Un exministro del Partido Popular me ‘wasapeó’ esta semana, colmillo afilado, con la noticia de Pablo Casado hablando de «refundir» el centroderecha. «Lo ha fundido una vez a 66 diputados y lo va a volver a fundir. Como lapsus es alucinante. Digno de Freud…», me deslizó con sarcasmo. Pero los males del ‘nuevo PP’ no tienen tanto que ver ya con la comunicación, sino con hablarle a su país. Es decir, con la dificultad electoral del primer partido de la derecha de seducir a los jóvenes (18-35 años) y a ciertas Españas que existen más allá de Madrid.
Y es que la nueva cúpula popular goza de saque para aparecer en los medios, por delante del proyecto político de gestión. Los años del Casado vicesecretario del ‘marianismo’ hendieron a fuego la frustración de que gestionar sin contar hacía perder votos. Atenuados quedan ya los perfiles tecnocráticos de Rajoy, frente a la intelectual Cayetana Álvarez de Toledo. En eso, Casado no difiere del resto de líderes del panorama actual: nacidos al albur de la sociedad de la información, sabedores de los impactos y el ‘frame’.
La pregunta ahora es qué puede ofrecer —de fondo— el nuevo PP para su recuperación electoral, que pase por la vertebración territorial y social en la España de hoy.
Su principal reto es refundarse en los territorios donde sangra la herida nacional y el PP está en extinción (como Cataluña y el País Vasco). De hecho, ciertas voces de los populares muestran una voluntad de recuperar una visión no centralista y sí plural de España, aparcada por el combate de Ciudadanos a los nacionalismos periféricos y el cuestionamiento de Vox al modelo autonómico.
La alerta saltó en Cataluña de la mano de Santiago Fisas. El exeurodiputado del PP renunciaba a la militancia del partido para impulsar la Lliga Democrática, una formación de corte catalanista, junto al expresidente de Societat Civil Catalana, Josep Ramon Bosch. Es decir: una formación que comprenda la sociedad catalana y le de un encaje a la Cataluña constitucional, dentro de España. Cs, en cambio, anuncia horas bajas en las próximas autonómicas y el PP podría desaparecer.
Y es que tímidamente, el alma más ruralista de la derecha española lleva tiempo reivindicándose, después de que la oleada patriótica debilitase su espacio, en respuesta al ‘procés’.
El PP actual corre el riesgo de invisibilizar el hecho diferencial, toda vez que se construye sobre las bases del PP de Madrid
Fue Navarra Suma, en concurrencia con UPN. Y fue el PP vasco también. El exministro Alfonso Alonso se tomó la prerrogativa de anunciar su reformulación para darle «perfil propio», sin comentarlo en Génova. La hipótesis de fondo sería que un giro foralista podría reflotar el partido. En el ‘pack’ se incluiría el galleguismo de Alberto Nuñez Feijóo, otro perfil que también triunfa por sus rasgos ‘distintivos’. El próximo podría ser Juanma Moreno en Andalucía.
¿Y qué dirección tomará Génova? Mejor resultado sacaron los populares en autonómicas y municipales que en las generales. Pues el PP actual corre el riesgo de invisibilizar el hecho diferencial, toda vez que se construye sobre las bases del PP de Madrid. Casado es el único presidente popular que se ha socializado en las faldas del aguirrismo madrileño: liberalismo económico, centralismo o visión madridcéntrica de España. No así José María Aznar (Castilla y León) y Mariano Rajoy (Galicia). Incluso Manuel Fraga.
Y por esa misma vía sangra el PP en el discurso social. La igualdad de oportunidades y la meritocracia calan en el oasis económico de la capital del Estado, pero se deshacen en la España interior, la ‘real’, la vaciada, la rural. Los muchachos que no viven en la ‘city’ empresarial, y los que no han podido estudiar.
Más allá del eslogan o tuit, la precariedad económica y la frustración hacen mella en una juventud que desde hace tiempo dejó de votar al PP
De hecho, me preguntaba un joven afiliado por qué los populares no reforzaban entre sus filas el perfil de «joven de centroderecha, salido de la clase trabajadora». Es decir, huyendo del elitismo que rezuma Vox y tejiendo una nebulosa representativa que simbolice las inquietudes reales de su generación: vivienda, trabajo, familia… Cs es ahí un duro competidor, que se extiende por el flanco de las familias jóvenes urbanas, mientras que el votante del PP sigue siendo muy envejecido (de media mayor de 60 años).
Y es que más allá del eslogan o tuit, la precariedad económica y la frustración hacen mella en una juventud que desde hace tiempo dejó de votar al PP. «La nueva generación quiere resultados que puedan palpar, no consignas abstractas», me comentaba una personalidad cercana a Pedro Sánchez. El PSOE asume que solo atajando focos de malestar podrá darle la batalla a Podemos y asegurar su hegemonía generacional. Y los jóvenes que votarían a Casado tampoco se alimentan de la bandera, o la «batalla cultural», sino de una transformación de oportunidades real.