Hoy, a la UE le vencen los años dedicados a almacenar insolidaridad y envidia en sus corazones. Menos compartir e imaginación, cualquier cosa

 

En la dura desesperación de días pasados, en plena pulsión de la pandemia, un grupo de presidentes regionales y alcaldes italianos en una carta a los lectores del Frankfurter Allgemeine Zeitung, fueron tan gráficos y escuetos como explícitos: «Queridos amigos alemanes, si Europa no demuestra que existe, dejará de existir». Así lo expresaron, así es y así de sencillo.

Con otras palabras y en otros foros pero con la misma decepción, Feijóo, Page y nuestro Miguel Ángel Revilla, hicieron igual reflexión estrujando fuertemente su estómago. Después del fracaso/suspenso en la crisis de los refugiados y del cicatero manejo de los rescates en 2008-2009 en la Eurozona, sumado a la humillación del ‘Brexit’, el coronavirus Covid-19, sin duda, podría ser el golpe definitivo para la Unión Europea, descubriendo su falsa unión de los pueblos.

El comportamiento belicoso y viejo, tal cual guerras frías y calientes del siglo XX y la actitud insolidaria de Bruselas forzada por comportamientos mezquinos de Alemania, Holanda, Finlandia, Austria… Hace de aquel sueño europeo, una «pesadilla repugnante» tal y como la definió Antonio Costa, primer ministro de nuestra querido Portugal vecino.

Siendo una definición desde las vísceras, no puede ser más compartida en este momento. Triste, veraz y contundente conclusión.

¿Cómo explicar que Europa nos niegue ayuda a través de fórmulas y mecanismos económicos paliativos para luchar contra la enfermedad y la muerte? ¿Cómo justificar que nos requisen material propio pagado previamente con la disculpa de su ‘interés nacional’? ¿Dónde está Europa cuando se crea un compromiso franco-alemán de ayuda mutua y bilateral en material sanitario, olvidando a los demás? ¿Para qué queremos más Europa entonces, si además aloja en sus instituciones a delincuentes traidores y sediciosos españoles que tenemos que soportar a nuestro lado en sus sucios asientos del Parlamento Europeo después de cursar una euroorden de detención? ¿Qué nos ofrece entonces Europa?

Está claro que es un proyecto que se diluye, no por lo que fue, sí por lo que es.

Ya no sirve Schengen, ya no sirve Roma, ya no sirve Maastricht. Se convierte así de nuevo en un viejo club de intereses pleno de burócratas de la peor condición.

«Solo los corazones de los artistas no envejecen» y la UE y su proyecto sí se hizo viejo en poco tiempo. Hoy, a la UE le vencen los años dedicados a almacenar insolidaridad y envidia en sus corazones. Menos compartir e imaginación, cualquier cosa.

Hace años viajábamos a Europa entregados. Íbamos a ‘boca abierta’ de admiración y de necesidades. También de expectación y esperanza: ya nos habíamos olvidado de su desprecio hacia nosotros incorporándonos tarde. Ya nos habíamos olvidado de nuestro aislamiento y su altanería porque descubrimos su vida libre y su economía boyante de mercado.

También a sus antiguos y generosos dirigentes: Schuman, Adenauer, Mitterrand, Simone Veil, Helmut Kohl, Willy Brandt… También a sus ciudades: París, Londres, Estocolmo, Berlín, Ámsterdam, Bruselas… También sus universidades Uppsala, Oxford, Lovaina, Maastricht, Gante, Copenhague, Heidelberg… Y también sus gentes: alemanes, suecos, ingleses, franceses, daneses… que venían a vernos mientras nosotros íbamos hasta allí a trabajar con humildad o a formarnos como es el caso… Pero, ya no es igual.

Es que, hace poco, de pronto descubrieron que los españoles cuando fabricamos espacios de vida somos los mejores, pero también somos de los primeros en construir un modelo social con la mejor sanidad. Además, estamos provistos de buenas carreteras, buenos automóviles y una red ferroviaria excelente con aeropuertos bien organizados y modernos. ¡A ver si lo decimos alto de una vez! Y ahora exportamos. Y nuestro sistema de pensiones aunque no es perfecto y nos gustaría mejorarlo, es solidario. Y aunque nuestra ley de dependencia es lenta en su aplicación la tenemos y nuestra evolución social y nuestra estructura familiar es un ejemplo y nuestras costumbres y con nuestra historia tenemos «la fuerza del viento del norte que viene del mar». Y ahora además unidos. Y no lo pudieron resistir. Sí, de todos los pecados que ahora alumbran en Europa es con diferencia la envidia la que lastra nuestra convivencia.

Merkel, Macron, Wopke Noekstra y algún nórdico más, también de nombre impronunciable, creyeron que nos clavaban el ‘timo de la estampita’: «Te damos dinero para la Alta Velocidad y para la industria pero, nos lo quedamos para venderte máquinas de tren y maquinaria industrial». «Y ahora nosotros les ensartamos el ‘timo del tocomocho’. Ya no confío, ya lo fabrico yo y lo exporto, ¿qué te parece?».

«¡Ea, mis caballeros!: armaos con presteza y vestid las armas», arengaba el Cid y proseguía: «Ellos vienen del norte cuesta abajo y son muchos, pero traen inseguras sillas coceras y las cinchas flojas. Nosotros, buenas sillas gallegas y unas buenas botas, con ciento bastamos para esas mesnadas» (Cantar del Mío Cid).

Desde luego que sí. Adiós Europa, Adiós en mi corazón. Me hago euroescéptico y tendrás que convencerme de nuevo porque «Europa será social o no será» (Jean Monnet – Washington 1952).

«Nous ne coalison pas de Ètats, nous unissons des hommes» (No coaligamos estados, nosotros unimos a los hombres). Si eso es así nos vale, si no lo es, sucederá lo inevitable: nuestra marcha y ¡qué salga el Sol por Antequera!, que lo tenemos y vaya si sale (Adrasto como instrumento divino contra Creso -lo inevitable-).
 
 

FUENTE: ELDIARIOMONTANES