¿Existirá de verdad Cartagena o será como Terra Australis Ignota, aquel imaginario continente que traía locos a los griegos?

 

Mi duda viene a cuento prácticamente de todo cuanto sucede en esta decadente España, desde la corrupción hasta el proceso secesionista, pasando por el desempleo, las infraestructuras y hasta de la iglesia.

El último escándalo de corrupción que acapara la atención pública y que, según nos cuentan mis compañeros de oficio, afecta de lleno al presidente de la Comunidad de la Región de Murcia y por el que este buen hombre, ¡imputado por siete delitos!, ha tenido que dimitir en ejemplar acto de servicio a la ciudadanía, me lleva, de nuevo, a mi metafísica incertidumbre: ¿Existe Cartagena? No piensen que se me ha ido la pinza. Es que no escucho decir a ningún medio de comunicación que, además de este dirigente pepero de la región de Murcia, las tropelías cometidas afectan de lleno a otro siniestro personaje de la política, Pilar Barreiro, una senadora que creo fue alcaldesa de esa misteriosa ciudad llamada Cartagena.

Y es que toda la atención informativa la atrae un hombre tan poco agraciado física como intelectualmente, Pedro Antonio Sánchez, pero de esta buena moza nadie dice nada y eso que se trata de toda una veterana en esto de la posible corrupción: en sus tiempos de primera dama de la referida Ciudad Fantasma, parecía desenvolverse, con especial destreza, entre recalificaciones urbanísticas y citaciones judiciales. Si la memoria no me falla, la senadora Barreiro fue imputada, allá por el año 2005, por el Caso Novo Carthago, una sospechosa recalificación de terrenos cercanos al Mar Menor que autorizaba la construcción de diez mil viviendas, devastando áreas naturales protegidas y no urbanizables. Como consecuencia de este pelotazo fueron imputados, por delitos de prevaricación y cohecho, varios ex consejeros y ex altos cargos de la Administración Autonómica, entre ellos, Joaquín Bascuñana, delegado del Gobierno de Rajoy en Murcia y Antonio Cerdá, ex Consejero de Agricultura. Bueno, pues fue tal el apoyo que recibió esta presunta corrupta, de la dirección nacional del Partido Popular, que el Pleno del Consejo Fiscal tuvo que pronunciarse en defensa de la fiscalía frente a las presiones que estaba recibiendo desde los despachos de la calle Génova. Para no hacerles muy largo el relato les diré que todo acabó como siempre que existe algún caso judicial del PP en Murcia: las cámaras pillaron al diputado Vicente Martínez Pujalte saliendo, por la noche, de la sede de la Fiscalía General del Estado. El escándalo se solventó afirmando, el diputado Pujalte, que había acudido a saludar a un amigo que trabaja en el gabinete de prensa y que, como él, resultaba padecer de insomnio. Fíjense ustedes si tendrá poder la señora Barreiro que consiguió que el Gobierno cesara al Fiscal General del Estado, Eduardo Torres Dulce y fuera sustituido por Consuelo Madrigal, una fiscal mucho más sumisa. Poco después, Illana Navia-Osorio, en representación del Ministerio Fiscal, solicitaba el sobreseimiento de las actuaciones penales contra Pilar Barreiro y el PP, con todos los honores, la ratifica como candidata a la alcaldía de la enigmática ciudad de Cartagena.

 

¿Verdad que les suena de algo esto de las amistades entre dirigentes peperos y quienes tienen que administrar justicia sobre los casos de corrupción que les afectan?

Pero volvamos a lo que nos ocupa…

Esa incógnita ciudad, Cartagena, de la que prometo preguntar a mi compañero Iker Jiménez sobre su existencia, ha sido la mayor fábrica de corrupción del Partido Popular. Allí nació Eduardo Zaplana (ese que estaba en política para forrarse) y que, antes de marcharse de ministro a Madrid, protagonizó el mayor expolio de toda la historia del Reino de Valencia, que después fue premiado con un puesto ejecutivo en Telefónica y que ahora tiene la cara dura de escribir una biografía dando lecciones de moral a la peña.

También es oriundo de Cartagena Jesús Sánchez Carrascosa, el periodista más lameculos que jamás haya existido (en una profesión en la que se cuentan por miles los felpudos y los estómagos agradecidos) y a quien su amigo Zaplana colocó, con sueldo millonario, al mando de Canal 9, la televisión autonómica que acabó siendo una ruina para los valencianos. No es cartagenero, pero nació próximo al terreno, Vicente Martínez Pujalte, ese dicharachero dirigente del PP que presionaba a jueces y fiscales mientras era diputado y que nos instruía a la plebe sobre decencia y honradez mientras recibía abonos millonarios en sus cuentas corrientes y se los llevaba crudos por la jeta. Y, para colmo de hijos pródigos de la Ciudad, en el caso de confirmarse su existencia, de allí salió también el excelentísimo señor don Federico Trillo-Figueroa y Martínez-Conde, ex presidente del Congreso, ex embajador en Londres y el peor ministro de Defensa de toda la historia de España, sobre cuya conciencia pesarán los sesenta y dos militares muertos por su negligencia e irresponsabilidad.

Por lo visto, al menos en materia de corruptelas, Cartagena debe existir, pese a no salir nunca en los medios de comunicación. Pero no me parece científicamente riguroso confirmar su existencia sólo por la cantidad de golfos y de golfas (como dicen los políticamente correctos), que el terreno haya aportado a la política nacional. Por ello, voy a seguir informándome aunque tenga que acudir a la Nave del Misterio: les prometo, en breve, dos entregas más de esta investigación para salir definitivamente de dudas. Revisaré entre mis viejos libros, a ver si consigo alguna referencia histórica de la supuesta ciudad, e intentaré llegar físicamente hasta el lugar del enigma, para confirmar o no si Cartagena existe…

He desoído los consejos de la gente que más me quiere tratando de persuadirme de que no vaya a Cartagena: mira Josele, no sabes qué te puedes encontrar por ahí, tú ya no estás para experiencias aventureras, puede pasarte cualquier cosa… Mi curiosidad puede sobre el sentido de la prudencia y allá que me dirijo a mi destino sin saber qué puede depararme. Intento viajar en tren pero no hay Euromed ni AVE que me comunique con mi destino. Decido hacerlo en mi todoterreno acostumbrado a sortear desiertos y terrenos hostiles. Tengo anotadas las coordenadas 37º36´N, 0º59´W. En mi mochila mi kit de supervivencia, pastillas potabilizadoras para el agua, una navaja, Urbasón por si me muerde algún reptil o algún bicho raro, tabletas energéticas, una linterna, mi brújula… No sé cómo me entenderé con los nativos (siempre habrá alguno que hable inglés, me digo a mí mismo) y rezo porque se trate de gente pacífica y por no acabar dentro de una tinaja de barro, cociéndome a fuego lento, para disfrute y manjar de los miembros de la tribu.

Pasado ya Elche, después de horas de recorrido por carretera y sin ver ninguna señal indicadora de mi destino, respiro con satisfacción: un cartel anuncia que Cartagena está a 97 kilómetros. Pero antes, para acceder a la Ciudad fantasma, debo detenerme dos veces y ¡pagar dos peajes, cinco euros en total!, y me pregunto por qué. Compruebo extrañado, en mi mapa de carreteras, que puede viajarse desde San Petersburgo hasta Algeciras por autovía, sin pagar ni un euro, con la única excepción de mi ciudad de destino: Cartagena.

Presupongo, pues, que debe tratarse de una población muy pequeña para haber sido excluida de esta vía de comunicación internacional. Pero quiero despejar mis dudas así que consulto en Google y cuál es mi sorpresa al descubrir que se trata de una ciudad de 220.00 habitantes a los que, si sumamos los de las poblaciones de la Comarca del Campo de Cartagena, (Mazarrón, Fuente Álamo, Torre Pacheco, La Unión, Los Alcázares, San Javier y San Pedro del Pinatar) ascienden a casi ¡400.000 hijos de vecina!, 400.000 ciudadanos españoles y europeos (según reza en sus documentos) condenados a pagar dos peajes para entrar y salir de su población o a comunicarse con el resto del mundo a través de infraestructuras tercermundistas. No quiero ni imaginar las consecuencias económicas que habrán padecido los nativos del lugar por este trazado caprichoso de la Autopista de Mediterráneo que excluye a Cartagena (única población del litoral en ser excluida en todo el trayecto nacional) en favor del desvío a Murcia y Lorca (poblaciones del interior). Porque la Autopista del Mediterráneo está diseñada para favorecer el turismo de sol y playa, y todas las poblaciones por las que atraviesa esta vía han sufrido, los últimos treinta años, el mayor crecimiento económico de España.

 

Por fin llego a mi destino y cuál es mi sorpresa cuando descubro una preciosa metrópoli volcada al Mediterráneo, una localidad que alberga una de las principales bases navales de España, que ostenta la capitanía de la provincia marítima y que cuenta con ¡el cuarto puerto más importante de la nación!. Estoy perplejo, ¿qué ocultos motivos pueden existir para que el cuarto puerto más importante de España quede fuera del trazado de una autopista que une a todas las ciudades portuarias de Europa? Por si aún fuera poco mi asombro, me encuentro con otro disparate de difícil comprensión: el Corredor Mediterráneo no pasará por Cartagena. Es decir, la ciudad con uno de los puertos más importantes de Europa, se verá aislada de la principal vía de comunicación en favor de Murcia, localidad que no es costera ni portuaria. El agravio llega a que el gobierno autonómico hable del inexistente puerto de Murcia y ¡se lleve hasta la capital murciana –de manera literal-, la Aduana del puerto de Cartagena! ¿Alguien conoce un puerto que tenga su aduana a 50 kilómetros? ¿Habrase visto mayor disparate? Vamos, que no acercan el Mediterráneo hasta la capital porque no pueden… Esto supone, además de la pérdida de cerca de siete mil puestos de trabajo que irán a parar a la vecina Murcia, la pérdida de competitividad del puerto de Cartagena. El Corredor Mediterráneo permitirá la conexión de todos los puertos rusos, europeos y africanos, desde San Petersburgo hasta Rabat; de todos menos de uno: el puerto de Cartagena. Y para colmo de desgracias con las que debe lidiar este puerto de Cartagena, el cuarto más importante de España, la comunicación en tren con Madrid, para una distancia de 391 Kilómetros, es de cinco horas, una hora más que lo que tarda en recorrer idéntica distancia entre Madrid y otros puertos nacionales.

A lo lejos diviso un aborigen y me dirijo hacia él con cautela. No parece peligroso, pero la experiencia en mil batallas me dice que es mejor no confiarse. A primera vista resulta un tipo corriente, como cualquier otro individuo que pudiera encontrar en las calles de cualquier ciudad española. Viste como nosotros y su aspecto es inequívocamente caucásico. Me dirijo a él en inglés pero desconoce el idioma. Le hablo en el español de Cervantes, muy despacio, silabeando cada palabra. El hombre me contesta, también en español, y me pregunta por qué le hablo como si fuera extranjero. ¿No lo es?

Otra sorpresa… Comienzo a ver pasar gente y todos tienen el mismo aspecto normal del primer lugareño; el único que parece fuera de lugar allí soy yo, ataviado con mi uniforme de reportero de guerra, pantalones de campaña, botas, chaleco y mochila a la espalda.

Decido recorrer la ciudad, una urbe protegida, mires hacia donde mires, por murallas y baterías de artillería, lo que demuestra la importancia geoestratégica que debió tener; camino y a pocos metros descubro una placa de cerámica en la muralla, frente al majestuoso Palacio Consistorial, que acaba por dejarme completamente descolocado. Habla de la ciudad milenaria, desde el año ¡227 antes de Cristo! fecha en que fue fundada por el cartaginés Asdrúbal. Hago cuentas: estos tíos no son milenarios, ¡son trimilenarios!, y yo sin saber nada de ellos aunque, la verdad, la culpa de mi incultura debo repartirla entre los medios de comunicación (que jamás hablan de Cartagena), y sus propias autoridades autonómicas, (que no hacen ninguna promoción del lugar). Es más –pienso-, si en lo que a turismo se refiere, en Murcia nunca ha habido mucho que ver, ¿por qué no explotar los ilimitados recursos turísticos de esta ciudad que existía cuando España no estaba ni siquiera pensada?

En el año 209 a.C., el romano Publio Cornelio Escipión conquista una ciudad que, mucho tiempo después, integraría esa península ibérica dividida en cinco grandes provincias siendo la de Cartagena la más grande y abarcando desde Mallorca hasta Santander. Y así, caminando entre sus pequeñas y hermosas calles, descubro un teatro romano que llegó a tener capacidad para 6.000 espectadores y que fue desapareciendo cubierto por casas en las épocas bizantina, musulmana y medieval y que ahora languidece sin ningún plan de rehabilitación tal y como se ha hecho con instalaciones romanas en otras ciudades de España. Para mi sorpresa, Cartagena es la ciudad que más mira al mar de cuantas conozco en el Mediterráneo, repleta de jardines y de luminosidad y con un centro histórico completamente peatonal que recorro hasta el castillo. También en el centro se disfruta de preciosos edificios modernistas, aquellos que no han sucumbido a la especulación urbanística llevada a cabo por el Partido Popular durante sus años al frente del consistorio. A la especulación urbanística pepera y a los incendios ¿casuales? que se producían en edificios en tiempos en los que el socialista de triste recuerdo, José Antonio Alonso, gobernaba la ciudad.

Y permítanme un inciso. En mi anterior artículo hablaba de la corrupción del PP en Cartagena, pero los socialistas no se quedaron atrás. Este Alonso, alcalde de triste recuerdo, máximo cerebro de la Operación Púnica por la que estuvo encarcelado y en la que se encuentra imputado, tenía negocios, amistad y quién sabe si algo más, con la también ex alcaldesa del PP y hoy senadora. Y es que une más el cemento que las ideologías: esto de la corrupción crea extraños compañeros de cama…

No es una ruta turística lo que se propone este viejo reportero, así que dejo de glosar las extraordinarias posibilidades de explotación comercial de Cartagena en este mercado e intento seguir con mis averiguaciones.

No me cuadran los datos que voy conociendo, el extraordinario potencial de esta ciudad en relación con las nulas y deficientes infraestructuras dependientes de las administraciones nacional y autonómica, y su exigua repercusión a nivel público y descubro que, en un periodo de siete años, en el comprendido entre 2.008 y 2.015, a Cartagena se le robaron 318 millones para inversiones.

Y por si no tuviera ya bastante información respecto al expolio que se viene realizando de manera sistemática con los habitantes de este lugar, me entero que el gobierno murciano pretende cerrar el aeropuerto de San Javier que tan sólo trabaja al 33% de su capacidad, para favorecer al de Corvera, un despilfarro de 300 millones de euros, entregado a la gestión privada y que, siguiendo las directrices de los aeropuertos construidos por gobiernos del PP, carece de aviones y de tráfico aéreo. Esta decisión arbitraria del gobierno regional murciano cuenta con el vergonzoso respaldo de alcalde de San Javier, pese a que esto puede suponer la pérdida de 400 empleos en el aeropuerto de su municipio. Claro que el primer edil pepero no tiene vergüenza ni para eso, ni para ¡subirse un 40 % su salario! con la que está cayendo… Dios nos pille confesados (pienso) y este pensamiento en Dios, acaso por una relación de ideas, me lleva inmediatamente al tema eclesiástico. Bueno, creo recordar que existe la Diócesis de Cartagena, además se llama, desde hace siglos, la Diócesis de Cartagena-España (nada de Murcia) para no ser confundida con la de Cartagena de Indias. Todo ello pese a tener Cartagena la catedral más antigua de España, una catedral que se cae a trozos por falta de inversiones. Parece ser que al Obispo de Cartagena le inquieta más la mínima reparación necesaria en cualquiera de las iglesias de la ciudad de Murcia que la rehabilitación y el sostenimiento de la catedral más antigua de España.

Y así podría seguir hablándoles de todo, de falta de alternativas de estudios universitarios en la ciudad, de discriminación en el reparto de los fondos autonómicos, de continuas ofensas a la dignidad de los habitantes de

Cartagena… pero no quiero extenderme más. Una vez he podido constatar la existencia del lugar, su grandiosidad y las innumerables injusticias que la convierten en irrelevante me falta lo más importante como periodista. Saber qué sienten los cartageneros. Y a ello dedicaré el próximo artículo, última entrega de este trabajo.

FUENTE: http://latribunadelpaisvasco.com/not/6386/-existe-cartagena-i-