ÁNGEL MONTIEL
Puente a las autonómicas. «Los resultados de ayer obligan especialmente al líder regional socialista, Diego Conesa, que no puede perder las elecciones autonómicas después de haber dado el salto en las generales».
Por fin, tras años treinta, el PSOE gana las elecciones en la Región de Murcia. Con la ayuda inestimable de Vox, que se ha comido por las patas al PP, pero este es, claro, un problema familiar del PP. Varias generaciones de murcianos creían que no llegarían a ver el momento. Murcia pintada de rojo en el atlas electoral. Increíble, pero cierto. ¿Estamos seguros de que ese cachito mediterráneo que aparece en el mapa del tiempo casi siempre con un sol estampado se ubica exactamente en el mismo lugar del que ha desaparecido el azul en la maratón informativa de TVE?
Menos mal que el vigente Estatuto de Autonomía impedía que las elecciones autonómicas se pudieran convocar en el último año de legislatura, pues Fernando López Miras tuvo la tentación de hacerlo, en seguimiento de su colega de la Comunidad Valenciana, Ximo Puig. Si las autonómicas murcianas se hubieran celebrado ayer, el PP estaría ya definitivamente amortizado; de momento, le cabe la esperanza de que para la lógica regional pueda introducir un paradigma distinto, lo cual requeriría una urgente inteligencia estratégica para la que tal vez no haya lugar en un estado de depresión y pánico. No ayuda mucho al reenfoque que el presidente popular murciano saludara ayer los resultados electorales reiterando una vez más que «van a gobernar los que quieren romper España», un toletole imprudente, porque es el discurso con el que avanzan quienes le han birlado los votos y que al PP le ha traído la derrota. Tal vez fuera la hora de sustituir la espontaneidad de lo redicho por alguna dosis de imaginación, pues el hecho objetivo es que los murcianos españoles que no quieren romper España le han reducido el apoyo en 154.000 sufragios, y le ha hecho perder en consecuencia tres diputados y un senador.
El único alivio para el presidente regional es que el hundimiento de sus siglas a la mitad de los votos que las sustentaban no se ha producido exclusivamente en su territorio sino que se trata de un fenómeno nacional que, es obvio, supera sus propias posibilidades de contención. Y más cuando en el caso de Murcia ha contado con el supuesto abrigo de Teodoro García, número dos en la cúpula nacional, y con un cierre de campaña con Pablo Casado en persona, distribuida su atención entre el chinchipirrín del Bando de la Huerta y la consecuente degustación de paparajotes, quin sabe si con la digestión de la hoja de limonero.
Pero los resultados de ayer obligan también especialmente al líder socialista, Diego Conesa, que no puede perder las elecciones autonómicas después de haber dado el salto en las generales. La presión sobre el PSOE se acrecienta en estas circunstancias, sobre todo si en ese partido disponen de la conciencia de que el voto que ha dado el triunfo a Pedro Sánchez es en parte prestado, el llamado ‘voto útil’ impulsado por el temor a la suma del tripartito de derechas con Vox de abanderado. El ‘voto prestado’ es muy volátil y hay que saber administrarlo una vez pasada la euforia. El triunfo del PSOE contiene cierta justicia histórica al producirse con una lista encabezada por Pedro Saura, uno de los mejores líderes regionales que tuvo ese partido y que sin embargo no fue del todo bien tratado a su salida por sus propios compañeros.
Podemos ha perdido una buena tacada de votos en la Región, probablemente en dirección a los socialistas, pero mantiene su escaño, lo que simbólicamente le presta un importante plus para la envestida de las autonómicas, en las que ya competirá también con IU, aliado sin embargo en las generales, lo que constituye una extraña filigrana.
En cuanto a Ciudadanos, ha experimentado una sorprendente crecida, aunque no se haya contabilizado en más escaños de los dos que ya tenía; y digo sorprendente porque los vaivenes e incongruencias de este partido son demasiado visibles: tratando de evitar que una parte de su electorado transitara hacia Vox se amigó con el PP, con el resultado de que una parte potencial de sus apoyos lo abandonara en favor del PSOE.
El dilema nacional de Albert Rivera, tras haber cerrado toda posibilidad de pacto con Sánchez, es que las urnas le ofrecen la posibilidad de hacer firmar a éste un pacto de Gobierno que lo rescate de la influencia de los soberanistas en prisión y del suministro dispendioso de recursos a la caja registradora de los vascos. Si a Cs le interesara de verdad la integridad territorial de España, tiene a mano aliarse con Sánchez antes de que éste se entregue a ‘los malos’ o de provocar una repetición electoral. Y más, desde la perspectiva murciana, cuando los resultados de ayer cantan la perspectiva cómoda, en su proyección, de un Gobierno regional PSOE-Cs. Si esto pudiera ocurrir en Murcia ¿por qué no en España? Mi limito a subrayar una contradicción que anoche ya fluía en las redes en mensajes de militantes o simpatizantes de Cs: «Pacto PSOE-Cs ya». A ver qué hace Rivera con esto, como no sea pasar el testigo a Arrimadas y retirarse con Casado, que a su vez tendría que dar paso prudentemente a Feijóo, la última bala.
Y Vox. El caballo de Abascal ha irrumpido con fuerza (nada menos que dos diputados por Murcia, empate en escaños con PP y Cs, de igual a igual con éstos a muchos efectos), pero no se ha producido la espectacularidad del cero al infinito y más allá, sino que, con ir lejos, se han quedado un poco más acá.
La querida España a la que tanto apelan ha cedido al fenómeno internacional de la extrema derecha, pero sin darle la posibilidad de influir en la gobernación. Están ahí, claro es, pero como en las gradas de gallinero. El caballo, eso sí, ha producido grandes destrozos en la cacharrería del PP (ya lo advertí ayer), que es tal vez el primer y más satisfactorio objetivo por ser cuña de la misma madera. Vox ha ganado varias batallas: imponer una agenda de debates hasta ahora impensables, crear una crisis profunda entre los populares y dar en bandeja el triunfo a los socialistas, tal vez esto último con la esperanza de crear nuevas contradicciones en el estamento político que le permitan seguir creciendo a lomos de la intensificación de las insatisfacciones públicas. Los ultras han dejado, eso sí, una inquietante huella para seguir el rastro de las próximas elecciones en el ámbito municipal: advierten con gobernar o influir decisivamente en algunas localidades de la Región, especialmente en el área del Mar Menor, Campo de Cartagena y Mazarrón, y esto aunque no es precisamente un partido municipalista. Vendrán días complicados.
Aunque ayer ofrecieron ya los primeros síntomas de moderación institucional al celebrar el éxito en su sede con cava Freixenet, pues como asegura un amigo mío ante el reclamo de hacer boicot a los productos catalanes: «Dadme un fusil para ir a reconquistar Cataluña, pero no me pidáis que deje de consumir sus butifarras».
La imagen principal, a los efectos de la Región, es que el mapa autonómico aparece por primera vez, para muchas vidas, coloreado en rojo PSOE. Veremos si la cosa va a durar o si se trata de un espejismo.