Uno de los principales riesgos que amenazan la unidad de España no procede tanto de las tensiones que provocan los nacionalismos periféricos como del colaboracionismo -cada vez más impúdico- entre el PSOE y toda laya de formaciones separatistas, cuyo objetivo prioritario es liquidar la soberanía nacional. Solo la obsesión por aferrarse al poder territorial que procuran los gobiernos autonómicos y municipales explica el empeño permanente de los socialistas por alcanzar acuerdos con fuerzas nacionalistas. Ocurrió durante los infaustos tripartitos en Cataluña. Ocurre en el País Vasco, donde el PNV ha encontrado en el PSE una cómoda muleta. Ocurre en Navarra, con el concurso infame de Bildu. Ocurre en la Comunidad Valenciana, tras los pactos entre Ximo Puig y Compromís. Y ocurre también en Baleares, donde los socialistas se están prestando a abanderar un pancatalanismo que promueve análogas políticas culturales y educativas a las que en Cataluña desembocaron, décadas después, en un golpe contra la Constitución.

El nacionalismo, antítesis de la igualdad, es un monstruo que nunca va a saciarse. Vive de la confrontación y necesita permanentemente alimentar el victimismo y el enfrentamiento entre identidades supuestamente contrapuestas. De ahí la extrema gravedad de los acuerdos, de gobierno y programáticos, que amplían y perpetúan políticas de sesgo claramente secesionistas. El caso de Baleares resulta paradigmático. El PSOE renovó ayer el pacto con los nacionalistas de Més, que se queda con dos consejerías en el Gobierno de las Islas. El sistema de inmersión lingüística y las medidas orientadas a imponer el catalán como lengua vehicular en la Administración y en la enseñanza se convirtieron en dos ejes del pacto articulado la legislatura pasada entre la socialista Francina Armengol y Més, formación que defiende abiertamente el derecho a decidir, eufemismo tras el que se esconde la autodeterminación. Fruto de esta orientación soberanista es la inclusión en el programa Erasmus+ de la iniciativa Parlem Català, que promueve el uso del catalán entre alumnos de Baleares, Valencia y Cataluña. El Gobierno balear incurre así en el disparate de usar fondos de un programa destinado a favorecer la movilidad de estudiantes en Europa para enviar alumnos a Cataluña. Tan surrealista como inquietante.

Este intervencionismo educativo conduce, en último extremo, al apartheid lingüístico que sufren los alumnos castellanohablantes en Cataluña. Así ha quedado de nuevo en evidencia en la agresión de una profesora a una alumna en Terrassa por pintar una bandera de España. Un hecho detestable que no se explica sin el clima institucional amparado por la Generalitat y destinado a eliminar el español de las aulas. Éste es el camino que ha elegido el PSOE en otras comunidades con pactos antinatura que no hacen más que abonar el nacionalismo y la desigualdad.

 
 

FUENTE: ELMUNDO