FRANCISCO VALERO
Aunque el PP había llegado al día clave con los votos amarrados, nadie quería cantar victoria antes de tiempo. «Hasta que el árbitro no pite el final, esto no está ganado», comentaban en los pasillos de la Asamblea Regional. Nunca se sabe en política: todo puede cambiar en cuestión de minutos. De hecho, la mañana, que había amanecido luminosa en Cartagena, soleada y con una temperatura primaveral, se torció y dio paso a toda una tromba de agua. Incluso apareció el frío. Pero el temporal no fue un presagio de mal augurio para el PP. El guion político de la moción de censura se cumplió al milímetro y la votación salió tal y como estaba prevista.
Todo un PP suspiró al fin. El partido que gobierna la Región de Murcia desde 1995 respiró hondo tras una semana de infarto, contra las cuerdas, como nunca antes se había sentido. El alivio era generalizado en las filas populares. Aunque tampoco había muchos aspavientos en la alegría, que fue contenida. Había que cohibirse de algún modo, por aquello de las apariencias. Pero tenían motivos de sobra para estar contentos: el PP acababa de enterrar la amenaza a su hegemonía más seria en 26 años.
Hace una semana había 23 firmas estampadas a favor de derrocar al presidente regional, Fernando López Miras. Hoy ese peligro no sólo se ha diluido (los promotores de una moción de censura no pueden presentar otra hasta dentro de un año, según el Reglamento de la Cámara), es que el PP cuenta incluso con más aliados en su órbita. No solamente porque tres parlamentarios de Ciudadanos dieron la espalda a su partido y se decantaron por López Miras («los tránsfugas», que critican socialistas y liberales). Sino porque puede que busque nuevos asientos en el Consejo de Gobierno para los diputados expulsados de Vox. Reunificar el centro derecha, lo llaman en Génova.
La dirección nacional precisamente ha influido, y mucho, en el resultado de la votación que salvaba los muebles para el PP y sumía en la zozobra a la izquierda, que otra vez -y ya van dos décadas y media- ve rotas sus esperanzas de alcanzar el Gobierno regional. Consumada la votación de la moción de censura, Pablo Casado y su mano derecha, el ciezano Teodoro García Egea, irrumpieron en el Patio de los Ayuntamientos para abrazar al presidente murciano, rodeado de un tropel de diputados y reporteros gráficos mientras Alberto Castillo clamaba desde el atril pidiendo guardar la distancia de seguridad. Los populares se sentían exultantes: su fortín de la Región de Murcia no ha caído.
Quién lo diría en la larga noche del martes 9 de marzo, cuando López Miras telefoneaba, alarmado, a su paisano Teodoro. «Van a presentar dos mociones de censura». Después de mil llamadas e intentos por reconducir la situación, Génova, antes de que amaneciera, descartó elecciones anticipadas; una fórmula que sí optó Díaz Ayuso -y que le valió para desactivar sus temores de un golpe en Madrid-. La ley regional impide a López Miras presentarse como candidato a un tercer mandato. Él, además, siempre se ha negado públicamente a convocar elecciones. Y lo sigue negando. Desde Vox, de hecho, se lo recuerdan continuamente, sabedores de que las encuestas les favorecen. No se lo piden, sin embargo, los expulsados de Vox.
El PP se lanzó a una operación contra el reloj para desactivar la bomba que habían activado PSOE y Cs. García Egea encontró la manera de conseguirlo en la debilidad de Ciudadanos: sus rivalidades internas, sus rencillas y sus cuentas pendientes. Isabel Franco, la persona que se vio arrinconada por la dirección regional, aceptó apoyar al presidente Miras, el mismo con el que firmó un pacto de Gobierno en 2019. Acto seguido lo hizo su compañero más leal, Francisco Álvarez, y finalmente se sumaba Valle Miguélez. Vox, por su parte, dio su apoyo desde el minuto uno: el voto de Pascual Salvador se daba por descontado. Pero no lo hicieron Juan José Liarte, Mábel Campuzano ni Francisco José Carrera. En la necesidad del PP surgió una oportunidad única para este grupo, repudiado por su partido, Vox. Su presente, y sobre todo su futuro, acababa de cambiar.
Pero no fue fácil para el PP. Liarte se guardó su voto hasta el final, esperando para escuchar a todos. Y recibió llamadas de ambos lados, no sólo de los populares. Juan José Molinacontactó con el portavoz parlamentario de Vox, quien en La 7TV llegó a reconocer que el PSOE y Ciudadanos «no se negaron al ‘pin parental'». Liarte incluso afirmó que se reunió «Campuzano con el portavoz del PSOE en casa de ella». La negociación ha sido negada tajantemente por el PSOE -«Ni hemos pactado ni pactaremos nunca con la ultraderecha», aseguraba el socialista Francisco Lucas.
El PP tuvo que sudar para logar el apoyo de Liarte. Pero tras terminar la primera sesión de la moción de censura, una llamada cristalizó el acuerdo. Votarían ‘no’, decidieron, abocando al fracaso a la moción. García Egea se ha implicado para conseguirlo. «Casi se puede decir que Teodoro ha salvado la moción», admiten en el círculo de Liarte. Las condiciones definitivas se conocerán en los próximos días. El borrador que se hizo público este jueves recogía que Mábel Campuzano ocuparía la Consejería de Educación. Todavía sin firmar, el pacto incluye una cláusula por la que Miras se compromete a no adelantar los comicios a cambio de obtener el apoyo para reformar la Ley del Estatuto del Presidente, que acota los mandatos a dos periodos (y Miras afronta su segunda legislatura como jefe del Ejecutivo).
En una semana, la Región ha pasado de vislumbrar un Gobierno entre PSOE y Ciudadanos, sin más socios intermedios, a contar con un Ejecutivo sujetado por tres diputados de Ciudadanos que desobedecieron a su partido y por otros tres que fueron expulsados de su formación. El Gobierno de los náufragos, dicen. O dicho de otro modo: se ha pasado de un bloque centro-izquierda a un bloque centro-derecha más mucha derecha.
Una persona era señalada por todos en el PP: Ana Martínez Vidal, la dirigente que fue concejala popular entre 2011 y 2015 y su portavoz en coalición en casi dos años y la misma que intentó dar el remate final con la moción de censura. «Así no. Así no se hace», decían en el PP. «Si quieres, rompe con nosotros y deja el Gobierno, pero no hagas esto a traición. Se ha cegado por su ambición, porque aquí no había nada de corrupción», sostenía un diputado del PP. Muy distinto pensaban desde Ciudadanos, que asumían con tristeza la derrota pero se reafirmaban «en que dormirían con la conciencia tranquila». «Estamos jodidos, pero vamos con la cabeza alta», apuntaban.
La lluvia amainaba sobre Cartagena sobre las tres de la tarde. Casado sacaba pecho del triunfo y presumía de que «en Murcia comienza la reconstrucción del centro-derecha en torno al PP». En cierto modo, es también una victoria ante el ‘sanchismo’ -como ellos llaman a su bestia negra, la que le impide alcanzar Moncloa y la que gobierna sobre nueve comunidades españolas-. El líder nacional del PP también respaldó a López Miras. «Estoy muy orgulloso de tener al frente de esta región a un buen político y una buena persona». El PP se queda con el feudo murciano.