Las listas del PSOE confirman la ruptura del partido en dos mitades. Diego Conesa y María González volverán a cruzarse. Al tiempo

 

Si alguien recibe la sugerencia de no pensar en un elefante, lo primero que le vendrá a la cabeza será un elefante, con sus enormes patas y sus largas trompas, porque se le ha impuesto de antemano un marco de pensamiento (la figura del elefante). El lingüista norteamericano George Lakoff escribió en 2007 un libro de éxito, ‘No pienses en un elefante’, con la finalidad de aportar una explicación científica de por qué el Partido Republicano (cuyo símbolo es un elefante) estaba incomprensiblemente por delante de los demócratas en los estudios de opinión. Los republicanos habían conseguido sujetar con firmeza en la mente de los ciudadanos un marco del que resultaba difícil escapar, como imposible era zafarse del elefante en la ideación de Lakoff: la figura de un presidente de Estados Unidos paternalista y castigador, que amparaba a sus vástagos (los electores) ante el riesgo de alejarse de su regazo y echarse en brazos de los demócratas. La fuerza de esa imagen predeterminada y protectora era la razón de la consolidación de los conservadores en las encuestas.

Al igual que en el tratado de Lakoff, varios elefantes se pasean estos días por la política regional, según el relato interesado de los partidos, que tratan de embaucarnos para que veamos paquidermos; así, mientras asistimos al circo, dejamos de mirar la verdad -democráticamente dolorosa- que sus decisiones ocultan. Primer ejemplo: el PSOE. Las candidaturas aprobadas ayer por el Comité Regional deparan una lectura principal, más allá de nombres, variables territoriales y el habitual encaje de bolillos: la organización vuelve a fraccionarse en dos bandos, como en sus tiempos negros; incluso peor que entonces, pues del cainismo que llevó al PSOE a la oposición en los años noventa participaban tres familias que, estratégicamente combinadas, ofrecían siempre una mayoría de dos contra una a la hora de conspirar. Hoy, no. Hoy, el PSOE está quebrado por la mitad. Las primarias en las que Diego Conesa se impuso a María González por 200 votos arrojaron como resultado un ganador y una perdedora que, un año y medio después, no han sido capaces de integrarse y a los que las listas aprobadas ayer por el Comité Regional terminan por separar definitivamente. La disciplina propia de la cultura socialista hará difícil visualizar el divorcio públicamente, y más aún en vísperas electorales, pero unos y otros quedan emplazados para volver a contender. Tiempo al tiempo.

El PSOE nos invita a no pensar en un elefante para que, ante la imposibilidad de sacar de la mente patas y trompas, su clientela se embelese, deje de ver la palabra cisma en su frontispicio y se vuelque en frenar a la derecha tripartita que asoma amenazante por la esquina. Lo hace asimismo para quitarle hierro a la limpia de sus mejores referencias femeninas y feministas (por cierto, en la semana del 8-M), que se ha llevado por delante a María González, pero también a Rosa Peñalver, la presidenta de la Asamblea Regional, y a Begoña García Retegui, excandidata a la presidencia de la Comunidad. Descartes tan selectivos podrían justificarse por la necesidad de renovar las caras, pero entonces tendrían que haber sido reemplazadas por socialistas de más tirón electoral y mayor prestancia social. ¿Es el caso de la cabo del Ejército del Aire Teresa Franco, que irá de número dos en la lista municipal de Murcia y que se dio a conocer al denunciar un supuesto acoso sexual de un jefe? ¿Deberíamos entender, pero la ceguera no nos permite verlo, que la valentía incuestionable de dicha denuncia -archivada luego- supone mérito bastante para ganar votos y suficiente virtud para ocupar un cargo público? Porque, de no ser así, estaríamos ante un mero golpe de efecto para el que se utiliza a una mujer de florero, sin el recato exigible a un partido progresista.

Sale quien tenía que salir

Ciudadanos consuma el fraude de sus primarias Segundo ejemplo: Ciudadanos. Las primarias para designar a Isabel Franco han sido un fraude en términos de pureza electoral, aunque legitimado por la indolencia de sus afiliados, ante cuyos rostros se ha colocado desde Madrid otro elefante, grande y bicéfalo -el formado por Albert Rivera e Inés Arrimadas-, con el fin de que la militancia piense solo en ellos (los verdaderos activos del partido) y de esta forma les resulte innecesario juzgar la idoneidad de sus candidatos locales, pese a que serán estos, y no Rivera y Arrimadas, quienes previsiblemente cogobernarán la Comunidad y muchos ayuntamientos de la Región. Isabel Franco era la favorita, tenía que salir y ha salido. Punto final.

Ortega y Gasset, a cuya lectura reconforta siempre volver, acuñó el término ‘aristofobia’ en ‘La España invertebrada’ (1921), no para describir el rechazo a una clase social privilegiada, sino para denunciar la inclinación de los españoles al menosprecio de la forma de gobierno que en el mundo clásico concedía el poder a los mejores, «de suerte, decía Ortega, que cuando en nuestra tierra aparecen individuos privilegiados, la masa no sabe aprovecharlos y a menudo los aniquila». No siempre elegimos a los mejores, ni los partidos sitúan siempre a los mejores en las papeletas. Llegadas las elecciones, nos sugieren no pensar en un elefante y, claro, eso es lo que por fuerza fijamos en la mente -paquidermos-, sin reparar en la talla de los candidatos.

 

 

FUENTE: LAVERDAD