RUBÉN AMÓN

 

Pedro Sánchez es un magnífico ilusionista. «Lo demostró este pasado miércoles en la sede de la Casa de América. Sacándose de la chistera la subida populista y testimonial del salario mínimo. Reivindicándose, desde luego, como el verdadero fantasma que aloja el Palacio de Linares. Y edulcorando la realidad española hasta convertirla en una fantasía política de la que él mismo es el artífice y el demiurgo».

«Ya nos gustaría que España fuera como Sánchez nos la expuso en esta especie de homilía triunfalista. Un ejercicio de euforia y de onanismo, sin preguntas, sin cortapisas, que sobrevoló con alegría el récord del IPC, las relaciones tóxicas con Unidas Podemos, el duelo de Afganistán y la crisis energética. Impresiona el desahogo con que la despachó Sánchez en su discurso. El descaro con que se sustrajo a la pasividad del Gobierno«.