XOSÉ LUÍS BARREIRO RIVAS

 

Las encuestas no son profecías, y, con frecuencia, no se cumplen. Y los sondeos muy anticipados solo tienen sentido si se interpretan como orientaciones básicas para partidos y ciudadanos, que, al ver que nos estamos deslizando por pendientes peligrosas, deberían corregir el tiro y evitar disgustos anunciados. Por eso es muy interesante la paradoja demoscópica que nos presenta la encuesta de Sondaxe publicada ayer, en la que se constata una patente incertidumbre en todos los pronósticos, frente a unas tendencias muy constantes que nos aconsejan rectificar el rumbo antes de que sea tarde.

 A la gente -sinónimo muy difuso de «los electores»- le han dicho, por activa y por pasiva, que el bipartidismo era la causa de todos los males; que el pluripartidismo -utilizado tramposamente como sinónimo de pluralismo- mejora la democracia; y que todas las mayorías absolutas son un campo abonado para la corrupción y el autoritarismo. No le habían advertido en cambio -aunque sí lo hicimos algunos lobos solitarios- que, cuando el fin del bipartidismo es acelerado por la demagogia, conduce inexorablemente a la política de bloques, que son, en esencia, una degradación sistémica del proceso electoral. Tampoco le habían recordado que los bloques llevan en su ADN la tendencia a la ingobernabilidad y el bloqueo parlamentario. Y por eso estamos en una situación que todas las encuestas confirman: que la oferta, muy compleja, se ha simplificado en dos bloques; que casi nadie está de acuerdo con la concreta composición de cada bloque; y que, dadas las perspectivas de bloqueo que arrastramos desde 2015, es muy posible que el auriga de la mayoría acabe siendo Puigdemont, que aspira a repetir la rentable maniobra de investir un presidente para derribarlo después.

Con muchas posibilidades de que las generales del 28 de abril no sean las últimas de este año, el galimatías resultante es de «toma pan y moja». Porque mucha gente que está dispuesta a votar al PSOE no quiere nada con Podemos, ni con las Confluencias, ni con Colau, ni con Torra. Y a la gente que apuesta por la fragmentación creativa de las Cortes, tampoco el PSOE le da confianza. Ciudadanos, PP y Vox se necesitan, pero no se soportan. Pero la coalición a la andaluza, en la que Rivera no tiene garantizada la segunda posición, no puede funcionar sin Vox. Y los independentistas, que aspiran a ser la pieza clave en la formación de una «mayoría insoportable» -PSOE + Podemos + PNV + Mareas + Compromís + Carmena/Errejón + Batasuna + Torra/Puigdemont + losquepasabanporallí- solo aspiran a investir a un presidente para después derribarlo, para poner a España en un ridículo espantoso.

Hasta aquí nos trajo la idea de que las mayorías son reprobables y autoritarias, y que el futuro de la democracia hay que cocinarlo con faragullas. Y mucho me temo que, aunque ahora se levantase una ola a favor de la rectificación, ya sería tarde. Porque el campo de maniobra se ha reducido, y todos nos hemos hecho tozudamente fatalistas.