ADOLFO FERNÁNDEZ AGUILAR

 

Alimentado infatigablemente por Pedro Sánchez y el PSOE, el esperpento político de una España cada vez más deteriorada e irreconocible, crece día tras día. Gracias a un laberíntico procedimiento legislativo, Pedro Sánchez alcanzó el gobierno de España al que ahora se aferra actuando como si los ciudadanos hubiesen acudido en tropel a las urnas, otorgándole abundantemente ese poder. Nadie ha ido a las urnas, ni los refrenda, ni tienen votos suficientes para perpetuarse en él. Ignorando a los ciudadanos, el PSOE está reteniendo abusivamente el poder, infringiendo unos principios políticos que son prioritarios a la oportunidad que tuvieron de alcanzarlo con una moción de censura a Rajoy, por causas sobradamente conocidas. Pedro Sánchez se comprometió a celebrar elecciones inmediatas y ahora hace lo contrario.

Sin que le cause el menor sonrojo democrático, el gobierno del PSOE está hurtando a los ciudadanos ese derecho en que se sustenta la propia democracia: el derecho indelegable de acudir a las urnas para legitimarlos o no, según el principio de soberanía popular. Disponen de solo 84 votos, por lo que no tienen ni la mitad de una minoría estable con posibilidad de gobierno; lo están haciendo con decretos leyes y ni siquiera han sacado adelante ninguna ley en trámite parlamentario.

La finalidad de la moción de censura por la que se derrocó a Rajoy, fue el mantra de que había mentido a la justicia y por tanto era indigno de continuar como presidente de Gobierno. Esa fue la argumentación esgrimida por unos al dar un voto de apoyo a la censura; otros, para descabalgar a la derecha y acelerar el “fin del denominado Régimen del 78”; otros, como los nacionalistas vascos, para optar a la tajada más grande del melón; otros, como los secesionistas catalanes, por el dontancreismo de Rajoy y el artículo 155; y el PSOE, para quedarse con el pastel y salir de su ostracismo.

Ese fue el truco del almendruco. Al pisar la alfombra roja del poder, desde los primeros días, el PSOE colocó apresuradamente a los suyos en las presidencias de todas las empresas públicas españolas. Y ahí están como unos reyes. Sin urnas, ni presupuestos, ni apoyos parlamentarios estables, ni votos para gobernar. Pedro Sánchez está en su perfecto derecho de lanzar soflamas, como yo lo tengo para refrescarle la memoria desde mi independencia, diciéndole que posiblemente la situación política va a ir a peor, y llegadas las obligadas elecciones, podría llevarse una demoledora sorpresa. Tiempo al tiempo.

Estaba tan “a gustito” Mariano Rajoy con sus íntimos, después de una espléndida comida y disfrutando de una larga sobremesa en los salones privados del restaurante Arahoy en la calle Alcalá, -donde consumieron un par de botellas de whisky- cuando Soraya depositó su bolso sobre el escaño vacío de Rajoy. Se estaba debatiendo en el hemiciclo la moción de censura contra él. No estuvo, no habló, no se defendió, ni lo más sorprendente, tampoco disolvió las Cortes que era su prerrogativa. No lo hizo, y él mismo fue el causante de esta situación. Pedro Sánchez lo sabía, y por eso dijo en sede parlamentario algo así: “si Rajoy presenta su dimisión, retiro la moción de censura y termina su martirio”. No lo hizo, y Rajoy fue derrotado por un caleidoscopio político que únicamente valía para eso, porque al moverse el tubo, las figuras geométricas son distintas, y por eso no sirve para gobernar. 

Rajoy tenía paralizada la acción política y dejaba el tiempo pasar mirando para otro lado. No supo abortar el auténtico golpe de Estado secesionista catalán, y aplicó inconexamente el artículo 155. Todo eso, y la culminación judicial de los casos de corrupción del PP, facilitaron que la moción de censura prosperara. Si Pedro Sánchez  hubiese dedicado un tiempo prudencial a pacificar España, y ya se estuvieran celebrando nuevas elecciones, habría ganado mucho más como estadista. Pedro Sánchez no convoca elecciones y está rodeado de un equipo de élite, que comete error tras error y después rectifica chapuceramente. Es un gobierno veleta de hoy sí, mañana no.

Salvo la exhumación monocorde y urgente de los restos de Franco y el cortejo a los independentistas catalanes para que le aprueben los presupuestos, no tiene ningún otro plan riguroso y creíble que garantice el acatamiento del orden constitucional, la regeneración democrática y la convivencia entre todos los españoles. Negocia unos presupuestos pactados con Podemos que son descalificados por los expertos, como la Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal, que los define como no creíbles e hinchados superficialmente que aumentarían peligrosamente el déficit.

El PSOE no está valorando bien su cínica conducta. Llegó al poder con el apoyo de Bildu, del independentismo catalán y de Podemos, que son fuerzas beligerantes contra nuestra Constitución. A esos apoyos Pedro Sánchez los llama votos del cambio. En su último mitin celebrado en Murcia definió sus intenciones. Lanzó un ataque furibundo contras los partidos de centroderecha, mezclándolos con Vox. A PP y Ciudadanos, que son abiertamente constitucionalistas, los ha convertido en sus enemigos, acusándoles de defender tabernariamente “la unidad de España”, la bandera, otra política de inmigración y la rebaja de impuestos, como si todo eso fuera un pecado horrendo. ¿Cuándo afrontará Pedro Sánchez la restricción de tanto gasto superfluo, la inmensa fortuna que dilapidamos en sostener el desmadrado gasto de la estructura política, y la desigualdad presupuestaria territorial?

La democracia consiste en unas pocas cosas muy claras. Ahora nos quieren restringir el voto, acomodándolo a sus intereses partidistas y eso no es bueno. Pero aun nos quedará la libertad de expresión, que es otro don poderosísimo otorgado por la democracia. A eso me agarro y aquí me tienen ustedes diciéndole a Pedro Sánchez y al PSOE las verdades del barquero, porque van navegando a contracorriente y han tomado un rumbo peligroso. Voy a decírselo otra vez: elecciones ya. Alfonso Guerra dixit: “Dicen que es el nuevo PSOE, yo creo que es otro PSOE”. Ni Guerra reconoce a este PSOE.