio de 1941, con el pretexto de la desinfección de los barracones, y que no tuvo otro objetivo que su desmoralización, a través de los altavoces que daban cuenta del avance de la Wehrmacht sobre la URSS; horas interminables durante las cuales los deportados intentaron tejer lazos entre ellos, sin plantear, en ningún caso, acción alguna relacionada con el laboratorio fotográfico, al cual no se había incorporado todavía nuestro personaje.
Su trabajo en este servicio, desde agosto de 1941, nunca fue el de fotografiar a los deportados recién llegados y mucho menos a los republicanos, que llegaban ya fichados desde su paso por los stalags. Boix, García y José Cereceda Hijas, junto a deportados de otras nacionalidades destinados en el laboratorio eran peones de los SS, y actuaron según la singularidad de su carácter. A Boix se le atribuía desenvoltura en el trato con los SS e intercambio de favores, posición que conllevaba ventajas y también peligros, como le alertaban algunos de los compañeros de partido. Sin duda, librarse de los trabajos duros en la cantera o del destino en algún comando del campo central fueron claves para su supervivencia, al quedar integrado en el minoritario grupo de los prominenten y además gozar de un observatorio privilegiado para comprobar la criminalidad que los mismos SS documentaban.
Retrocedamos a 1943, cuando las derrotas alemanas de Stalingrado y Kursk abrían dos posibilidades, la destrucción o la salvación de las pruebas de los crímenes, ante las cuales algunos integrantes del Partido Comunista planearon su preservación. Fue a partir de este año cuando se empezó a desarrollar la operación de los sucesivos robos, la ocultación en el propio campo y el traslado fuera del recinto, que llevaron a cabo los jóvenes Poschacher, que encontraron una aliada en Anna Pointner. Recordemos que los Poschacher fueron empleados como mano de obra forzada por este rico empresario que, a la manera de un Schindler, no puede ser presentado como un hombre colmado de humanitarismo, cuando en realidad su actitud no disentía de otros adinerados o simples granjeros de la zona que no dudaron en reclutar, en beneficio propio, mano de obra esclava; valoración que no nos permitiría discernir entre víctimas y victimarios, sobre los cuales no cabe ningún atenuante.
Anna Pointner con su actitud salvó al pueblo de Mauthausen de la total ignominia y a ella se le debe eterno reconocimiento, que desde el año 2015 cada año se le tributa en el monumento que honra su memoria frente a su granja. Sola, con sus hijas, esta granjera, no fue la lavandera de los Poschacher, sino una resistente al régimen nazi, que mostró simpatías hacia aquellos chicos que transitaban delante de su casa y que se avino a guardar los pequeños paquetes, menospreciando el peligro. Su hogar fue el único escondite sin que hubiera otros negativos ni en la carpintería, ni en poder de Dolores, presentada como una prostituta del burdel del campo. Sí, en Mauthausen hubo un burdel, reservado a kapos y a algunos presos prominentes, en el que prestaban servicio mujeres procedentes de Ravensbrück, sin que entre ellas se contara ninguna republicana, ni que dispusieran de lecturas. Efectivamente hubo deportadas republicanas en Mauthausen que llegaron en marzo de 1945 desde el campo de mujeres de Ravensbrück, y que fueron instaladas en el campo de las mujeres procedentes de Auschwitz, que se había habilitado en septiembre de 1944. Gran gesta de nuestras compatriotas con sus acciones singulares de resistencia, como la negativa a salir a trabajar, actitud que les valió la admiración de sus compañeros republicanos.
Una operación de robo y ocultación de tanta complejidad y peligro no hubiera sido posible sin la determinación y la complicidad de otros deportados, y que se saldó con éxito, atribuido por todos los protagonistas a un acción colectiva, con riesgo de muerte si era descubierta, y cabría subrayar su victoria ante el intento de las SS de borrar las pruebas de su criminalidad. El plan no tuvo relación alguna con el episodio de la fuga y el posterior ahorcamiento de Hans Bonarewitz, el 30 de julio de 1942, presentado también como dueño de un almacén de productos de contrabando. En ningún momento, como queda reflejado en el film, pasaron por las manos de Bonarewitz los negativos ni Francesc Boix planificó fugarse con él, con pasaporte falso y la consigna de dar a conocer a los internados el éxito del plan con una esquela publicada en un diario. Tampoco fue castigado, al ser descubierta la maniobra, con la tortura, bajo música de Bach, y con la cárcel, donde en la película se narra de forma indigna la recuperación de los negativos.
Esclavitud y muerte era lo que contemplaban a diario los deportados, en un escenario ruidoso de actividad sin reposo, bajo las continuas amenazas de los kapos y sin relación con los SS que dejaban en sus manos castigos y controles, para evitar al máximo el contacto con los subhombres y sortear el miedo a los contagios. Francesc Boix gozaba de ciertas prebendas que le permitían accesos vetados a la mayoría, pero en ningún caso compartió fiestas como la celebrada en casa del comandante Ziereis, culminada con dos asesinatos, ni pudo tener la osadía de agredir y amenazar con pistola al propio jefe del laboratorio, Paul Ricken, ni destrozar las instalaciones, sin que hubiera perdido la vida por ello. Determinados relatos desfiguran totalmente la dureza y el sufrimiento a que estaban sometidos, minuto a minuto, los deportados en cualquier campo de concentración, y que les impedía radicalmente cualquier heroicidad, frente a la pugna cotidiana por la supervivencia.
Las últimas jornadas de reclusión transcurrieron después que los SS hubieran abandonado el campo y la vigilancia corriera a cargo de la policía de los bomberos de Viena, con el control del campo suavizado, hecho que permitió a los pocos deportados que gozaban de alguna fuerza intensificar los vínculos de resistencia a través del Comité Internacional clandestino. Y en este contexto, Boix no acabó condenado a morir en los camiones de gas, junto a otros republicanos; los llamados “coches fantasmas”, que tan sólo se usaron cuando aún no se había construido la cámara de gas hacia 1942, y sobre los cuales nunca los republicanos pudieron sospechar de su finalidad, cuando bajo el engaño de ser conducidos al “sanatorio de Dachau” unos 450 republicanos acabaron gaseados en el cercano castillo de Hartheim.
Finalmente la liberación del campo de Mauthausen se produjo en dos momentos, entre el 5 y el 6 de mayo de 1945 por las tropas americanas, sin que el recinto ni sus alrededores sufrieran bombardeos, ya que los liberadores no tenían conocimiento de la existencia del complejo concentracionario, y sin que se produjeran escaramuzas entre los kapos armados y los prisioneros. La detención por los americanos y el ajusticiamiento de Franz Ziereis esconde la realidad de unos SS huidos y camuflados, que acabó con la captura de algunos de ellos; en el caso del comandante, días después fue localizado por deportados polacos que le hirieron y trasladaron a la enfermería de Gusen, donde murió, para acabar su cuerpo expuesto en las alambradas. Después de la liberación llegó el momento de la recuperación de los negativos en la casa de Anna Pointner, episodio bien conocido por las fotografías tomadas a ella, sus hijas y los seis republicanos que inmortalizan el momento.
Desde el conocimiento histórico y la responsabilidad e imperativo moral de recordar que nos atañe como asociación, con estas informaciones y reflexiones esperamos contribuir a profundizar en la auténtica tragedia de los campos de concentración nazis y a otorgar a Francesc Boix y a los deportados republicanos su dimensión histórica colectiva de lección política y cívica para el futuro.