Colapsada la clase política y reducido el Parlamento a un escombro con menos influencia que los platós, en España ha sido necesario encontrar a alguien a quien adjudicar la presunción de infalibilidad. En el tiempo de los espadones, habría recaído sobre los militares, entendidos éstos como reparadores del desorden a los que se encomienda una burguesía asustada, que es como Chateaubriand veía al Napoleón restaurador, después del Terror, de un simulacro imperial de monarquía. Como esta época es distinta y ha puesto en circulación la noción del empoderamiento, la presunción de infalibilidad fue otorgada a La Gente, a la que, por el hecho de serlo, era obligatorio reconocerle una perfección moral ajena a tentaciones delictivas y una condición mejor que la de los políticos. Que ni humanos eran, no exactamente, porque los humanos, bebés incluidos, sólo entraron en el Parlamento al mismo tiempo que aquel Podemos con alma de cristianismo primitivo que aún no había hecho el descubrimiento de los chalés, comparable al que hicieron los felipistas de la lubina y los trajes con la marca cosida por fuera en la manga.
De los jueces no puede decirse que tengan la infalibilidad reconocida, puesto que las discrepancias políticas obligan a veces a erosionarlos atribuyéndoles intenciones conspirativas. Pero, aun así, lo mismo cuando se enfrentan a un ambiente social que pide cuchilla que cuando se rinden a éste, los jueces terminaron arrogándose una inmensa labor de purga y refundación nacional que también interviene en la política desde que se produjo el afloramiento de su corrupción. Este protagonismo gigantesco de los jueces, cuyo prestigio oracular no encuentra competencia en ninguna otra institución española, explica que la sola alusión en una sentencia a su falta de credibilidad, aunque no haya sido legitimada por ninguna iniciativa de penalización judicial posterior, haya bastado para destruir a un profesional de la supervivencia como Rajoy que superó crisis relacionadas con la corrupción peores. Haya bastado, también, para reventar los equilibrios parlamentarios, precipitar el desenlace de la legislatura, obligar a los candidatos a sacar tajada en una rebatiña para la cual no tenían nada pensado y, esto es lo más asombroso, enviar a un papel secundario a los mismos independentistas que antes encarnaban el gran peligro para la nación y que ahora son incluso compañeros admisibles en el proceso de extirpación de Rajoy acelerado por el renglón tangencial de una sentencia.
FUENTE: ELMUNDO