Anda insistiendo Manuel Valls en que deberíamos respondernos qué significa ser español. Estas preguntas esencialistas que tanto gustan a los franceses y que en España provocan silencios eternos porque nos tememos que desemboquen en una sesión masiva de espiritismo en el Valle de los Caídos. Hasta el momento, y hasta que se demuestre lo contrario, no hay nada tan español como el Cupo vasco y el Concierto navarro. Al fin y al cabo Francia también tiene corridas de toros. Mucho más exótica que la tauromaquia es la vigencia de privilegios fiscales de tradición decimonónica. Si hay que buscar la esencia española quizás habría que empezar por ahí.

España no tiene política de Estado. Los dos partidos hegemónicos desde 1982 se enzarzan en agrias batallas sobre el terrorismo, sobre las alianzas en política exterior, sobre la guerra, las catástrofes naturales, los desastres ecológicos, el paro, las negociaciones en la Unión Europea y qué decir de la educación. De la monarquía ya se encarga el resto. Lo único que los contendientes de la lucha partidista han considerado intocable, zona libre de hostilidades, son los derechos históricos.

De vez en cuando brota un centralista partido excéntrico -curiosa paradoja- que les perturba el consenso y, ahí sí, ruge el Estado contra sí mismo, y todos los partidos se agrupan en formación tortuga y tiran lanzadas contra el oportunismo de los advenedizos.

UPyD se atrevió con ello y a Rosa Díez la trataron con una displicencia tan arrogante como unánime. De la que sólo son capaces los guardianes del consenso. Es lo que le espera a Albert Rivera por atreverse a atacar el exotismo que mejor caracteriza a lo español, porque lo distingue de cualquier otro europeo.

Dicen los expertos que el cálculo del Cupo vasco es un acuerdo político disfrazado con un armazón técnico, y a mí ésta se me antoja como la descripción más precisa que jamás se ha hecho del amaño.

Todo empieza con un adjetivo innecesario, como todos los males. A un puñado de comunidades le adosaron el adjetivo de históricas y, lejos de ennoblecerlas -la obviedad jamás ennoblece-, lo que hicieron fue degradar al resto a la condición de prehistóricas. Lo que adquiere todo el sentido cuando uno viaja en tren a Extremadura. El otro día fueron miles de extremeños a Madrid para contarlo pero ni sus tragedias despiertan tal solidaridad, ni sus problemas tal preocupación, ni sus quejas tal atención. No son históricos.

 

 

 

 

 

FUENTE: ELMUNDO