Juan Marsé pintó en un relato suyo una figura, el escritor desleído, que se puede calcar ahora sobre los andares belgas del expresident Carles Puigdemont. El de Marsé era «un escritor de ficciones que durante 30 años se había negado a aparecer en televisión. Un día se deja convencer y es entrevistado. En la pantalla aparece un fantasma, y en la vida real también tiende a desaparecer».

El president inició en Bruselas esa fuga hasta el desleimiento. Para correr hacia la desfigura utiliza armas increíbles, en sentido estricto. No huye de España, es que no se fía del juicio que viene. Además, dice desde la capital de Europa que aquí se pega. Para decir esto no es preciso viajar a Bruselas, basta con enviar una carta: «España me pega». Va con un mensaje por esos mundos: aquí se tortura, se persigue, y allí pide amparo. Un compañero de Marsé, Ángel González, tiene un poema que le vendría bien leer al president desleído: «Para que yo me llame Ángel González,/ para que mi ser pese sobre el suelo,/ fue necesario un ancho espacio y un largo tiempo:/ hombres de todo el mar y toda tierra,/ fértiles vientres de mujer, y cuerpos/ y más cuerpos, fundiéndose incesantes/ en otro cuerpo nuevo».

Esa España es la que se ha ido haciendo, también sobre el suelo que ha pisado Puigdemont, hasta el momento mismo en que viajó a Bruselas y pretende desde allí ennegrecer el presente, perjudicando también el futuro. Pues si persiste en decir que la España que hay merece el exilio, su exilio, está menospreciando gravemente esa palabra digna y terminal, y triste, que fue el exilio que tuvieron otros protagonistas, algunos de los cuales, como Antonio Machado, pasaron por Cataluña o fueron muertos de hambre o de duelo o bien se hicieron, como escribe Jordi Soler, «rojos de ultramar».

Palabra tan grave el exilio, y ahora él se la pone en la solapa. De esa figura desleída se caen todas las palabras, pues él no las dice para que pesen, sino para convertirlas en parte de su sonrisa de perseguidor perseguido. Ahora está en Madrid Claudia Piñeiro, la escritora argentina de La viuda de los jueves, que ayer presentó un libro que quizá debió llevarse consigo el desleído viajante. Se titula Las maldiciones, va de la audacia de los políticos que vienen a salvar el mundo y se adornan de la ambición y del engaño, y contiene esta frase: «Alguien puede llegar a la política por muchos motivos. Unos más legítimos, otros menos. También por error, por desidia. O por no saber decir que no». Puigdemont se ha desleído condicionado por todas esas circunstancias. Y ahora es un transeúnte en busca de quien le escriba, incapaz de decir a tiempo no a su propia impostura.
Claudia Piñeiro contó ayer lo que decía Raúl Alfonsín, presidente de Argentina tras la dictadura: al pueblo no hay que hacerlo sufrir con disyuntivas. Había que huir del plebiscito, buscar el consenso. Buscar el sí o el no deshace a los pueblos. De ese escenario es responsable Puigdemont, rompió en dos Cataluña. Y ahora duerme en Bélgica esa pena moral.

Y, finalmente, otro colega de Juan Marsé y Ángel González, José Manuel Caballero Bonald, le presta a esta columna esta frase sobre la madre de toda esta batalla: «El nacionalismo es un provincianismo sin pretensiones». Si se acostumbra a viajar quizá al president desleído le vuelva el color a la cara.

 

 

FUENTE: ELPAIS