Este fin de semana las portadas de los periódicos y las piezas de telediario se han centrado en subrayar los desastrosos datos de la economía: el aumento brutal del paro, la recesión que viene, el desplome del PIB, el endeudamiento al que nos vamos a ver obligados, la amenaza de un rescate, la subida de impuestos, la falta de dinero en las administraciones…

El panorama es desolador y tiene un riesgo: si uno se deja llevar por estos indicadores puede terminar paralizado… y sin ver el cuadro completo. Mi tesis es la siguiente: hay que tomar distancia de las previsiones más catastrofistas y no anticipar acontecimientos. Al menos por tres motivos.

Uno. En primer lugar, nadie suele razonar con mucha claridad sometido a un estado general de angustia. Se trabaja peor bajo la espada de Damocles de cualquier calamidad que abriendo la puerta a una cierta esperanza y optimismo. Sobre todo, cuando hay motivos para ello.

Dos. Por otro lado, es razonable atender a esas señales que nos citan los analistas.  Son proyecciones realizadas atendiendo a parámetros objetivos y, como tales, dignas de ser tenidas en cuenta. De acuerdo. Pero, como digo más arriba, deben servir sólo como aquellos cuadernos de caligrafía: nos ayudaron mucho durante un periodo de tiempo pero finalmente no pudieron contener el trazo original de la propia escritura.

Hay otros datos objetivos –digo-, igualmente ciertos, que nos arman de razones para no dejarnos llevar por los peores augurios. Por ejemplo, que esta crisis económica mundial no tiene precedentes. Es así. Por tanto, no sabemos cómo van a comportarse algunos elementos y protagonistas del cambio.

No hay graves daños estructurales en la economía mundial, aparte de las tradicionales incertidumbres sobre la deuda, el cambio de modelo de trabajo, las incógnitas sobre los efectos de la globalización… Tampoco ha habido una guerra que haya dejado heridas de difícil sanación. Eso puede facilitar mucho el terreno para una pronta recuperación.

Y añado un elemento más: estamos mejor preparados que nunca para darle la vuelta a la tortilla. Tenemos una sociedad que, con sus sombras (que también presenta), parece ser la más capacitada de la historia para afrontar este tipo de desafíos. Nos falta la sabiduría y magnanimidad de algún momento histórico anterior pero el balance es positivo: tenemos mimbres para rehacernos.

Tres. Existen precedentes no muy lejanos sobre un ‘milagro español’. Rescato aquí el testimonio que tanto me impactó en su día del que fuera director de Estrategia de la gestora de fondos del banco ING en Londres. Se llama Valentijn van Nieuwenhuijzen, ahora trabaja en la competencia (en el National Nederlanden) y es de los Países Bajos, un territorio nada sospechoso de amor a España como es bien sabido. En 2012 declaró al diario Expansión que la reacción de nuestro país ante la crisis que estuvo a punto de llevarnos por delante fue… inaudita, nunca vista.

La rapidez y flexibilidad mostrada por España para virar el rumbo fue algo no visto en los manuales. “Hizo en unos meses lo que otros países en 30 años”, aseguró este experto aludiendo, concretamente, al boom exportador de España. Los datos son espectaculares. Nuestro país pasó en tiempo récord de estar centrado en el comercio interior a aumentar vertiginosamente su cuota de mercado en el mundo.

Las cifras del Instituto de Comercio Exterior(ICEX) muestran cómo las exportaciones españolas de bienes pasaron de caer un 15% en 2009, a crecer un 15% en 2010. Las empresas españolas entendieron que para compensar la caída de la economía española había que vender fuera. Y lo hicieron. En 2009 las exportaciones de bienes tuvieron un valor de 159.889 millones, se recuperaron en 2010 (186.780 millones) y se dispararon en 2011 (215.230 millones). En 2018, las ventas al exterior alcanzaron el récord de 285.024 millones de euros (un 24% del PIB).

¿Por qué no dedicar un tiempo también a recordar de qué hemos sido capaces?

 

JAVIER FUMERO