Los incautos -entre los que se incluyen algunos miembros del Gobierno- creen que Elsa Artadi (41 años) es una nacionalista moderada. «Mira, estos son los que nos pegan con porras», dijo el pasado 17 de marzo al paso de uno de los diputados del PP.
Este jueves, muchos medios apuntaban a que Elsa Artadi ocuparía la presidencia de la Generalitat. Al menos nominalmente. De hecho algunos afirmaban que su verdadero cometido sería ejercer de enlace entre el govern y Carles Puigdemont (55 años), fugitivo desde que huyó a Bruselas el pasado 30 de octubre.
Es evidente que Artadi no es todo lo que parece. O sí. Basta con verla desafiar el frío bruselense embutida en su cupero Moncler (1.300 euros cuesta el plumífero). «Es una chica de la upper Diagonal«, dice uno de sus colaboradores. «Refinada y moderna. Nada rancia como las de Madrid». Según la declaración de bienes que ha presentado al Parlament, Artadi tiene 65.000 euros en sus cuentas corrientes. No está nada mal para su edad aunque contrasta con ese jaleado pijismo barcelonés. En cualquier caso, hay que reconocer que debió de ser aplicada en sus estudios; sobre todo si se considera que el doctorado que cursó en Harvard fue sufragado por una beca que recibió de La Caixa.
Por supuesto, las tietas que van a las butifarradas de Junts per Catalunya siempre destacan que Elsa es una «chica» de buena familia. Y eso es siempre un punto para los votantes de la antigua Convergencia. Su madre, Esther Artadi, gestiona una pequeña inmobiliaria. Por su parte, su único hermano, Patrick, es socio en un fondo, Mundaka capital, aunque un conocido comenta que también es el director de una fábrica en el Penedés. Está emparejado con la diseñadora Katarina Grey, poco conocida en el rancio Madrid. Los dos Artadi están muy unidos a su madre, que prefiere no hacer declaraciones sobre su hija (ella misma contesta el teléfono de su inmobiliaria).
Esther Artadi y su primer marido se separaron hace muchos años. Algo debió de ocurrir porque los dos hijos decidieron distanciarse de su progenitor e invertir el orden de sus apellidos. Otros apuntan a que en realidad se debe a que Vila (así se llama el padre) es un apellido catalán pero mucho más vulgar que Artadi. Como otros tantos nacionalistas radicales, Artadi no se crio en un hogar independentista y si bien la familia siempre presumía de catalanidad -«típicos de CIU»-, en los últimos años se ha sumado con intenso fervor a la causa nacionalista. Sobre todo Elsa.
Hasta la huida de Puigdi, pocos habían reparado en la radicalidad del giro de la «brillante» (hay consenso entre los acólitos) cabecita de Artadi hacia el independentismo. «No queremos elegir presidente. Ya tenemos uno y es Puigdemont», dijo cuando presentó el partido diseñado para la exaltación del huido. En el camino quedaban muchas cosas. En primer lugar, el PDeCat, la formación en la que Artadi había desarrollado su carrera política, y que abandonó para seguir a «su president». La decisión, por sorprendente, suscitó una intensa rumorología sentimental sobre la relación entre Puigdemont y su mano derecha. El alcalde de Girona (ese pelocho es poco upperdiagonal) y la cosmopolita barcelonesa no parecían tener demasiado en común.
Los que la conocen dicen que en las videoconferencias de Puigdemont con Marcela Topor, la primera dama de la Catalunya sediciosa, y sus hijos, Artadi les saluda con toda la naturalidad.
En cualquier caso, pese a las especulaciones, la política mantiene desde hace unos años una relación con Heribert Padrol, un abogado fiscalista que entre 2000 y 2002 fue diputado de CIU en el Congreso de los Diputados. Al parecer, la experiencia no le gustó demasiado y abandonó la política para fundar su propio despacho. Posteriormente se incorporaría a Gómez-Acebo Pombo y Asax Legal. Como pueden imaginar, Padrol y Artadi tienen mucho en común. Los dos se formaron en prestigiosos centros estadounidenses (él en Stanford y ella en Harvard) y profesan ese nacionalismo que, pese a lo que piensen los dicentes de lugares comunes, no se cura viajando. Ni estudiando. Ni leyendo.
Como ya ha relatado Artadi a varios medios, la pareja es muy aficionada a las series de televisión (Juego de tronos y House of cards) y son frecuentes de la costa (Sitges). Elsa corre y practica yoga -«deja la mente en blanco para luego llenarla de números», la exalta la prensa más afín- y pinta con lápices y acuarelas.
Antes de conocer a Padrol, Elsa se casó con un arquitecto llamado Alberto Arraut, «sobrino de Xavier Trias». La Vanguardia ha glosado su boda. «Pocos saben que se vio obligada a ausentarse de su propia boda. Calma, no se trata de una versión catalana de Novia a la fuga, sino de una indisposición física (y dejamos quizás correr nuestra imaginación hasta una de las tradiciones belenísticas más catalanas) que no le permitió disfrutar del banquete organizado en el hotel W a unos 500 invitados».
Ya salían cuando ella daba clase en la universidad Bocconi (Milán), en donde había recalado tras terminar su doctorado en Harvard. Durante su trayectoria académica conoció a Xavier Sala i Martín, el economista de las chaquetas llamativas, al que en 2000 tradujo el libro Apuntes de crecimiento económico. No ha sido ésa su única colaboración. También ha firmado varios papers para trabajos del economista. Por lo general siempre han estado centrados en el desarrollo de África, desvelo que comparte con Sala i Martín.
Dicen que el economista fue una persona importante para Artadi (más rumores sentimentales) y que fue quien la introdujo en el nacionalismo radical. Tras su vuelta a Barcelona, estuvo un año dando clase en la Universidad Pompeu Fabra pero en 2011 se integró en el equipo de otra de las cabezas brillantes del nacionalismo: Andreu Mas-Colell.
Más tarde, la ascendieron a secretaria general de Hacienda y en 2013, Artur Mas la nombró directora general de Tributs i Jocs de la Generalitat. En este departamento protagonizó Artadi un importante fiasco profesional. El primer premio de la Grossa, el sorteo de la lotería catalana que urdió con fines recaudatorios y nacionalistas (no excluyentes por supuesto), quedó desierto. Artadi tuvo que ir a TV3 y reconocer el fracaso. «Es claramente feo; no queda bien y no volverá a pasar», dijo.
Es probable que aquello pesara en el matrimonio de Artadi y Arraut, porque se divorciaron. Ella, según cuentan los medios catalanes, ya había decidido centrarse en su carrera y descartó ser madre.
En 2016 se convirtió en la mano derecha de Puigdemont, que la aupó hasta la dirección general de coordinación interdepartamental del Govern (alrededor de 90.000 euros anuales), un puesto que ha mantenido incluso después de la aplicación del artículo 155. De hecho, con la complacencia del Gobierno central, se cogió vacaciones para dirigir la campaña de Junts per Catalunya. En el camino, rompió el carné del PdCat, el partido que la había aupado, para gran disgusto de su coordinadora Marta Pascal, que vio como Artadi dinamitaba la formación. Traidora es lo más suave que la llaman. Y eso precisamente es uno de los escollos que podrían dificultar una posible investidura.
Los más crédulos creen que pronto, como ya hicieran otros títeres (Puigdi con Mas, sin ir más lejos), cortará los hilos que le unen con el fugitivo y primará la ambición de chica upperdiagonal frente a los desvaríos de Puigdemont.
Sus muchos acólitos no tienen la misma opinión. «Es muy fiel al president. No os equivoquéis». E insisten: «Elsa es una persona brillante. Que parece ir siempre un paso por delante de los demás». Nadie lo duda. Ayer, JxCat presentó una reforma de la ley para investir a Puigdemont a distancia.
«Es tan accesible que nos mandamos whatsapps en cualquier momento», dijo en cierta ocasión.
Afortunadamente para el nacionalismo, ella no es Toni Comín.